EL DESCUBRIMIENTO DE LAS PRINCIPALES ESPECIES VEGETALES
EN AM�RICA DEL SUR
Ignacio Maciel Goll�n

El continente sudamericano irrumpi� bruscamente en la vida consciente del hombre europeo en 1498 como un mundo enteramente nuevo.

Crist�bal Col�n, Almirante del mar Oce�nico, hab�a seguido la orilla del continente sudamericano, sus carabelas se hab�an deslizado a lo largo de la costa sembrada de islas donde el r�o Orinoco vert�a en el mar sus aguas cargadas de detritos de la selva tropical, y hab�an recalado en la isla Trinidad y un a�o despu�s el Capit�n Alonso de Ojeda, cruz� el mar Caribe, sigui� la costa y penetr� en el lago Maracaibo en tierras Venezolanas.

No, fueron los filibusteros, con toda su furia homicida, los que abrieron el continente. Esto estaba reservado a hombres de otra hechura. Fue abierto simplemente por aquellos hombres que portaban las cajas de hojalata para guardar insectos, �tiles para herborizar por los sextantes y las pinzas.

Fueron, pues, los exploradores naturales los que abrieron Sudam�rica. Fue a estos hombres sedientos de conocimientos que, precisamente por ello se le estimaba "inofensivos", a los que se permiti� entrar en el territorio vedado a otros. Con un entusiasmo que salvaba todos los obst�culos, que treparon a los Andes, descendieron por los r�os misteriosos, cruzaron los desiertos, y lucharon para abrirse por las enmara�adas selvas salpicadas de insectos. Volvieron a descubrir el caucho, estudiaron la quinina y la hoja de coca. Midieron la superficie terrestre, se arrastraron por la selva y coleccionaron plantas, estudiaron los animales, midieron las mareas y establecieron la meteorolog�a en el continente.

La frondosa selva tropical dificulta el paso al hombre e impide la penetraci�n de los rayos solares. En ese paisaje compuesto de grandes y frondosos �rboles, lianas y matas, el hombre se abre paso a golpe de machete entre rugidos de las fieras o el canto de las aves.

El calor se hace insoportable, expuesto a las picaduras de los insectos y heridas causadas por las matas espinosas y cuidando de no dar con serpientes que tanto abundan, y en constante peligro de las numerosas tribus salvajes.

Fueron los naturalistas los que descubrieron en el siglo XVIII las riquezas que guardaba esta regi�n, estudiando la fauna y la flora y que realizaron mediciones astron�micas.

Charles Maria de La Condamine y otros partieron con Godin, Bouguer y el Capit�n Verguin, de la armada francesa, para levantar el mapa de la bah�a de Panam�. Pues el c�lebre cart�grafo franc�s d'Anville les hab�a pedido que le proporcionaran algunas nuevas correcciones para su nuevo mapa de Sudam�rica; se dispersaron por las costas selv�ticas del istmo.

El sitio que ocupa la ciudad de Panam� hab�a sido descubierto por Tello de Guzman en 1515 y deriv� su nombre del istmo. Este era el nombre que daban los indios a toda la regi�n por la presencia en ella de un �rbol, de corteza lisa, de la familia de las esterculias, llamado "Panam�". Bast� un momento el espa�ol de mente geogr�fica para darse cuenta de las ventajas de que disfrutar�a una ciudad que se fundara en la bah�a de Panam�, para controlar la entrada del istmo. Por espacio de m�s de un siglo, fue el paso obligado para todo el oro y la plata procedentes del Per� y Bolivia, y tambi�n para todas las mercanc�as de las Filipinas y de las Islas de las Especias, del lejano Pac�fico. Los piratas la asaltaron una y otra vez.

S�lo en la Audiencia de Quito pod�an los f�sicos de entonces completar sus proyectos: la medici�n de un arco del meridiano en el ecuador, y los experimentos sobre la fuerza de la gravedad en el mismo. La Condamine fue uno de los dirigentes de la expedici�n del ecuador. El 16 de mayo de 1735 cuando sali� de la Rochelle, con los astr�nomos y los cadeneros, los bot�nicos y los matem�ticos, a bordo de un buque de guerra franc�s, empez� una nueva �poca en el progreso humano. El lugar fue Sudam�rica; la fecha, noviembre de 1735; la puerta, Cartagena de Indias.

En el mes de marzo de 1743, hab�a llegado la expedici�n a su cap�tulo final. La observaci�n de La Condamine hab�a sido hecha, el arco ha sido medido. Al completar su obra hab�a finalmente medido esta base de comprobaci�n y hallado que la longitud del arco medido directamente difer�a de la longitud deducida de los c�lculos astron�micos en menos de sesenta cent�metros. As� desapareci� La Condamine sobre los Andes del Ecuador, cabalgando al lado de sus servidores con sus mulas cargadas con un telescopio de cinco metros y medio. Y descendi� a la cuenca del Amazonas.

Para �l la selva de Am�rica no era en modo alguno una tierra, sino que era un elemento cuyos habitantes eran �rboles. Todo depend�a en la selva del mundo verde del �rbol. Y todo esto form� parte del nuevo esp�ritu del franc�s.

Luego atrajo su inter�s otra cosa nueva. Los ind�genas le hab�an llevado un trozo de un extra�o "tejido" que se estiraba, al que daban el nombre de cauch�. Era el hule. La Condamine fue su descubridor moderno. Este producto le fascinaba. Visit� las chozas de hojas en las selvas pr�ximas, adonde los mulatos de Esmeralda estaban sangrando los �rboles que produc�an el caucho. Hac�an en los p�lidos troncos incisiones de las que escurr�a la "leche" blanca y viscosa, que un d�a habr�a de crear imperios. Observ� a los mulatos recogiendo la "leche" de las calabazas sujetas a los �rboles, con "caucho" coagulado, y se asombr� al ver como se solidificaba el l�tex. Habiendo visto a los negros verter el "jebe" coagulado en hojas de pl�tanos de dos varas de largo, record� su cuadrante. Si este caucho resisti� al agua, por qu� no hacer con �l una funda para conservar seco su instrumento? Y pronto hizo La Condamine, en la remota selva, una bolsa de caucho para su cuadrante. Sin saberlo fue el primer fabricante blanco de art�culos de caucho.

No era, por supuesto, el primero que hab�a visto el caucho. Este era conocido por todos los exploradores desde que Cort�s vio a los aztecas jugar con pelotas macizas de caucho. Ni fue tampoco La Condamine el primero que mencion� el �rbol del caucho. Pietro Martire d'Anghiera lo hab�a citado ya en sus D�cadas del Nuevo Mundo, y un cronista espa�ol, Juan de Torquemada, hab�a hecho una "descripci�n reconocible" de uno de los �rboles que produc�an l�tex y explicado los m�todos utilizados para sangrar el �rbol, citando sus numerosos usos. Pero el informe de Torquemada hecho a principios de la conquista, que deb�a haber despertado una viva curiosidad, cay� en o�dos completamente sordos.

Los informes de La Condamine, sin embargo, llamaron la atenci�n en Europa sobre el caucho. Suyos fueron los primeros experimentos cient�ficos, suya la primera menci�n del heves; �l fue el primero en lleva a Europa muestras de caucho.

Por otro lado. La Condamine continu� haciendo investigaciones sobre la planta que produc�a caucho. Hab�a visto por primera vez crecer esta planta en la provincia de Esmeraldas, en la audiencia de Quito, y ahora ve�a los �rboles del caucho a todo lo largo de la cuenca del Amazonas. La Condamine se maravillaba al observar la manera c�mo "cuando estaba fresco, pod�a adoptar, por medio de moldes, cualquier forma que quisiera d�rsele, a capricho". Al descender por el r�o, fue recogiendo las siringas y las bombas que los indios hac�an de caucho, y que, entre los omaguas, son un utensilio muy com�n". Llev� a Europa algunos de estos utensilios, junto con trozos de caucho coagulado, y as� empez� la historia de ese producto que habr�a de cambiar la industria mundial.

Descendiendo por el r�o, cuando vio a los ind�genas utilizando "hojas o ra�ces que cuando se arrojan al agua tienen la propiedad de intoxicara los peces, "recogi� la planta y as� se convirti� en el europeo que descubri� el varvascu, o verbasco (Varbascum, familia Escropulari�ceas) que contiene alcaloide conocido con el nombre de rotenona, muy empleado como insecticida. Luego descubri�, como tantos otros viajeros antes y despu�s que �l, que la mayor�a de los indios usaban un veneno resinoso negro que pon�an en la punta de las flechas que lanzaban con cerbatanas". No hay ning�n peligro en comer la carne de los animales muertos por este medio, pues el veneno s�lo es mortal cuando se absorbe por la sangre. El ant�doto, es la sal, pero tambi�n es bastante segura el az�car. Hab�a o�do decir esto a los indios, pero no creyendo, hizo experimentos con el veneno y con supuesto ant�doto, el az�car. Dispar� a una gallina una flecha cuya punta hab�a sido sumergida en curar� (logani�cea, g�nero Strychos), sac� la flecha, administr� unos cuantos segundos despu�s az�car al animal y este no dio el m�s leve indicio de sentirse mal.

M�s abajo de una aldea llamado Manaos, en la orilla derecha del Amazonas, en el punto en que se le unen las obscuras aguas del r�o Negro, otro fen�meno atrajo su inter�s. Tanto los indios como los padres jesuitas le dijeron que ese r�o Negro estaba unido por un canal con las aguas blancas del Orinoco, que cruzaba Venezuela. Un fen�meno geogr�fico importante, ya que todo el valle del Amazonas estar�a entonces unido al valle del Orinoco, por v�as fluviales. La Condamine se convenci� de la realidad de esta conexi�n.

Nunca tuvo Sudam�rica un defensor m�s ardiente que La Condamine. Escribi� sobre el caucho, hizo experimentos con muestras que hab�a llevado consigo, le dio a conocer por primera vez a los hombres de ciencia de Europa; hizo experimentos con el veneno curare, el negro y viscoso agente activo de la muerte en el Amazonas. Experiment� con el uso de la sal y el az�car como ant�dotos. No contento con el veneno hab�a llevado consigo algunas plantas de las que se extra�a y hab�a descripto el proceso de fabricaci�n.

El bar�n Alejandro von Humboldt y su compa�ero, el bot�nico Aim� Bompland (Amado Jacobo Goujad. Este nombre le fue dado por su padre, vi�ndolo tan ocupado en cultivar las plantas de su huerto. De Bonplant, se hizo despu�s Bompland, que reemplaz� su nombre familiar). En julio de 1799 tocaron por primera vez tierra en Caman�. Ciudad que se encuentra entre los r�os San Antonio y Manzanares, en la desembocadura del Orinoco.

Para Humboldt, era la realizaci�n de un sue�o el simple hecho de estar en Am�rica. Se sent�a fascinado por el problema planteado por La Condamine. La comunicaci�n entre el Orinoco y el Amazonas y donde ten�a lugar esta comunicaci�n. Y Humboldt no olvid� su prop�sito principal, remontar el Orinoco hasta sus fuentes y descubrir el punto exacto en el que sus aguas entraban en contacto con las del r�o Negro. Pero ten�a que esperar que pasara la �poca de lluvias hasta diciembre para ascender por el r�o. Se dedicaron, pues, a coleccionar aves, plantas e insectos de la regi�n.

El cacao no se hab�a conocido en Venezuela hasta que llegaron los espa�oles. Fue Humboldt el que describi� su cultivo y su crecimiento.

Originalmente desarrollado por los incas con el nombre de kakua. Linneo hab�a dado al �rbol del cacao el nombre de Theobroma cacao. Originario de los pa�ses c�lidos de Am�rica; en tierra firme se cultivaba desde mucho antes del descubrimiento, y la semilla se consideraba tan valiosa, que se utilizaba como moneda. D�cese que por un esclavo, en Nicaragua, no se daban m�s all� de un centenar de semillas. Sin embargo era una moneda comestible si perd�a el valor adquisitivo, como tantas monedas de nuestro tiempo, por lo menos le quedaba �ste, su valor nutricio, su valor como alimento, y no de un alimento cualquiera, sino de un manjar de los dioses o digno de los dioses, que �ste es el significado del nombre Teobroma (Tereo-Dios, Bromo-alimento).

El chocolate, fue inventado por los mejicanos, incluso la palabra nos la dieron hecha, ya que chocolate deriva de "chocolatl" voz compuesta de "choco" cacao, y "lat�", que no es leche sino agua. La semilla de cacao contiene una substancia estimulante, y cerca de la mitad de su peso es grasa, la manteca de cacao.

En cada aldea nueva encontraban alg�n fen�meno tambi�n nuevo. A mitad de camino por los llanos, en la aldea de Barbula, les hablaron del palo de vaca, como la vaca, daba una leche que pod�a beberse. El criado de Humboldt asegur� que �l beb�a esta leche todas las ma�anas. A�n en este continente lleno de sorpresas, esto era ya excesivo. "Por consiguiente, me acerqu� -dijo Humboldt-, a este palo de vaca con incredulidad".

El �rbol en s� no era impresionante. Parec�a un caimito, con sus bellas hojas de un color verde oscuro, brillante por encima y m�s oscuro por debajo. Estaba cubierto de profundas cicatrices oscuras, producidas por los cuchillos de los que lo hab�an "orde�ado", y Humboldt, para no ser enga�ado, pidi� a su criado que hiciera una incisi�n en el �rbol para orde�arlo. Como la savia de los �rboles es, a menudo, acida o venenosa, Bompland mir� de soslayo a Humboldt mientras llenaba una calabaza con el l�quido espeso y lechoso que sal�a de la hendidura, levant� la calabaza a la altura de sus ojos en una especie de brindis burlesco, y tom� primero un sorbo experimental, y luego un buen trago. Parec�a leche. Ten�a una cierta acidez, pero, aunque ten�a una consistencia espesa, su sabor era perfectamente cremoso y agradable. Profundamente sorprendido, Bompland y Humboldt contemplaron esta maravilla de Am�rica. El �rbol se describi� y dibuj�; result� ser un Artocarpus, (Brosimum �tile) �rbol ya muy extendido en Am�rica ecuatorial. Era de la familia de las morenas, y aliado cercano del fisco eslastica, �rbol que produc�a caucho.

Mucho m�s se sorprendieron cuando vieron las anguilas de una vara de largo en la regi�n de Calaboso que produc�an sacudidas el�ctricas lo bastante fuertes para matar hombres y caballos, que despertaron el inter�s de Humboldt estos tembladores donde la descarga que les lanzaban las anguilas a los caballos ten�an fuerza suficiente para hacerlos arrodillarse. Humboldt, en la orilla, se aterr� al ver esta manifestaci�n de las fuerzas naturales.

El viaje por el Orinoco se aplaz� durante unos cuantos d�as mientras Humboldt experimentaba con la anguila el�ctrica, a la que dio el nombre de Electrophorus electricus.

El r�o Orinoco se extiende a lo largo de Venezuela y su principal tributario, el Apure, sirve de desag�e a la mayor parte de los llanos. Los capuchinos, los franciscanos y los padres jesuitas, controlaban el r�o. El prior de los capuchinos les proporcion� un gu�a por medio del cual podr�an hallar el "canal" que conectaba el Orinoco con el Negro. El Orinoco extiende su sistema hidrogr�fico sobre m�s de 69.000 kil�metros cuadrados. Treinta y tres d�as despu�s de salir de la misi�n de los capuchinos en el Apure, llegaron a la misi�n de San Antonio de Yavita existe la conexi�n entre el Orinoco y el Amazonas. El Casiquiare, un brazo del alto Orinoco que penetra en el territorio del Amazonas. Humboldt fij� la conexi�n en 2� � 43" de latitud Norte. Mientras su compa�ero Bompland se fue al bosque y pronto se encontr� ante una interminable variedad de plantas nuevas.

Ahora el mundo andino ofrec�a nuevas cosas a su atenci�n. Humboldt se convirti� en el primer arque�logo de Sudam�rica al describir las construcciones de los incas. Bompland deseaba enriquecer sus colecciones en Loja, pues ten�a una importancia especial. Aqu�, se encontraban los bosques de los que sali�, por primera vez, la importante planta medicinal, la cinchona, cuya corteza produc�a la util�sima quinina. Mientras Bompland coleccionaba sus hojas y sus flores, Humboldt observaba a los "cazadores de corteza febr�fuga" cuando sal�an de Loja y volv�an algunos d�as despu�s cargados con la corteza en bruto. Escuch� de los ind�genas la leyenda sobre la manera c�mo, en el a�o 1638, fue curada la esposa del Virrey de su fiebre pal�dica por medio de la quinina. Seg�n la leyenda, don Jer�nimo Fern�ndez de Cabrera, Bobadilla y Mendoza, conde de Chinch�n, en una visita a Loja con su esposa, se sinti� sumamente apenado al ver que �sta era atacada de repente por una reca�da de la fiebre pal�dica. El alcalde de Loja sugiri� que se le administrara polvo de quinina, y este remedio, al que se acudi� como �ltima esperanza, logr� que se recuperara inmediatamente la salud. La quinina se conoc�a desde siglos antes, seg�n averigu� Humboldt, y la hab�an utilizado mucho los incas con el nombre de quinaquina. Exist�a una leyenda, seg�n la cual, los indios se enteraron de la eficacia del �rbol observando que los "leones se curaban de la fiebre intermitente royendo la corteza". Al principio, despu�s de la dram�tica cura de la Condesa de Chinch�n la quinina se conoc�a con el nombre de Pulvis contissae, polvo de la condesa; despu�s se le dio el nombre de corteza de los jesuitas, por el cardenal Lugo.

Humboldt cre�a que el comercio de la quinina llegar�a pronto a su fin, si no se realizaban plantaciones en otras partes y que impidan a los indios su destrucci�n. Y, en realidad, as� sucedi� medio siglo despu�s, cuando Ricardo Spruce envi� plantas a la India.

Humboldt y Bompland hab�an pasado tres a�os en Sudam�rica explorando el territorio que forma los estados actuales de Venezuela, Colombia, Ecuador y Per�. Hab�a cruzado las monta�as de Per� hasta Esmeralda, sobre el alto Orinoco, y San Carlos de R�o Negro, en las fronteras de Brasil. Hab�a navegado por el Caribe, hab�a remontado el Magdalena hasta Bogot� y seguido el camino a lo largo de los Andes hasta Quito. El europeo m�s civilizado de su �poca, hab�a viajado 1.000 leguas por tierra, 650 leguas por agua. Sim�n Bol�var que lo conocer�a en Par�s dijo de �l: El bar�n de Humboldt hizo m�s por la Am�rica que todos los conquistadores.

Carlos Roberto Darwin: El 27 de diciembre de 1831 zarp� de Devomport el Beagle, al mando del capit�n Fitz-Roy. El objeto de la expedici�n era completar el estudio de las costas de la Patagonia y de Tierra del Fuego; levantar los planos de las costas de Chile, del Per� y de algunas islas del Pac�fico. Carlos Darwin formaba parte de la expedici�n como naturalista.

Durante su larga excursi�n de cinco a�os, cruz� el mar en todas direcciones, atraves� pa�ses salvajes, vade� r�os y torrentes, intern�se en bosques v�rgenes, subi� a las m�s altas mesetas de los Andes, para estudiar la Naturaleza en todos sus aspectos.

Despu�s de visitar las islas de Santiago y el Cabo Verde, pasa al Brasil, donde siente el �nimo sobrecogido de admiraci�n ante el soberbio espect�culo de aquel pa�s intertropical.

Recorre luego las pampas argentinas en compa��a de los gauchos, expuestos a mil peligros. Y ve la llanura inmensa sin un �rbol, y las costas desoladas de la Tierra de Fuego y de la Patagonia habitadas por salvajes. Atraviesa la cordillera de los Andes, contempla el Corcovado y el Aconcagua. En el Per� admira los restos de la civilizaci�n de los Incas.

El primer contacto de Darwin con Sudam�rica, en Bah�a. Tan pronto como desembarc�, se fue al bosque, completamente equipado con la red y la caja del entom�logo. Se emocion� al encontrarse por primera vez en una verdadera selva tropical. Luego el Beagle zarp� de R�o de Janeiro para dirigirse hacia el sur y proseguir sus estudios topogr�ficos.

En la ma�ana del 25 de julio encontr� que el Beagle estaba anclado en el ancho y turbio R�o de la Plata. A la izquierda estaba Argentina, tan llana como el mismo r�o, extendi�ndose durante miles de kil�metros de pampas ondulantes; a la derecha estaba "La Banda Oriental". Tambi�n �sta ten�a sus pampas, pero a lo lejos se ve�an monta�as, las mismas monta�as que debi� ver en 1515 Juan D�az de Sol�s cuando exclam�: "Monte video" -"veo una monta�a"- exclamaci�n que qued� como nombre de la principal ciudad y capital del Uruguay.

Darwin pas� seis semanas en la Banda Oriental. Coleccion� aves, serpientes y gran variedad de flores. Despach� tambi�n las primeras cien p�ginas de su Diario de Viaje del Beagle.

El Beagle hab�a efectuado una serie de sondeos desde el R�o de la Plata hacia el sur, dejando a Darwin en Patagonia para que pudiera dedicarse a la bot�nica y a la geolog�a mientras se prosegu�an los estudios cartogr�ficos. Permaneci� en Bah�a Blanca, en la desembocadura del R�o Negro donde recogi� sus "monstruos extinguidos". Con un gaucho por gu�a, mont� a caballo y se puso en camino a trav�s de las pampas de la Patagonia hasta Buenos Aires para hacer un viaje de 640 kil�metros en septiembre de 1833. Disfrutaba el placer de poder estudiar los animales y las aves de las pampas sin ser interrumpido por el hombre. Ante �l desfilaban ciervos, guanacos, avestruces, vizcachas, mofetas y armadillos.

Todo esto llam� la atenci�n del joven naturalista y sus observaciones fueron de una exactitud poco com�n.

Despu�s de cabalgar tanto tiempo por las interminables llanuras de aspecto an�mico, llegaron a Buenos Aires.

Unos pocos d�as de reposo y luego, el 27 de septiembre, parti� para otra expedici�n de 480 kil�metros por las orillas del R�o de la Plata, remont� el Paran� hasta Santa Fe, cruz� a Paran� y regres� a Buenos Aires descendiendo por el r�o, que aprovech� para aumentar sus colecciones. Luego el Beagle ley� anclas el 7 de diciembre de 1833: volv�an a la Tierra del Fuego.

Darwin result� ser un excelente observador. Por primera vez, desde su descubrimiento por Magallanes en 1519, se conoci� una historia �tnica de los ind�genas de la Tierra del Fuego. Cuatro tribus dominaban esos territorios: Los tehuelches, llamados patagones, los onas, los huases y los yahganes, todos ling��sticamente emparentados, estaban desparramados por las islas, las abras y los estrechos de la Tierra del Fuego. En la Bah�a del Buen Suceso, el suelo era muy accidentado. Bosques espesos surg�an del mar hasta alcanzar en las vertientes de las monta�as una altura de 460 metros. Entonces le suced�an turberas en las que crec�an min�sculas plantas andinas y aqu� y all� helechos y l�quenes de color gris, que terminaban solamente en la l�nea de las nieves perpetuas. Darwin salt� sobre �rboles ca�dos, trep� a colinas muy escarpadas, y el conjunto de esta masa enmara�ada le recordaba las selvas del Brasil por la enorme masa de vegetaci�n.

En mayo de 1834 entr� el Beagle en el estrecho de Magallanes por segunda vez y ancl� en la bah�a de Valpara�so el 23 de julio.

Todo Chile le parec�a delicioso, especialmente despu�s de la tristeza y el fr�o de la Tierra del Fuego.

Tan pronto como le fue posible, reuni� su equipo y sus gu�as y empez� a caminar hacia el interior del monta�oso pa�s.

As�, pues, Darwin subi� a los Andes a golpear las antiguas rocas geol�gicas con su martillo de ge�logo, a coleccionar plantas, "disfrutando much�simo, vagabundeando por esas enormes monta�as. Desmontaba constantemente, recog�a ejemplares geol�gicos y reflexionaba sobre todo lo que ve�a. Una vez m�s se dio cuenta de la inmensidad de las �pocas geol�gicas, escuchando los torrentes que arrastraban incontables guijarros".

"Todas las razas de animales han pasado sobre la superficie del globo mientras que, noche y d�a, esas piedras contin�an desliz�ndose hacia abajo siguiendo su curso".

Humboldt hab�a empezado el estudio de su topograf�a. Fue Darwin el que dio a Sudam�rica su primera exploraci�n geol�gica completa de la ciencia moderna.

Las islas de los Gal�pagos (o Islas Encantadas), son ba�adas por las aguas de la fr�a corriente de Humboldt.

El Beagle sigui� esta corriente de Humboldt, desde Lima. Lleg� al Archipi�lago de los Gal�pagos el 15 de septiembre de 1835. Darwin al desembarcar en Chathan, vio sus esperanzas defraudadas; dif�cilmente hubiera podido encontrarse algo menos atractivo. Grandes extensiones accidentadas de lava bas�ltica negra que formaban enormes ondulaciones, se elevaban hasta una altura de unos 900 metros. En algunos puntos de la costa se extend�an espesos manglares, en los arsenales crec�an algunas plantas de vida corta y en el interior, en el suelo que parec�a formado por cenizas, se ve�an algunas hierbas, "que parec�an m�s propias de una flora �rtica quede una ecuatorial". El calor, el silencio, el cielo sombr�o, el litoral encerrado entre lavas, parec�an una parte cultivada del infierno. Nadie hubiera cre�do, que en este desolado paisaje lunar nacer�a la teor�a de la evoluci�n. En �sta, rodeado por �rboles sin hojas, por los esquel�ticos y mal olientes arbustos llamados muyuyu y por cactus gigantescos, investig� la geolog�a de las Islas Encantadas. Darwin se encontr� frente a frente con los misterios m�s rec�nditos, con el origen de las cosas.

Las ra�ces de los manglares, arrastradas desde el continente por las mareas, flotaban en las aguas y algas y otras plantas marinas correosas se asieron a las rocas de la costa. Estas plantas encontraron refugio y elevaron al aire sus tallos. Las islas empezaron a cubrirse de un manto verdoso. Luego vino la fauna al encontrar las islas de los Gal�pagos libres de enemigos, se quedaron en ellas. Poco a poco el enigma de la vida empezaba a revelarse. Darwin se puso en marcha a trav�s de los matorrales de arbustos espinosos en busca de algunas plantas. Rodeado de cactus, de lava cubierta de l�quenes verdosos, de cr�teres humeantes y de enormes reptiles, Darwin crey� verse arrastrado a las �pocas antediluvianas.

Las islas Gal�pagos ser�an la obsesi�n de Darwin durante muchos a�os. De esta manera, y mediante tales incidentes imprevistos, se abri� al mundo Sudamericano no por medio de armas de fuego, o de los estragos de las conquistas o las revoluciones, sino por las lentas reflexiones de los hombres de ciencia que fueron a la vez exploradores.

Ricardo Spruce, ingl�s de Yorkshire, bot�nico y tocador de gaita.

Desde que ley� por primera vez el "Viaje del Beagle", de Carlos Darwin, hab�a deseado hacer por la bot�nica de Sudam�rica lo que Darwin hab�a hecho por su zoolog�a. Y en 1849 se cumpl�a el deseo de Spruce.

Spruce marc� un nuevo giro en la exploraci�n en Sudam�rica; por primera vez aparec�a en ella el naturalista profesional.

La Condamine, que penetr� Sudam�rica, hab�a inspirado a Humboldt; Humboldt hab�a inspirado a Darwin; ahora Darwin estaba inspirando a Spruce.

El 12 de julio lleg� el Britannia a Par�. En su barca de vela Tres de Jumbo, pod�a recordar todav�a ese d�a maravilloso. Hab�an penetrado en la desembocadura del Amazonas y seguido sus amarillentas aguas durante kil�metros que llegaron al borde del bosque en las orillas del mayor r�o del mundo. Estos frondosos bosques eran una s�lida falange de �rboles uniformes, sin sombras, sin interrupci�n. El bosque llegaba hasta la orilla del r�o; en las amarillas aguas se ve�an las ra�ces de los altos �rboles; grupos de palmeras alzaban sus frondas por encima del techo de la selva. Hab�a una ceiba gigantesca; un Santa Mar�a; por todas partes gr�ciles palmeras. Las enredaderas trepaban por los �rboles, suministrando la trama que un�a a todo el organismo de la selva en un enorme tejido verde pardo. Luego, la desembocadura del r�o se perdi� en un laberinto de canales, lagunas y enmara�adas v�as de agua.

Unos cuantos kil�metros aguas arriba, en el delta del Par� se encuentra Santa Mar�a de Bel�n. Spruce desembarc� en el muelle sombreado por mangos y otros �rboles tropicales. Deb�a coleccionar plantas y ten�a abierta ante s� toda la naturaleza. Llen� sus prensas con todas las novedosas bot�nicas que ve�a. Comi� pl�tanos, al natural, tal como los arrancaba de los grandes racimos, los comi� tambi�n fritos en grasa y majados con az�car. El pl�tano se lanza al aire con un grueso tallo, y su copa en forma de fuente cae hacia abajo en grandes penachos de hojas anchas hacia su mitad y afiladas en las puntas. Un mundo en el que crecen plantas como �stas, no puede ser viejo. Esta planta es una prueba segura de la vitalidad de la tierra.

El Tres de Jumbo penetr� en un brazo de la gran corriente por el Amazonas le llevaba tambi�n a la inmortalidad bot�nica.

Cuando m�s avanzaba, m�s se convert�a el Amazonas en el Paran� tinga, el rey de las aguas. A Ricardo Spruce se le aparec�a el Amazonas como un �rbol monstruoso. "Hab�a �rboles enormes -dec�a-, coronados con un follaje soberbio, cargados de fant�sticos par�sitos, abrumados de lianas cuyo di�metro variaba desde un hilo, hasta masas enormes parecidas a serpientes pit�n, redondeadas, aplastadas, retorcidas con la regularidad de un cable... Imaginad cinco millones cuadrados de bosques... El mayor r�o del mundo corre a trav�s de la selva m�s vasta... Abundaban mucho las orqu�deas; y tambi�n los ciclantus gigantes con sus hojas b�fidas enormemente anchas y en forma de abanico. Las lianas, que se tend�an de un �rbol a otro (sipos, en el lenguaje tupi). Abundaban la zarzaparrilla; el yurupari-pina, el anzuelo del diablo que pod�an herir gravemente.

El Tres de Jumho sigui� ascendiendo por el Amazonas. Mientras coleccionaba, encontr� bandas de seringuiros, esto es, hombres que iban a la selva a recoger caucho. Spruce los observ� mientras realizaban su trabajo. Los vio sangrar los heveas con una serie de cortes longitudinales, profundos en la corteza. De esas heridas flu�a una leche blanca y viscosa que iba a parar a un cuenco colocado para recibirla. Embardunando paletas de madera con este l�quido lechoso, se ahumaba el caucho para convertirlo en grandes bolas negras que eran enviadas a Par�.

El 8 de octubre de 1850 parti� aguas arriba, en direcci�n a Manaos, pasaron el r�o Madeira. En este punto alcanzaban los �rboles sus mayores alturas; las selvas, m�s vastas que las de ninguna otra parte del Amazonas reciben el nombre de caa-ap�am: los grandes bosques.

Luego llegaron al r�o Negro. El cambio desde las aguas amarillas del Amazonas a las oscuras aguas del Negro fue muy abrupto. Su diario del r�o Negro empieza: "Hoy, viernes, 14 de noviembre de 1851, sal� en mi batal�o con seis hombres por el r�o Negro...

Spruce hab�a o�do hablar del caapi o yag� -la bebida que hace a la gente valiente-; el vino de las almas; el hilo que une al bebedor con los muertos. Spruce observ� a un viejo indio con una calabaza de caapi que tom� unos tragos. El indio se puso p�lido como un muerto y todos los miembros empezaron a temblarle; luego fue asaltado por un paroxismo. Se levant� furioso. El caapi, la bebida que hace valientes a los hombres, hab�a producido su electo. Spruce decidi� probarlo por s� mismo, bebi� una copa de caapi y su fuerte sabor amargo casi le produjo n�useas.

A la ma�ana siguiente el ind�gena le llev� a una palmera sobre la cual crec�a una enredadera de grueso tronco-caapi. Por fortuna estaba en flor, con frutos peque�os y Spruce vio, sin sorprenderse, que perteneciera al orden de las malpigi�ceas, una familia de enredaderas ornamentales trepadoras y del g�nero banisteria. Inmediatamente le puso el nombre: Banisteria caapi o B. quitensis.

Pero su sorpresa aument� "por el hecho de que no se sab�a que existiera ning�n otro narc�tico-malpigi�ceo, ni que estas plantas tuvieran propiedades medicinales de ninguna clase". Para estar seguro de que las propiedades farmaco-din�mica del caapi eran ciertas, recogi� muestras de ra�ces, inici� una serie de investigaciones que hicieron �poca. Sus deducciones resultaron correctas. El caapi es un narc�tico que contiene alcaloides fen�licos que producen reacciones intensas en el sistema nervioso de los mam�feros, y cuando pueda controlarse, ocupar� su puesto entre los elementos m�dicos del hombre.

El descubrimiento de que el caapi ten�a propiedades fisiol�gicas reales, no imaginarias, dio una nueva direcci�n a la investigaci�n. Por primera vez, el mundo verde del Amazonas (el mundo que hab�a dado una farmacopea a la mitad de las tribus indias desde los comienzos de Am�rica) estaba recibiendo una base bot�nica positiva. Spruce recogi� las plantas con las que se preparaba el rape niopo, y aunque proced�a de una acacia, este rap� result� ser tambi�n un narc�tico. Observ� a los ind�genas preparar las semillas del niopo machac�ndolas, observ� c�mo manten�an el producto molido en el hueso de una pata de jaguar, cerrado en uno de sus extremos con resma y en el otro con un tap�n de corcho. Despu�s de verles poner un aparato en forma de "Y" en sus narices e inhalar el rap�, lo ensay� y hall� que produc�a el efecto de un narc�tico. Luego inici� una investigaci�n sobre cuestiones de medicina y magia. Vio que los m�dicos-hechiceros de las selvas no estaban animados �nicamente por la ilusi�n o el fingimiento. El material m�dico que utilizaban ten�a verdaderas propiedades medicinales. Los indios conoc�an la propiedad antiblenorr�gica de la pimienta, el valor terap�utico de la yerba mate o guarana; conoc�an la narcosis parcial provocada por mitigar los dolores del parto de las mujeres, que lograban por medio de las flores del datura, que contiene el principio activo de la escopolamina. Los indios peruanos hab�an descubierto la hoja de coca y la utilizaban como sopor�fico. La coca de los incas era el ipad� de los brasile�os. Spruce vio que lo cultivaban en los alrededores de las molokas y que exist�a tambi�n en estado silvestre. La ipecacuana, que Spruce hab�a tomado a menudo para combatir la disenter�a, la conoc�an los brasile�os desde hac�a siglos. Como la quinina, hab�a sido enviada a Europa en 1672, pero s�lo en �poca reciente se ha preparado en soluci�n el alcaloide hem�tico de la ipecacuana para inyectarlo contra la disenter�a.

El mes de julio de 1853 sorprendi� a Spruce sitiado en Venezuela. Hab�a descendido el Uaup�s y llevado su batal�o aguas arriba por el r�o Negro, hasta San Carlos, la aldea venezolana que marcaba no s�lo la frontera con el Brasil, sino tambi�n la regi�n en la que el Casiquiare un�a al Negro con el Orinoco. Spruce contempl� c�mo las oscuras aguas del R�o Negro ced�an a las amarillas del Orinoco; hab�a llegado al lugar en que el color de los r�os marcaba el punto de uni�n del Amazonas y el Orinoco. Spruce continu� su asalto al mundo verde, pero los g�rmenes del paludismo empezaban a disipar sus energ�as. Entonces, el esp�ritu valeroso de Spruce no pudo sostenerle m�s tiempo, fue abatido por el paludismo.

Hab�a estado ausente cuatro a�os, hab�a cubierto 6400 kil�metros de viaje fluvial. Las plantas coleccionadas ascend�an a m�s de 20.000. Hab�a hecho mapas desconocidos y aprendido los vocabularios de veintiuna lenguas indias.

Spruce se concedi� a s� mismo cuatro meses para restablecerse de esos cuatro devastadores a�os pasados en el alto Orinoco. Poco a poco fue recuperando sus fuerzas y empez� a hacer planes para ascender por el Amazonas, hasta Per�; all� arriba, fuera del alcance de la locura del caucho, podr�a coleccionar en un nuevo reino vegetal. Zarp� el 14 de marzo de 1855.

La peque�a aldea peruana de Tarapoto, a una altitud de 450 metros, sirvi� de hogar a Spruce durante los dos a�os siguientes. Spruce recibi� del gobierno de Inglaterra, la comisi�n de procurar semillas y plantas del �rbol de quinina para sembrarlos en la India.

Spruce reuni� sus enseres, mont� a caballo y sali� con sus guias en direcci�n a Riobamba. Aqu� empez� su asalto al problema bot�nico de la quinina. Hicieron construir una enorme almad�a de dieciocho metros cuadrados, se embarcaron en ella con las semillas y las estacas, y, asistido por remeros ind�genas, descendieron flotando la corriente hasta Guayaquil. Spruce hab�a terminado su trabajo.

Luego, al fin, abrumado por los dolores y por las fiebres continuas, tras de su estancia de dieciocho a�os en Sudam�rica, Ricardo Spruce tom� un barco para Inglaterra. Desembarc� tranquilamente en Southampton. No hab�a ning�n comit� de recepci�n. Entre sus dolencias, trabaj� sobre los 30.000 ejemplares de plantas que hab�a coleccionado, clasific� los veinti�n vocabularios de los indios del Amazonas, orden� los mapas que hab�a hecho en el curso de sus 16.000 kil�metros de viajes fluviales, y cuid� la monta�a de notas que habr�an de convertirse en un libro que relatara minuciosamente sus viajes.

Alcides Dessalines D'Orbigny. El 15 de noviembre de 1825, el Museo de Historia Natural de Par�s confi� al joven sabio la misi�n de visitar, explorar y estudiar la fauna y flora de las regiones australes de la Am�rica del Sur. El 31 de julio de 1826 parti� del puerto de Brest. Se detuvo en Tenerife, R�o de Janeiro, Montevideo y lleg� a Buenos Aires.

Ocho a�os, desde 1826, anduvo D'Orbigny por tierras del Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Per� y Bolivia. Los estudios de su Viaje comprenden 160 mam�feros, 860 p�jaros, 115 reptiles, 166 peces, 980 moluscos, 5.000 insectos y crust�ceos, 3.000 plantas, y aportan tesoros de conocimientos a la geolog�a, la paleontolog�a y la etnograf�a. Para ello, D'Orbigny hab�a recorrido 3.100 kil�metros de Norte a Sur y 3.600 de Este a Oeste por tierras americanas, desconocidas e inh�spitas, expuesto a todos los peligros y desafiando todas las aventuras.

D'Orbigny sale de Buenos Aires, remonta el Paran�, pasa por Misiones, llega al Paraguay, se interna en las regiones que vio Azara; regresa a Buenos Aires y, dirigi�ndose hacia la Patagonia, alcanza el R�o Negro. Vuelve a Montevideo, observa a los charr�as y luego, por el Cabo de Hornos, parte a Chile, lo visita de Sur a Norte, entra al Per�, trepa los Andes, se interna por las mesetas bolivianas, recorre llanuras hasta el Brasil. Regresa a Per� y de all� a Francia. Ocho a�os de esfuerzos y penalidades, lleva consigo apuntes, documentos, dibujos, observaciones personales y un c�mulo de meditaciones.

"Me embarqu� el 29 de julio en el puerto de Brest y ganamos alta mar. Desembarcamos en el muelle de Tenerife. Nada me faltaba para ser feliz... Estaba en Am�rica. El 24 de septiembre estaba en R�o de Janeiro. Nos ofrecieron los deliciosos frutos americanos: anan�s, bananas, naranjas Pasaron doce d�as que dediqu� a investigaciones de historia natural por los alrededores de R�o. Jam�s olvidar� el interior de las selvas v�rgenes brasile�as.

"El 30 de octubre en Montevideo. Esperaba ver altas cimas, pero cual fue mi sorpresa al encontrar un territorio completamente llano. Comenc� entonces a dedicarme a la bot�nica: las bermudas o sisyrinchyum con flores de colores variados, verben�ceas, compuestas, etc. helechos licopodio.

"Las islas del Paran�, est�n cubiertas de sauces que adornan sus bordes y en su interior crecen dos especies de laureles, Laurel-min�, cuya corteza se aprovecha para curtir los cueros, y laurel blanco. Se encuentra tambi�n el ceibo, de hermosas flores p�rpura. Los nativos pretenden que su tronco es ara�ado con frecuencia por las garras de los jaguares, que lo buscan, en raz�n de su escasa dureza, para afiliar sus armas. La mayor parte de esos sauces est�n cubiertos de lianas u otras plantas trepadores y los ya asfixiados yacen ca�dos; en sus intersticios prolifera infinidad de plantas acu�ticas o ribere�as; en lo alto el timb�, se distingue por un follaje espeso, verde brillante y palmeras, sus manojos de hojas en abanico; el sangre-drago, que produce una resma, y el palo de leiche, llamado as� porque destila, de las incisiones practicadas en su corteza, un licor lechoso que tambi�n produce resma, avanzando entre las islas cada vez �rboles diferentes. Los bosques que cubren la tierra se distingue por una vegetaci�n que se mezcla a las otras especies: la palmera d�til, que los guaran�es llaman pindo, cuyo tronco recto y delgado y el elegante penacho de hojas que adorna su cima. La palmera yatai que cubre los arenales. Su tronco es grueso y cubierto de antiguas marcas correspondientes a la inserci�n de las hojas, en la que arraigan con facilidad unos ficus que terminan por sofocar el �rbol. En medio de esta vegetaci�n nueva y de las m�s variadas, se ve�a el lapacho (tay�, para los guaran�es), gran �rbol, cubierto de flores rojas, antes de tener una hoja; el follaje leve del curupa� con sus lindas hojas lanceoladas, envolviendo manojos de flores en plumeritos, cuyo perfume embalsamaba los aires. Este �rbol, cuya corteza produce un tanino excelente, constituye un apreciable objeto de comercio en la comarca. El Ibahai (Fruta agria: ib�, fruta, y hai, agria en guaran�) �rbol grande como el lapacho, pero de fruto amarillo como una manzana que gustan a la poblaci�n, aunque me parecieron amargos en exceso, y adem�s de considerar con disgusto sus en�rgicas propiedades laxantes. Mil lianas de todas clases con flores de colores tan variados. As� era el cuadro que presentaban a mi vista los bosques de Itat�. Recorr� las chacras: campos de ca�a de az�car, mandioca, algod�n, batatas (yet�, para los guaran�es) y plantaciones de ma�z y porotos.

"El cultivo del tabaco absorbe todo el tiempo a esa gente de campo y la planta constituye el objeto principal de su comercio.

"La segunda rama del comercio de la zona es la del producto de la ca�a de az�car. En el campo se obtiene por fermentaci�n aguardiente de ca�a de az�car llamado ca�a; por esto se ve en cada casa un alambique de barro cocido, con un ca�o de fusil por tubo o refrigerador, por medio del cual cada finca produce con toda comodidad su provisi�n de aguardiente.

Ya est�bamos en el territorio de la laguna Iber�. Un silencio hosco ca�a sobre los enormes pantanos, refugio de los ciervos y dem�s mam�feros que huyen del hombre. Era un bosque de m�s o menos un cuarto de legua de per�metro, rodeado de pantanos profundos que en el interior, debido a la profundidad del agua, estaba llenos de bamb�es de cincuenta a ochenta pies de altura, cuyas ramas elegantes esgrim�an unas espinas que inspiraban miedo de acercarse. El suelo se compon�a de pantanos profundos, por lo general cubiertos de juncos. La laguna Iber� cubre con sus esteros una superficie en m�s de doscientas leguas cuadradas. Su nombre: Iber�, voz compuesta por las palabras guaran�es i: agua, y bera: que reluce, que brilla: agua brillante, agua luminosa.

"Descendiendo por el Paran�, hall� una planta que es tal vez, una de las m�s hermosas de Am�rica. Es conocida por los guaran�es con el nombre de yrupe, (palabra compuesta de y: agua, y de rupe: plato grande o tapa de cesta redonda) de hojas redondas, flotando en la superficie de las aguas, de un tama�o de uno a dos metros con grandes flores de m�s de un pie, de color tanto viol�ceo, como rosado o blanco, y exhalando un perfume delicioso. Esas flores producen una especie de fruto esf�rico, que, en su madurez, est� lleno de granos redondos muy harinosos, lo que hace que a esa planta se le denomine ma�z del agua por los espa�oles del pa�s, quienes seg�n parece, recogen tales granos y los tuestan para comerlos.

"Las principales familias de plantas de que se compone la vegetaci�n: La palmera yatai cubre extensiones inmensas y se�ala el suelo apto para el cultivo. Su fruto engorda a los animales y produce, por fermentaci�n, un buen aguardiente. Su pepita proporciona asimismo un aceite de coco muy bueno, la palmera pindo que teme a los rayos del sol; por eso crece en medio de los grandes bosques tupidos. La palmera corondai, crece en medio de los pantanos. Su tronco sirve para construir techados y vigas; con sus hojas se hacen sombreros de paja. Las caraguat�s de los guaran�es. Una de sus especies, le reserva, en el c�liz de sus hojas, un agua saludable al viajero. Otra un anan� comestible y de muy buen sabor. La flor del aire de silvestres: la suculenta guayaba: la iba poro, cuyo fruto reto�a sobre el de tronco del �rbol; la �angapiri, de fruta roja, la cereza del pa�s. El a�il de del flores rosadas, la p�dica sensitiva, la vergonzosa de los espa�oles. La yerba del Paraguay o mate cuyo comercio es uno de los m�s lucrativos. La iba C0 poro de fruto negro de sabor algo agrio y agradable. El �angapiri es una OS frutita roja comestible. La iba viyu azucarado y dulce. La tutia, de frutita roja. La ibapo�i, higuera que produce higuillos. El algarrobo, o ibope tan a �til a los habitantes.

"En Carmen Patagones, por la ruta del r�o Colorado; el principal prop�sito de ese viaje era visitar un lugar de superstici�n que los indios hab�an hecho c�lebre; un �rbol reverenciado por las hordas salvajes y �a conocido, en el pa�s, con el nombre de Arbol de Gualicho o del dios del mal. Objeto del culto de los salvajes. Como toda la traves�a al R�o Colorado carece por completo de agua, los viajeros se han visto obligados a suplirla cavando recept�culos donde el agua se deposita durante las lluvias. Despu�s de dos leguas de marcha, por llanuras cada vez m�s cubiertas de zarzales, vi finalmente en el horizonte al �rbol de Gualicho, que aislado, como perdido en medio del desierto, domina todos los alrededores. Puesto que ese territorio fue m�s a menudo recorrido por los puelches, fueron ellos que perpetuaron el nombre de su genio del mal, d�ndosele a ese �rbol, al que atribuyen el mismo poder. Es el dios de ese camino, que es menester conquistar para recorrer el espacio sin malos encuentros y sin accidentes. Es un �rbol achaparrado, tortuoso, todo espinoso, de copa ancha y redonda, tronco grueso y nudoso, un algarrobo. Las ramas del algarrobo sagrado est�n cubiertas de ofrendas de los salvajes; se ven colgadas: all�, una manta, poncho, cintas de lanas, hilos de color, ropas m�s destruidas por el tiempo. Ning�n indio pasa sin dejar alguna cosa. Esqueletos de caballos degollados en honor del dios del lugar.

"El suelo de la Patagonia es �rido al extremo; pero, hacia el norte, en las pampas, se cubre de hierbas; m�s al norte todav�a, de bosques tupidos; y pasa, finalmente, a la vegetaci�n tan exuberante que adorna al Brasil.

"La vegetaci�n de las llanuras, cuya fisonom�a es triste y mon�tona al extremo ... Nada de �rboles ... por eso el �nico que hay, es el del Gualichu, es reverenciado por los viajeros salvajes -.. Nada de plantas altas; en su lugar, zarzales espinosos, achaparrados, casi todos desprovistos de hojas o con hojas muy peque�as. Apenas, en la primavera, algunas gram�neas o plantitas. Me impresion� cuando ascend� la meseta de los Andes bolivianos la semejanza con la Patagonia; el mismo aspecto general, la misma aridez presentan. Hall� las mismas plantas y los mismos animales. Las llanuras �ridas de la Patagonia se caracterizan por las plantas compuestas del g�nero Chuquiraga. Cuando despu�s de haber atravesado esos terrenos �ridos, se llega a las orillas del R�o Negro, de inmediato, todo cambia... la superficie de las orillas, que recibe algo de humedad del r�o, presenta, en seguida, una naturaleza distinta. Las llanuras est�n cubiertas de gram�neas y de numerosos ciper�ceos mezclados a muchas otras plantas siempre verdes; y las m�ltiples islas del r�o reciben en todas partes sombra de esbeltos sauces que la naturaleza sola hace crecer.

"Recog�, durante mi estad�a en la Patagonia, 117 especies de plantas.

"En mi estad�a en La Paz (Bolivia) mis visitas al mercado me permitieron obtener ideas exactas de las provisiones de los alrededores, frutas de todas las regiones; variedad de papas deliciosas, de ra�ces de oxalis (oca), de qu�noa y de chu�o, excelentes bananas (pl�tanos), de anan�s (pi�as), de aguacates (papayo), chirimoyas y de otras frutas. Hay, en efecto, pocos pa�ses en el mundo que, en un radio de seis a diez leguas, tengan tantos productos tan variados. Las colinas cubiertas de magn�ficas vi�as que dan un vino del mejor. Los campos de ca�a de az�car y del cacao.

"Todo es pintoresco, los bosques v�rgenes de las monta�as de Yungas, donde el color es tan variado como el follaje de los �rboles. La vegetaci�n estaba sobre todo adornada de magn�ficos helechos fosforescentes, cuyos penachos, ca�an como sombrilla alrededor de su copa.

"En la provincia de Yungas en lengua aymar� con valles muy c�lidos y muy h�medos, favorables al cultivo de la coca. La coca, o mejor dicho Cuca, de acuerdo a la pronunciaci�n de los indios. Es (Brythrxylo peruvianum) peque�o arbusto que llega a tener tres o cuatro metros de alto. C�lebre en la �poca de los Incas, estaba entonces reservada para la familia real o sus protegidos. Cuando la hoja se endurece, se le cuece, lo que se llama mita. Se hacen cosecha 304 al a�o. Se la seca al sol y se termina al secado en dep�sitos. Los indios la llevan siempre en unas bolsitas (chuspa) que tienen colgadas al lado izquierdo. En ciertas provincias, los ind�genas queman los tallos de la qu�nos, formando con su ceniza panecillos que llaman lliota, o toman cal, que gustan, de tanto en tanto, mientras mastican la coca. La manera de masticar la coca se llama acullicar, y consiste en formar una bola de hojas y mantenerla en uno de los lados de la boca, para exprimir el jugo, a medida que se humedece, y arrojarlo cuando ya no tiene sabor.

"La naturaleza salvaje es todav�a m�s rica. Muchas especies de quinina, el Matico, especie de piper�cea, cuyas hojas se considera que curan de inmediato las heridas. El Vejuco, especie de aristoloquia, como espec�fico contra la mordedura de serpientes, y muchas otras plantas, ya sea como drogas, sea como sustancias tint�reas.

"Las palmeras est�n muy extendidas y son muy vanadas: sus diversos follajes presentan los m�s graciosos contrates y prestan al mismo tiempo los m�s grandes servicios a la sociedad. Forman algunos bosques inmensos como el cucich (Qrbignya phalerata, Mart.) el totai, el motacu (Maximiliana princeps) el carondai (Copernicia cerifera). Las hojas sirven para cubrir las caba�as de los ind�genas; o tejas hechas con troncos del corondai; con las hojas hacen tejidos para sombreros.

"La naturaleza salvaje es todav�a m�s rica. Las partes altas de las monta�as, que est�n al mismo mvel de la zona de las nubes, est�n cubiertas de muchas especies de quinina. Los �rboles de enormes dimensiones proporcionan madera de diversidad de colores.

"En el departamento de Cochabamba el gusto por la chicha, especie de licor fermentado, hecho de ma�z, constituye un art�culo de primera necesidad y un gran placer. Para satisfacer ese gusto, hace falta ma�z triturado; pero los aficionados a la chicha creen que el ma�z masticado es infinitamente mejor. Y los propietarios de haciendas tienen derecho a exigir de sus indios, de acuerdo a lo convenido, uno o dos quintales de ma�z mascado por a�o, para hacer la chicha. A ese efecto, los pobres ind�genas est�n obligados a emplear d�as enteros a esa tarea. Toman un pu�ado de ma�z, met�rselo a la boca, triturarlo y mezclarlo con saliva. Lo escupen y lo colocan sobre un cuero, hasta obtener la cantidad exigida por el propietario. Se somete a una cocci�n, luego se vierte en recipientes hasta que fermente.

"En la provincia de Chiquitos los bosques son notables la multiplicidad de las maderas de construcci�n y la riqueza de sus colores. Los lapachos y los m�s hermosos cedros pueden proporcionar maderas para armazones de gran tama�o, y el cuchi, el laurel, etc., maderas amarillas, rojas, violetas, los materiales m�s adecuados para la ebanister�a y el enchapado de muebles, y el te�ido de las telas. Las palmeras con sus diversos follajes prestan grandes servicios. Las hojas del matacu, del sumuqu� y del totai sirven para cubrirlas caba�as o tejas hechas con troncos de carondai, con las hojas hacen tejidos para sombreros. La dureza de la madera de la chonta hacen puntas de flecha, fabrican sus arcos y �tiles de labranza. El marayahu da una fruta agradable; el motacu aceite de su coco. La palmera real (Mauricia vinifera) proporciona por fermentaci�n un licor muy agradable, en tanto que el totai (coco totai) da un pan muy agradable, un licor y su coraz�n puede comerse crudo o cocido.

"Entre las dem�s plantas salvajes, una acacia de tintura negra; un iris tintura roja, el lapacho el mejor jab�n, el copal que queman como incienso e infinidad de frutos."

D'Orbigny, pudo realizar con bastante comodidad los viajes por esos r�os. Las piraguas que lo llevaban, hecha con un solo tronco ahuecado, tienen por lo general de nueve a doce metros de largo, por uno o dos de ancho. El n�mero de remeros var�a de acuerdo ala longitud del bote. De esta manera viaj� en la provincia de Moxos. Los indios no tienen otra indumentaria que una larga camisa sin mangas, hecha con la corteza de la higuera Bibosi. Se detuvo en un sitio poblado de higueras, y todos los indios se dispersaron para hacer su cosecha. Eligen los �rboles nuevos, sin nudo, 1o derriban, lo despojan de sus ramas y marcan en el tronco la longitud necesaria para cada camisa: la corteza debe ser enroscada en s� misma con el objeto de evitar las costuras. Hacen una incisi�n circular del largo buscado, practican una hendidura longitudinal, introducen debajo de 1a corteza un trozo de madera cortada en bisel y la despegan de la parte le�osa sin romperla. Una vez desprendida, la pliegan desde la punta de trav�s, de modo que se separe la parte exterior, dura, de la interior, blanca, espesa la �nica que utilizan. Armados con una maza cuadrada y marcada con profundas estr�as transversales, golpeaban sucesivamente para separar 1as fibras de la corteza. La estiran y la lavaron en el agua, la extienden, la dobla en dos, hacen un corte para pasar la cabeza y coserla en los costados.

Itira es el nombre de la planta que da la tintura violeta que los indios utilizan para colorear sus camisas de corteza.

De Moxos viaja a Cochabamba, remontando el Mamor� hasta el pa�s de los yuracar�s, donde atra�do por tantas cosas nuevas, los d�as le parec�an cortos para las investigaciones de historia natural. Haber llegado as� a donde ning�n otro alcanzara. Viaj� a Potos�, La Paz. Viaj� por mar de Arica a Lima, por la costa del Per�, regresando a Europa por Valpara�so y el cabo de Hornos.

Guillermo E. Hudson. Sus padres emigraron a la Argentina en 1833 y se establecieron en Quilmes, en un campo chico llamado "Los Veinticinco Omb�es" situado en la margen izquierda del arroyo Conchita. Pose�a los veinticinco omb�es que le dieron el nombre Estos omb�es, en los que jug� de chico y que toda su vida recuerda el �rbol de su infancia, cuyo nombre usa como t�tulo para su libro de cuentos sudamericanos. En su vejez escribe. Ser� el �rbol Hermos un roble, o un cedro, un olmo ingl�s o nortemaricano? Hudson anota al margen: probablemente un omb�.

Antes de que otros �rboles hubieran sido plantados, el primitivo y gigantesco omb� prestaba valiosos servicios; serv�a al viajero como gigantesco moj�n y gu�a en las grandes y mon�tonas llanuras; brindaba fresca sombra al jinete y a su cabalgadura en verano, y con mucha frecuencia el curandero empleaba sus hojas para curar los males al paciente que necesitaba un activo remedio.

M�s adelante recuerda cuando ten�a nueve a�os de edad, un d�a encontr� cierta flor que le produc�a extraordinaria fascinaci�n, y del instante en que la descubri� se convirti� en una de mis flores sagradas. Le llev� una a su madre, "pero me desilusion� mucho al ver que ella la mir� s�lo como una flor cualquiera. Era extra�o que mi madre, que siempre ve�a lo que pasaba en mi mente y que amaba todas las cosas bellas, especialmente las flores, no se hubiera dado cuenta lo que yo hab�a encontrado en ella.

"A�o m�s tarde, despu�s que muri� mi madre, y cuando yo era casi un hombre y viv�a en Chacamuso, un bot�nico me la describi�.

"Viviendo en Inglaterra, desde entonces mi deseo de encontrar su tumba y plantar en ella la flor que llevaba su nombre. (Denothera odorata)."

Hudson se cri� en las pampas argentinas y fue un notable naturalista.

Muchas y muy hermosas descripciones nos ha dejado en sus libros, relatando sobre plantas, animales, personas y leyendas. "All� lejos y hace tiempo" describe las plantas, insectos, aves, reptiles. Sus libros est�n llenos de observaciones valiosas. "D�as de ocio en la Patagonia", resalta sus andanzas en las pampas. "Llanura de Patagonia. El naturalista en el Plata, entre otros.

A los treinta y tres a�os partir� de la tierra en que naci�, no obstante su gran afecto por la tierra natal a Inglaterra el 12 de abril de 1874.

Muere en 1922 en Inglaterra, su l�pida con la inscripci�n que eligieron sus amigos. "Am� los p�jaros, los lugares verdes, el viento en los matorrales, y vio el brillo de la aureola de Dios".

(En el siglo XVIII el continente Sudamericano fue desnudado ante los ojos del mundo y fueron los naturalistas los que los exploraron). Pero los trabajos de La Condamine, Humboldt, Bompland, Darwin, Spruce, D'Orbigny y Hudson, constituyeron s�lo el comienzo. Despu�s hubo un verdadero desfile de sabios que continuaron sus observaciones en el campo natural.


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