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CR�NICA Y POES�A DE LA CIUDAD INDIANA
Jos� Luis V�ttori
El antrop�logo Jos� Imbelloni, uno de los fundadores de los estudios de su especialidad en nuestro pa�s, titul� una de sus obras La esfinge indiana (1926), esto es, un enigma a descifrar sobre el poblamiento de Am�rica y el origen de sus culturas aut�ctonas. Enigma que persiste, sesenta a�os despu�s de dicha publicaci�n, en otros aspectos de la prehistoria ind�gena y a�n de la historia vivida, contada y escrita por los indios y los espa�oles, desde que Crist�bal Col�n desembarc� en una isla del Caribe. Valga pues, la referencia precisa al t�tulo de Imbelloni, como ep�grafe del tema que me corresponde abordar en el plan del curso sobre La ciudad hispanoamericana (1). Voy a referirme a la ciudad en las "Indias Occidentales". As� llamaban en Espa�a, a fines del siglo XV, al Continente Americano reci�n descubierto por Col�n; digo, pues, la ciudad ind�gena y espa�ola en Am�rica, y, para englobarlas en una sola designaci�n, la ciudad hispanoamericana, ya que las primeras fundaciones urbanas de los europeos en la Terra Nova -Santo Domingo en 1496 y La Habana en 1515- se debieron a los espa�oles, en tanto la ciudad aut�ctona, ind�gena, la ciudad propiamente americana, la hab�an edificado muchos siglos antes de la Conquista los llamados "indios", en este orden cronol�gico: Los olmecas -San Lorenzo, La Venta o Cerro de las Mesas- en la costa del Golfo de M�xico. Los mayas -Tikal o Uaxact�n- en la selva de El Peten, hoy Guatemala. Los chavines -Chav�n de Huantar-, en la sierra �rida peruana. Todos ellos desde unos 1200 a�os antes de Cristo y m�s o menos 1700 a�os antes de la primera fundaci�n de Santo Domingo, en la isla del mismo nombre, por Bartolom� Col�n. Tambi�n los zapotecas y los teotihuacanos fundaron sus capitales: Monte Alb�n I y Teotihuac�n -esta �ltima, la m�s grande ciudad ind�gena anterior a la Era-, entre el 800 y el 600 antes de Cristo. Al tiempo en que Hern�n Cort�s desembarc� en Cozumel y en Tabasco -M�xico-, fundando la ciudad de Vera Cruz (1519), y los Pizarro hicieron pie en San Mateo -Per�-, fundando la ciudad de San Miguel o Piura (1532), las ciudades olmecas, la mayor parte de las ciudades cl�sicas mayas; Teotihuacan y Tula, Chav�n de Huantar y la mayor parte de las poblaciones de los "reinos des�rticos del Per�" anteriores a los Incas: Chan Chan, Viru, Chiclayo o Tiahuanacu, hab�an sido abandonadas y pasaron inadvertidas a los conquistadores que, en cambio, toparon con las ciudades aztecas e incas, asombr�ndose de la magnificencia de Cholula, M�xico- Tenochtitl�n, El Cuzco o las ciudades mayas poscl�sicas como uxmal y Chich�n Itz�. Cort�s avista Tenochtitl�nComo sabemos, los indios no contaban con una escritura fon�tica. Los mayas, los zapotecas, los mixtecas y los aztecas, entre los pueblos de las altas culturas mesoamericanas, llegaron a desarrollar una escritura ideogr�fica, de d�nde sus escritos -estelas, c�dices, lienzos- apenas pueden descifrarse. Entre los peruanos, incluso los incas, no se han hallado vestigios de escritura. Los textos legibles, documentales, que nos han llegado de las altas culturas mesoamericanas -Popol-Vuh, Libros de Chilam Balan-, no son pues los originales debidos a sus "amanuenses" anteriores a la Conquista, sino a los cronistas espa�oles e indios que escribieron despu�s, durante el periodo colonial -traducci�n del Popol- Vuh al espa�ol por el Padre Xim�nez, Relaci�n de las cosas del Yucat�n, obra escrita por el obispo Diego de Landa y numerosas cr�nicas mayores y menores escritas a lo largo del Continente. La primera comunicaci�n hist�rica del contacto de los espa�oles con los aztecas nos llega, sin embargo, del propio Hern�n Cort�s, conquistador de M�xico. Cort�s, miembro de familia hidalga, hab�a estudiado leyes en la Universidad de Salamanca y, dicen sus bi�grafos, alcanz� en los claustros "un grado de instrucci�n que le hizo destacar entre quienes le rodeaban; escrib�a con estilo f�cil y vivaz hasta el punto que sus cartas y descripciones le hacen acreedor a figurar en un primer t�rmino entre los cronistas de la epopeya americana" (2). A �l se deben las famosas Cartas de relaci�n de la conquista de M�xico, dirigidas al Rey de Espa�a, Carlos I y, en dichos papeles, testimonia sus luchas y sorpresas en tierra americana, describiendo las ciudades que encontraba a su paso y conquistaba en honor y propiedad del monarca. As� se asombra de Cholula, a la que llama Churultecal: esta ciudad -dice- "est� asentada en un llano, y tiene hasta veinte mil casas dentro del cuerpo de la ciudad, y tiene de arrabales otras tantas. Es se�or�o por s�, y tiene sus t�rminos conocidos; no obedecen a se�or ninguno, excepto que se gobiernan como estotros de Tascaltecal". "Esta ciudad es muy f�rtil de labranzas -sigue diciendo Cort�s a su rey-, porque tiene mucha tierra y se riega la m�s parte della, y a�n es la ciudad m�s hermosa de fuera que hay en Espa�a, porque es muy torreada y llana. E certifico a vuestra alteza que yo cont� desde una mezquita cuatrocientas y tantas torres en la dicha ciudad, y todas son de mezquitas". Tambi�n describe al monarca la ciudad de Iztapalapa. "Tendr� esta ciudad doce a quince mil vecinos; la cual est� en la costa de una laguna salada grande, la mitad dentro del agua y la otra mitad en la tierra firme. Tiene el se�or della unas casas nuevas que a�n no est�n acabadas, que son tan buenas como las mejores de Espa�a, digo de grandes y bien labradas, as� de obra de canter�a como de carpinter�a y suelos..." Pero su mayor asombro, su admiraci�n, es para M�xico-Tenochtitl�n, "la gran ciudad de Temixtit�n (as� la llama), que est� fundada en medio de dicha laguna". Cort�s entra a la capital azteca por la gran calzada que se interna dos leguas en el lago de Texcoco. "La cual calzada es tan ancha como dos lanzas, y muy bien obrada, que pueden ir por ella ocho de caballo a la par...". De la urbe misma, dice: "Tiene esta ciudad muchas plazas, donde hay continuos mercados y trato de comprar y vender. Tiene otra plaza tan grande como dos veces la ciudad de Salamanca, toda cercada de portales alrededor, donde hay cotidianamente arriba de sesenta mil �nimas comprando y vendiendo". La descripci�n de Cort�s es detallada y rica en observaciones mediante las cuales trata de transmitir al rey parte de su sorpresa ante un mundo inesperado. "Hay en esta gran ciudad muchas mezquitas o casas de sus �dolos, de muy hermosos edificios (...) y entre estas mezquitas hay una, que es la principal, que no hay lengua humana que sepa explicar la grandeza y particularidades della; porque es tan grande, que dentro del circuito della, que es todo cercado de muro muy alto, se pod�a muy bien facer una villa de quinientos vecinos". Apenas podemos imaginamos la fascinaci�n del aventurero europeo ante el hallazgo de una ciudad monumental edificada mediante sillares bien labrados y ensamblados, en medio de un lago de agua salada en un valle semides�rtico, obra de una imponente (y elocuente) cultura l�tica; con sus sentimientos tironeados entre lo m�s �spero de su naturaleza guerrera y el pr�stamo est�tico de Salamanca; entre la avidez de poseerla y el �xtasis de admirarla... "Hay bien cuarenta torres muy altas y bien obradas, que la mayor tiene cincuenta escalones para subir al cuerpo de la torre; la m�s principal es m�s alta que la torre de la iglesia mayor de Sevilla. Son tan bien labradas, as� de canter�a como de madera, que no pueden ser mejor hechas ni labradas en ninguna parte, porque toda la canter�a de dentro de las capillas donde tienen los �dolos es de imaginer�a y zaquizam�es, y el maderamiento es todo de mazoner�a y muy picado de cosas de monstruos y otras figuras y labores". (3) De la cr�nica peruanaMucho m�s al sur, en Sudam�rica, los Incas asombraron a los espa�oles por la extensi�n y buena traza de sus caminos, por la s�lida construcci�n de sus fortalezas megal�ticas y por la traza y edificaci�n de sus ciudades, en especial El Cuzco. Sobre los caminos del Inca, obra cicl�pea en su precisi�n, solidez y vastedad, dice el cronista Pedro de Cieza: "Una de las cosas que admiraba m�s que nada era la forma en que los indios hab�an sido capaces de hacer semejantes caminos, extraordinarios y maravillosos, a lo largo de abismos temibles y desfiladeros de v�rtigo (...). En algunos lugares, para asegurar la anchura normal del camino, fue necesario excavarlo en la roca viva, y todo esto se hizo �nicamente a base de fuego y picos. En otros sitios, la pendiente hacia arriba era tan empinada y la altura era tanta, que los pelda�os tuvieron que cortarse desde abajo, para que fuese posible ascender, formando espacios m�s amplios a intervalos, para que sirvieran de descanso..." (4) El conquistador Hernando de Soto se admira de El Cuzco cuando ve por primera vez la capital del incanato: "Cuzco, majestuoso e imponente, debi� ser construido por gente de singular inteligencia. La ciudad es indudablemente la m�s rica de todas las poblaciones de que tenemos noticias en las Indias..." (5) En cuanto a la solidez de las construcciones incaicas, dice el padre Bernab� Cobo: "Las piedras, a veces descomunales, unas grandes y otras peque�as, y unas y otras desiguales en la forma y facci�n, est�n asentadas con tan sutil juntura como las de siller�a, de suerte que si la piedra de abajo hace en la parte alta alguna comba o pico, en la piedra que sobre ella asienta est� hecha una concavidad y encaje que venga al justo con la obra..." (6) En breve referencia a los edificios principales del Cuzco, baste mencionar el testimonio de Cieza de Le�n cuando escribe sobre el Coricancha o Templo del Sol, "el grande, riqu�simo y muy nombrado templo de Curicancha -dice-, que fue el m�s principal de todos estos reinos (...) todo cercado de una muralla fuerte, labrado todo el edificio de canter�a muy excelente de fina piedra muy bien puesta y asentada, y a algunas piedras eran muy grandes y soberbias; no teman mezcla de tierra ni cal, sino con el bet�n que ellos suelen hacer sus edificios, y est�n tan bien labradas estas piedras, que no se les parece mezcla ni juntura alguna ..." (7) A lo cual agrega el conquistador Miguel Estete, que conoci� el Cusco con Pizarro: "La canter�a de esta ciudad hace gran ventaja a la de Espa�a" (8). A mayor abundamiento, agregamos comentarios del Inca Garcilaso y del Padre Acosta, sobre la "obra de canter�a" de los constructores incaicos. "Los edificios reales fueron en extremo pulidos, de canter�a maravillosamente labrada, tan ajustadas las piedras unas con otras que no admiten mezcla", escribe Garcilaso, en tanto el padre Acosta consigna que "apenas se ve la juntura de las unas con las otras" y que "las casas (est�n) hechas de piedra pura, con tan lindas junturas que ilustra la antig�edad del edificio" (9). Abundan las descripciones maravilladas y l�cidas que los "cronistas de Indias" nos dejaron en el siglo XVI sobre la ciudad ind�gena, a las cuales se suman desde fines del siglo XIX, los trabajos de campo y de gabinete de los arque�logos que han exhumado y descrito con inocultable admiraci�n, las ruinas de las ciudades olmecas, mayas, zapotecas, mixtecas y preincaicas, de modo que considero bien atestiguada y fundamentada esta presencia urbana anterior a las conquistas territoriales de Espa�a. Las ciudades espa�olas y criollasNumerosas fueron, desde Santo Domingo, las ciudades que los conquistadores fundaron en nuestra Am�rica insular y continental, desde el Golfo de M�xico al R�o de la Plata, edific�ndolas muchas veces sobre las ruinas y con los materiales de las ciudades ind�genas destruidas en las acciones de conquista y rapi�a. El caso m�s descamado fue el de la ciudad espa�ola de M�xico, edificada sobre la traza de Tenochtitl�n y con los sillares de sus templos, casas y palacios demolidos manzana a manzana durante el asalto de las huestes de Hern�n Cort�s. De la m�s populosa, activa, bella y planificada urbe mesoamericana del siglo XVI, sepultada bajo sus escombros por la guerra de conquista, surgi� la mayor y m�s poblada y monumental ciudad hist�rica, ornada de palacios -las Casas Nuevas de Cort�s, las Casas Reales de la Moneda, la de D�vila, la de los Guerrero-, la primera catedral, el arzobispado, la Universidad, los hospitales, los paseos, en el ordenamiento edilicio de un plan en damero heredado de la capital azteca. Pero, aparte esta ciudad de M�xico y de la ciudad de Urna, sedes virreinales, el esplendor de la arquitectura y de la vida mundana no se expandi� en la etapa colonial por el resto de la Am�rica Hispana. Lima, abatida por los terremotos una y otra vez, lo mismo que Guatemala. Cartagena de Indias y Panam�, saqueadas e incendiadas una y otra vez por los corsarios. Santiago de Chile, pobre cabecera administrativa de una Capitan�a. Asunci�n del Paraguay, mal crecida con los sobrevivientes de la expedici�n de Pedro de Mendoza y los restos materiales de la primera Buenos Aires; acosada por las intrigas y las rivalidades locales, aislada entre las orillas de la selva guaran� y del r�o Paraguay durante medio siglo XVI, hasta la segunda fundaci�n de la ciudad y el puerto de Buenos Aires por Juan de Garay en 1580. Buenos Aires, cerrada por el monopolio al comercio de ultramar, con un abandono de siglos en la costa del gran r�o cenagoso. Montevideo, recelada, acosada y asediada por los portugueses, en situaci�n paralela con el destino opaco de Buenos Aires. Y as� las dem�s fundaciones de los conquistadores que bajaron desde Los Andes, por el Occidente, al que es hoy territorio Argentino: Tucum�n, C�rdoba, La Rioja, desmayados hitos de civilizaci�n en la vastedad del desierto. La ciudad en el R�o de la PlataEn el enorme espacio geogr�fico de la Cuenca del Plata, extendido desde el Guayr� hasta la desembocadura del sistema h�drico en el oc�ano, comprendidos los actuales territorios de Paran�, R�o Grande Do Sul, Paraguay, Formosa, Chaco, Santa Fe, la Mesopotamia argentina y la ribera fluvial de Buenos Aires, no hubo -como sabemos- ciudades ind�genas; s�lo tolder�as y, cuanto m�s, aldeas estacionales de los guaran�es. El indio rioplatense viv�a en un estadio muy primitivo, tribal, n�mada, con subsistencia predatoria -recolecci�n y caza-, exceptuados los guaran�es que ya eran agricultores y canoeros cuando Juan D�az de Sol�s descubri� y explor� el R�o de la Plata. Las primeras fundaciones fueron, pues, espa�olas, y datan del siglo XVI, en este orden: Sancti Spiritus (Sebasti�n Gaboto, 27 de Mayo de 1526); Buenos Aires (marzo) y Corpus Christi o Buena Esperanza (Octubre de 1536), ambas por Pedro de Mendoza, y Asunci�n del Paraguay (15 de agosto de 1537, Juan de Zalazar y Gonzalo de Mendoza). De estas primeras fundaciones s�lo subsiste Asunci�n, pues el fuerte de Sancti Spiritus es incendiado por los indios en 1529, el puerto de Corpus Christi abandonado en 1539 y despoblada la ciudad y puerto de Buenos Aires en abril de 1541. Aislada en la inmensa planicie rioplatense, enclavada en tierra de guaran�es, la Asunci�n crece en desorden y se convierte en un fecundo centro de mestizaje. Tres d�cadas m�s tarde, ser�n mestizos o "mancebos de la tierra" los m�s que, al mando de Juan de Garay, fundar�n la ciudad de Santa Fe (15 de noviembre de 1573). Contamos aqu� con una referencia po�tica de gran extensi�n debida a Mart�n del Barco Centenera, capell�n del tercer Adelantado del R�o de la Plata, Juan Ort�z de Zarate. En este poema titulado Argentina y conquista del R�o de la Plata, con otros acaecimientos de los Reynos del Per�, Tucum�n y Estado del Brasil, publicado en Lisboa en el a�o 1602, el autor menciona a varias de las poblaciones espa�olas anteriores a la segunda fundaci�n de Buenos Aires, por haberlas habitado o por haber o�do de ellas: ...el buen Gaboto� Entr� en el Paran� dejando fabricada/ La torre de Gaboto bien nombrada (188, 2a., Iaz.) Dice tambi�n del poblamiento transitorio de la isla Mart�n Garc�a: A parte por el bosque est� sombr�a, Habla al correr del canto de otras fundaciones, r�o arriba: Despu�s est� Guaira, ciudad enferma, Y: Poblada est� tambi�n otra ciudad Hambre, enfermedades, aislamiento, ataques de los indios... Mucha es la penuria y a�n la miseria que el poema denota, salvo cuando testimonia con cierto esc�ndalo sobre Asunci�n: La gran ciudad antigua y populosa, Pobl�se de muy buena y noble gente Gran copia de mestizos hay en ella, De frutos de la tierra y de Castilla, Asunci�n del Paraguay fue providencialmente fundada mientras Buenos Aires agonizaba en el hambre por el asedio del indio y la incapacidad de las lucidas huestes del Primer Adelantado para proveerse de alimentos en el pa�s desconocido y salvaje. Buenos Aires, en el R�o de la Plata, 1536: Y el R�o de la Plata se ha tomado, (...) Ac� Francisco Ruiz hace la guerra Asunci�n del Paraguay, 1537: A Juan de Ayolas hubo despachado Alude el poeta a Juan de Salazar de Espinosa, fundador de la ciudad junto con Gonzalo de Mendoza. All� ir�n a refugiarse los sobrevivientes de Buenos Aires cuando �sta sea despoblada por �rdenes de Irala: Salazar y los otros que bajaron El guaran� se huelga en gran manera Del asentamiento de la Asunci�n nacer�n los primeros criollos, es decir, los cr�os de los espa�oles o "espa�oles de Am�rica", y tambi�n los mestizos de espa�ol e india, los "mancebos de la tierra" que, en n�mero de 75, responder�n al alarde convocado por Juan de Garay en 1573, para lanzarse aguas abajo a fundar nuevas ciudades: Santa Fe en 1573 y Buenos Aires en 1580, de acuerdo con las directivas del rey impartidas a D. Juan de Zanabria (Capitulaci�n del 22 de Julio de 1547, Cfr. V�ctor F. N�coli). Garay r�o arriba se ha tornado Canta del Barco Centenera, para decir m�s adelante: Al fin a Santa Fe, tiempo gastando, Estaba la ciudad edificada As� alude tambi�n del Barco Centenera a la segunda fundaci�n de Buenos Aires: Habiendo de la guerra descendido, Rehecha en Santa Fe aquesta armada, �C�mo se desarrollaron, cu�l fue el aspecto de esas ciudades fundadas en el siglo XVI, durante casi tres siglos de dominaci�n colonial, hasta el revolucionario siglo XIX americano, que dio la independencia a las naciones hispanoamericanas? La respuesta vendr� en el testimonio de algunos viajeros que se aventuraron por esas comarcas desoladas y riesgosas a caballo, en carreta o en las escasas diligencias arrojadas por los caminos de huella del desierto. Sorpresas y desencantosEs como para pensar. Los conquistadores se asombran, en las primeras d�cadas del siglo XVI, de la ordenada monumentalidad de las ciudades ind�genas, pero los visitantes europeos de las ciudades espa�olas, en los siglos XVII a XIX, no se asombran nunca; antes bien, destacan su humildad y a veces hasta su precariedad en medio de los desiertos pampeanos y andinos, ahogadas por las distancias y las deficiencias de las comunicaciones terrestres o mar�timas, cuyo com�n denominador es el retraimiento, la soledad y el tedio. En p�ginas memorables, Agust�n Zapata Goll�n imagina a los descendientes de los conquistadores, sentados al filo de la barranca santafesina un d�a cualquiera de 1600 o de 1700 o de 1800, devanando la tristeza de la tarde con los ojos inm�viles en la lejan�a. "Algunos tienen ya sangre de Am�rica" -dice- y "a veces hablaban de los pueblos que un d�a dejaron para siempre m�s all� de los montes impenetrables y de los mares misteriosos. Evocaban la vida de las ciudades, el trajinar de puertos y caminos, las costumbres de la aldea, el ambiente jocundo de hoster�as y figones; y algunos tambi�n tra�an a mano el recuerdo de universidades y de escuelas". Pero, vueltos a su propia realidad, a su vida junto a la ribera del r�o ind�gena, al caser�o de Santa Fe, no pueden sino advertir su pobreza desoladora: "Las casas de teja y los ranchos de paja, desparramados en el recinto de la ciudad, van deshabit�ndose y se desmoronan ante la indiferencia de los vecinos. De vez en cuando el Cabildo divaga sobre el abandono y la incuria del vecindario (...) En el ruedo arenoso de la plaza destartalada se oye a veces la voz del pregonero que llama y convoca a los vecinos para una 'muestra de armas \ Detr�s de ventanas y portillos se columbran semblantes mustios de mujeres empavorecidas por el anuncio de guerra y los muchachos atisban agazapados en los cercos de tasis y pisingallos". (11) La estampa no puede ser m�s ruinosa. Por contraste, la ciudad ind�gena bull�a de gente y actividad los d�as de mercado: miles de oferentes y de compradores colmaban las plazas de toda clase de productos intercambiables. Pero esa actividad comercial no cesaba: hab�a calles y distritos dedicados en forma permanente al comercio de toda clase de cosas, como lo cuenta Hern�n Cort�s a su rey en la segunda carta de relaci�n (Cfr. H.C., O. Cit., P�g. 86), coincidiendo con fuentes v�lidas para M�xico y Per�. La imagen concordante que los cronistas dan es la de poblaciones densas y activas, con millares de ind�genas aplicados al bullicioso intercambio de producto. A la inversa, la visi�n de las ciudades virreynales, a�n de las m�s ricas y pobladas, es soledosa, triste, provinciana, as� se trate de M�xico, Lima o C�rdoba del Tucum�n: las poblaciones ind�genas, o se mantienen al margen de ellas o han sido diezmadas y desorganizadas al extremo de su ausencia. A prop�sito, escribi� el arquitecto Jorge Enrique Hardoy en su trabajo: Dos mil a�os de urbanizaci�n en Am�rica Latina: Existen numerosas descripciones de las principales ciudades hispanoamericanas durante esos dos siglos (el XVI y el XVII), e incluso cr�nicas diarias de la vida de alguna ciudad durante per�odos continuos m�s o menos prolongados. De toda esa informaci�n directa surge la imagen de una vida mon�tona y sin sobresaltos, que se sacud�a estacionalmente con la llegada de las flotas de Espa�a con sus productos, sus noticias y sus viajeros, a algunos de los puertos cercanos..." (12) Hubo, de hecho, ciudades m�s ricas e importantes, de mejor traza y dotadas de construcciones abultadas, como Lima, Cuzco, M�xico, Puebla, La Habana o Bogot�, pero a la mayor�a de ellas bien pudo aplicarse el testimonio del viajero Antoine Frazier a la vista de Santiago de Chile: "... toda la arquitectura es de mal gusto... si exceptuamos a la de los jesuitas ..." O en su visita a Caracas: la ciudad "no pose�a otros edificios p�blicos que los dedicados a la religi�n (. . .) los dem�s ocupan casas alquiladas. El hospital de la tropa esta en una casa particular. La Contadur�a o Tesorer�a es el �nico edificio perteneciente al rey y su construcci�n est� bien lejos de anunciar la majestad de su due�o" (13). Ciudades monumentales no las construy� la Colonia en Sudam�rica, con excepci�n de Lima, y menos en el hoy llamado Cono Sur. Edberto Osear Acevedo, al explicar el tema en la Historia Argentina (dirigida por Roberto Levillier) consigna que, seg�n el censo de 1778, viv�an en la ciudad de C�rdoba 7.088 habitantes y en Catamarca 6.441. Hay que reconocer que a veces las opiniones se contradicen. En su trabajo sobre La arquitectura colonial, incluido en la Historia general del arte en la Argentina, el arquitecto Mario J. Buschiazzo alude "el grandioso conjunto de los edificios jesu�ticos" levantados en C�rdoba, las "hermosas casonas" que llenaron Salta o los templos de las reducciones de los indios guaran�es, pero es para advertir, comparando, que "Buenos Aires segu�a siendo el extremo de aquel largo y azaroso camino que se iniciaba en Lima y ven�a a morir en un villorio, que otra cosa no fue hasta llegar al siglo XVIII".(14) La pobreza de Buenos Aires de fines del siglo XVI, se evidencia en el testimonio de un viajero, fray Sebasti�n Palla, que la visit� en 1599. "No hay cuatro vecinos que traigan zapatos -dice-, y medias ninguno... y cual y cual camisa". Comentando estas palabras. Levene agrega: "Y no se trataba solamente de la ropa: no hab�a sillas y la gente se sentaba sobre el cr�neo de los animales. No hab�a vidrios para las ventanas ni puertas para las casas y �stas se tapaban con cueros. No hab�a vasos, y la gente ahuecaba los cuernos del ganado para fabricar rudimentarios recipientes. No hab�a arados, y los agricultores escarbaban apenas la tierra con un om�plato de buey o de vaca... (15). Recordemos -sigue diciendo Buschiazzo- que, seg�n Antonio V�zquez de Espinosa, en 1628 Buenos Aires s�lo ten�a doscientos vecinos espa�oles; es decir, doscientos jefes de familia, lo que dar�a una cifra m�xima aproximada de mil pobladores, m�s la servidumbre ind�gena. Acarette du Bizcay dec�a en 1658 que "las casas del pueblo est�n hechas de barro, porque hay poca piedra en todas esas regiones hasta el Per�; est�n techadas con paja y ca�as, y no tienen pisos altos". Este estado de cosas no ha cambiado mucho a principios del siglo XIX. El ingeniero militar ingl�s Francis Bond Head la visita en 1825 y despu�s escribe: "El agua es sumamente impura, escasa y, por consiguiente, cata. La ciudad est� mal pavimentada y sucia y las casas son las moradas m�s inc�modas a que haya nunca entrado: paredes h�medas, mohosas y descoloridas por el clima, pisos malos de ladrillo, generalmente rotos y frecuentemente con agujeros; techos sin cielo raso, y a las familias no se les ocurre calentarse de otro modo que agrup�ndose en tomo a un brasero colocado puertas afuera..." (16) Santa Fe, ciudad fluvialSi as� era Buenos Aires, �qu� decir de Santa Fe? Soldados, exploradores, viajeros, estudiosos, recorrieron la regi�n del Plata a pie, a caballo, en barco o en carreta desde el siglo XVI en adelante, dejando algunos un vigoroso o colorido testimonio de estos lugares, entre ellos, de Santa Fe. Para no abundar, tomo el testimonio del mismo Bond Head sobre la campa�a santafesina, quien recuerda "su aspecto salvaje, desolado; ha sido tan constantemente saqueada por los indios -escribe-, que no hay ganado en toda su extensi�n, y la gente tiene miedo de vivir all�. A derecha e izquierda del camino y en distancia de treinta y cuarenta millas, en ocasiones se ven los restos de un ranchito quemado por los indios, y al pasar galopando el gaucho relata cu�nta gente fue asesinada en cada uno..." Y concluye: "Est�bamos en el centro de este pa�s horrible". Para quien recuerde la admiraci�n de cronistas y arque�logos a los caminos del incanato antes de la conquista, compare aquello con estas palabras sobre los caminos de la pampa argentina tres siglos despu�s: "El pa�s es chato, sin m�s camino que huellones que cambian constantemente... El pa�s, en completo estado natural, est� cortado por arroyos, riachuelos, pantanos, etc., que es absolutamente necesario pasar. En ocasiones el carruaje, por extra�o que parezca, va por una laguna que, naturalmente, no es honda. Las orillas de los arroyos suelen ser muy escarpadas, y observ� constantemente que pas�bamos por lugares que, en Europa, cualquier militar, creo, sin hesitaci�n informar�a ser infranqueables". En cuanto a los testimonios sobre la ciudad misma, tomo el que me parece m�s expresivo, el del viajero ingl�s John Parish Robertson, que estuvo en el R�o de la Plata en 1812 y lleg� a escribir m�s tarde, ya de vuelta en su pa�s, cierta cantidad de cartas que, fechadas en 1838, transmiten las impresiones de sus traves�as entre Buenos Aires y Asunci�n del Paraguay. Dice Robertson en la carta XVI, seg�n la tradujo Carlos A. Aldao: "Santa Fe est� situado a orillas de un gran afluente del r�o Paran�, llamado el Salado (...) La ciudad es de pobre apariencia, construida al estilo de las espa�olas, con una gran plaza en el centro y ocho calles que de ella arrancan en �ngulos rectos. Las casas son de techos bajos, generalmente de mezquina apariencia, escasamente amuebladas, con las vigas a la vista, los muros blanqueados, y los pisos de ladrillos, en su mayor parte desprovistos de alfombras o de esteras para cubrir su desnudez. Las calles son de arena suelta, con excepci�n de una, en parte pavimentada. Los habitantes de la ciudad y suburbios son de cuatro a cinco mil" (17). Es l�stima no poder transcribir completo un documento tan vivido sobre los habitantes de Santa Fe y sus costumbres. El mismo coincide con la descripci�n que hace en 1850 otro viajero ingl�s, William Mac Cann, en su obra: Viaje a caballo por las provincias argentinas: "La ciudad de Santa Fe se halla situada sobre un brazo del Paran�, en la costa firme, a dos leguas del cauce principal. (...) Tiene ahora un puerto con buenos desembarcaderos, pero en ciertas �pocas del a�o no hay m�s de tres o cuatro pies de calado en la embocadura del r�o (...) Las casas tienen techo de teja o azotea y son de una sola planta. En la mayor�a de ellas, las ventanas carecen de vidrios; el aire y la luz entran directamente por las aberturas de los batientes (...) En las calles, el piso es de arena natural y el tr�nsito se hace molesto cuando sopla el viento (...) Hay alumbrado p�blico y polic�a bien organizada (...) Callejeando por la ciudad y suburbios, me sorprendi� la quietud de Santa Fe, cuyas manifestaciones de actividad son muy escasas, trat�ndose de una capital de provincia y sede del gobierno..." (18) Las misiones jesu�ticasAntes de terminar y como �ltimo cap�tulo de esta rese�a literaria sobre las poblaciones de Iberoam�rica, no puede quedar al margen, en el drama -por momentos tragedia- de la conquista y la colonizaci�n espa�ola del Continente, el papel evangelizador de las diferentes �rdenes religiosas, en especial los franciscanos y los jesuitas. Las misiones jesu�ticas entre los guaran�es, en el Paraguay, y las misiones franciscanas entre los nativos de California, influyeron en la asimilaci�n pac�fica y piadosa del indio, agrup�ndolo en poblados rurales que fijan de un modo singular ciertos aspectos culturales de la, ahora s�, "ciudad indiana" (19), desde el cultivo de la tierra al de las artes, y el cultivo tambi�n del cielo, en comunidades defendidas, planificadas y sujetas a disciplina, pero tolerantes de la idiosincrasia ind�gena en su sentimiento de la naturaleza y de lo sagrado, anim�ndolos piadosamente, relig�ndolos sin mutilarlos -se supone- al margen del sincretismo pagano y del animismo pante�sta, en la fe condensadora y potenciadora de Jesucristo. "S�lo cuando los franciscanos y m�s tarde los jesuitas, comenzaron a evangelizar a los indios, se reconoci� la importancia de la pampa verde para mantener a la cada vez m�s numerosa inmigraci�n espa�ola" - escribe el padre Jos� Marx S.V.D. en San Ignacio, Misiones, al referirse a la presencia aqu� del padre tirol�s Antonio Sepp von Rainegg S.J., quien lleg� a Buenos Aires en 1691 con otros cuarenta misioneros. El mismo padre Sepp anot� en su diario la siguiente descripci�n de una de aquellas misiones, la de los Santos Tres Reyes: "Una calle ancha y recta conduc�a directamente hacia el (inmenso poblado). Sobre la masa homog�nea de bajas chozas de paja y barro, ergu�ase la torre de madera, pintada de blanco, de la iglesia". (.. .)Las calles eran espaciosas y trazadas en forma recta (...) La calle principal conduc�a directamente a la amplia plaza, sita en la mitad del poblado. Tras las chozas de paja de las familias, atraves� casas de adobes, mayores y extensas. En la misma plaza se encontraba la iglesia, amplia e imponente, propia para albergar a miles de personas. Se trataba de una construcci�n de ladrillos cocidos y pintados de blanco; pero la amplia cabriada del techo de la iglesia de triple nave, descansaba sobre enormes pilares de madera. Las puertas de la iglesia, primorosamente talladas, estaban abiertas de par en par, como si quisiera estrechar a una multitud que viniera en marcha". (20) La ciudad rehabilitada -se dir�a- por la piedad y la caridad de las �rdenes misioneras. La ciudad indiana reconstruida sobre las cenizas de la conquista. No quiero idealizar -no lo hizo Lugones en El imperio jesu�tico pero s� puedo pensar, apart�ndome un tanto de �l, que la ciudad aquella era rehabilitada en la justicia de Dios con el cumplimiento del plan evangelizador, como se hab�a querido en un principio, antes todav�a de tomar cuerpo las despu�s incumplidas Leyes de Indias. Es de lamentar que tambi�n la rehabilitaci�n misional de la ciudad ind�gena, de su cultura, del sentido ind�gena de lo sagrado por obra del Credo, del trabajo rural, del arte, cayera v�ctima de las intrigas pol�ticas y los celos comerciales, perdi�ndose para siempre una experiencia de pedagog�a cristiana que pudo significar una continuidad civilizada, en el desbarajuste que la conquista ocasion� en el cosmos nativo. Referencias01 - Centro de Estudios Hispanoamericanos, conmemorando el 40� aniversario de la excavaci�n de las ruinas de Santa Fe la Vieja por el Dr. Agust�n Zapata Goll�n, 16-08-89. 02 - Gonzalo Men�ndez Pidal:" Hern�n Cort�s", en Gran Enciclopedia del Mundo (DURVAN Ed.), Bilbao, Espa�a 1962. 5-894. 03 - Hern�n Cort�s: Cartas de relaci�n de la conquista de M�xico. Ed. Espasa-Calpe Argentina, Bs. As. 1946, P�gs. 60, 67, 85 y Ss. 04 - Pedro Cieza de Le�n, Cit. por V�ctor W. von Hagen: La carretera del sol. Ed. Diana, 1977 P�g. 74. 05 - Hernando de Soto, V.W.v.H. O. Cit., P�g. 90. 06 - Padre Bernab� Cobo. Por Jos� Antonio Busto D.: Per� incaico. Ed. Librer�a Studio, Lima (Per�) 1978, P�g. 340. 07 - Pedro de Cieza de Le�n: Cit. J.A.B., O. Cit., P�g. 305. 08 - Miguel Estete: Cit. J.A.B., O. Cit., P�g. 342. 09 - Garcilaso de la Vega, Inca: Cit. por Diego �ngulo I�iguez: Historia del arte hispanoamericano, Salvat Ed., Barcelona 1945, P�gs. 32 y Ss. 10 - Mart�n del Barco Centenera: Argentina y conquista del R�o de la Plata... Ed. Virginio Colmegna, Buenos Aires 1900. 11 - Agust�n Zapata Goll�n: Las puertas de la tierra. Jornadas del Litoral. Imprenta Universidad Nacional del Litoral 1937. P�gs. 111 y Ss. 12 - Arq. Jorge Enrique Hardoy y otros: La urbanizaci�n en Am�rica Latina. Ed. Instituto Torcuato Di Tella, Buenos Aires 1960. P�g. 60. 13 - Edberto Oscar Acevedo: en Historia argentina (Roberto Levilliery otros). Ed. Plaza y Janes, Buenos Aires 1968. n-869. 14 - Arq. Mario J. Buschiazzo: La arquitectura colonial, en Historia general del arte en la Argentina. Academia Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires 1982. I-179. 15- Fray Sebasti�n Palla, en 1599. Cit. por Gustavo O. Levene en: La Argentina se hizo as�. Hachette Ed., Buenos Aires 1960, P�g. 61. 16 - Francis Bond Head: Las pampas y los Andes. Hyspam�rica Ed., Buenos Aires 1986 P�gs. 27, 36,63 y Ss. 17 - John Parish Robertson: La Argentina en los primeros a�os de la Revoluci�n. Ed. Biblioteca de La Naci�n (Vol. 690), 1916. Traduce. Carlos A. Aldao, P�gs. 36 y Ss. 18 - William Mac Cann: Dos mil millas a caballo, a trav�s de las provincias argentinas... Cit. en: "Santa Fe vista por un viajero". Suplemento cultural diario El Litoral l-VIII-83, P�g. 4, 3a. Col. 19 - "... un urbanismo definido (...) el ejemplo urbano m�s simple de una ciudad teocr�tica", dice Hern�n Busaniche en: Las misiones jesu�ticas guaran�es. Ediciones El Litoral, Santa Pe 1955. 20 - Tres mil guaran�es y un tirol�s. Ed. en homenaje a la memoria del P. Antonio Sepp von Rainegg S.J. San Ignacio, Misiones, Argentina, s/f. P. 34 y Ss. |