LA CORRIENTE COLONIZADORA DEL ESTE. SOLIS-GABOTO
J. Catalina Pistone

I. Tratado de Tordesillas

Después del descubrimiento de América, el Papa Alejandro VI fijó la línea de demarcación de los dominios españoles y portugueses a cien leguas de las islas Azores y del Cabo Verde mediante la bula de junio, julio y septiembre de 1493. Juan II de Portugal rechazó esa demarcación, pues sabía ya que las nuevas tierras se hallaban a mayor distancia. El rechazo produjo la reunión de Tordesillas el 7 de junio de 1494, en la cual se convino en trasladar la línea señalada por Alejandro VI, 370 leguas al Oeste del Cabo Verde. De ese modo quedaba en poder de Portugal parte del nuevo continente no descubierto todavía oficialmente. La imprecisión dio tema para interminables controversias entre ambos gobiernos. (1)

II. Exploración de la costa Atlántica del Nuevo Mundo

Antes quede la región del Río de la Plata se supo de la existencia del Brasil en los centros exploradores europeos. En la rivalidad que había en materia de descubrimiento de nuevas tierras, especialmente entre España y Portugal, parece ser que en 1493 y l494 hubo un viaje clandestino a las costas brasileñas por Joao Coelho, y en l498, una expedición al mando de Duarte Pacheco Pereira. Navegantes españoles conocieron también la existencia de esas tierras: Vicente Yáñez Pinzón, Juan de la Cosa, Rodrigo de Bastidas, Alonso de Ojeda, mucho antes que el descubridor oficial, Pedro Alvares Cabral, en 1500, de lo que se llamó primeramente Tierra de Santa Cruz.

Conversando con el doctor Enrique de Gandía y luego de haber leído sus trabajos acerca de la tesis de los viajes de Américo Vespucci, especialmente el de 1501-1502, es nuestro deber presentarla, ya que si bien es cieno que hace más de cincuenta años fue rebatida, ahora se la ha vuelto a exhumar, aportando en esta oportunidad mayores precisiones y un número más amplio de vespuccistas. Según lo dicho por Enrique de Gandía. "Alberto Magnaghi, en 1924 como en 1929 admitió que Vespucci descubrió el Río de la Plata y llegó hasta el paralelo 50 de latitud sur. Esta tesis fue aceptada y repetida por Pohl, Ruiz Guiñazú, Amando Melón y Tomás Marcondes de Souza, hasta que lo volvió a recalcar Laguarda Trías. Asimismo Levillier desde 1940 se dedicó a este estudio y lo reconoció Germán Arciniegas. Lo comprobamos nosotros y otras vespuccistas", repite Gandía.

Y continúa:

"Levillier, en su estudio preliminar a 'Américo Vespucio. El Nuevo Mundo. Cartas relativas a sus viajes y descubrimientos', edición de Buenos Aires, 1951, expuso las concordancias de los viajes de Vespucci y sus cartas con los mapas de la época. Queda en claro que el viaje clandestino de Vespucci, de 1501-1502, le da la gloria de ser el primer descubridor del Río de la Plata, bautizar el cerro de Montevideo con el nombre de Pináculo de tentio y explorar la costa patagónica hasta los 50 grados. Levillier no conoció la demostración posterior del ingeniero Nicanor Alurralde que demostró, muy sencillamente, cómo una tormenta llevó mar afuera las naves de Vespucci y les hizo descubrir las islas Malvinas". (2)

En otra de las publicaciones de Gandía, la última y más importante sobre este tema, amplia el trayecto que recorrió Vespucci y dice: "Era el primer hombre que recorrió las costas americanas del Atlántico, desde los actuales Estados Unidos hasta las Malvinas. Fue el descubridor del Brasil, de Venezuela, de Colombia, del Uruguay y de la Argentina, hasta las Malvinas. Los historiadores, salvo alguna excepción en la Argentina y en Colombia, han negado, disminuido o ignorado sus méritos. En Italia tampoco se le hizo justicia". Y finaliza Gandía: 'Algún día, todas las naciones por él descubiertas le levantarán un monumento". (3)

Volviendo a retomar el hilo de los descubrimientos sobre la costa Atlántica, diremos que luego del tratado de Tordesillas, entre Portugal y España, se celaban entre sí respecto de los viajes clandestinos que tanto una nación como la otra, hacían. Las autoridades españolas apresaron a algunos agentes secretos de Portugal, quienes declararon el interés de este país en asegurar la navegación desde la costa del Brasil hacia el sur desconocido.

Conocedora España de ese interés, quiso adelantarse a su rival para tener el dominio de las tierras que le pertenecían, según el tratado aludido. Y en 1512 comenzó a preparar en secreto una expedición al mando de Juan Díaz de Solís con el objeto declarado de fijar los límites de las posesiones españolas de Oceanía y tomar posesión de las Molucas y de Sumatra. (4)


III. Juan Diaz de Solís

Encontrándose la Corte española en el pueblo de Mansilla, en donde el 24 de noviembre de 1514 se extendió la consiguiente capitulación para que Juan Díaz de Solís, uno de los pilotos mayores del reino, se pusiera al frente de una expedición, con el encargo de bordear la costa oriental sudamericana basta descubrir un paso o canal que permitiera el acceso al Mar del Sur, para seguir por él, aguas arriba, hasta "las espaldas de Castilla del Oro", es decir, parte de Colombia y Guatemala, "la tierra donde agora esta Pedro Arias". En efecto, la conquista y población de esa tierra había sido capitulada con Pedrarias Dávila. Llegado a ese punto, Solís despacharía mensajeros dando cuenta de lo navegado. En las correspondientes instrucciones se ordenaba que, llegado a Castilla del Oro, debía continuar navegando "e ir descubriendo por las dichas espaldas de Castilla del Oro, mil e setecientas leguas o más si pudiéredes", hasta descubrir un paso al Atlántico por el Norte.

Una de las tareas más importantes consistía en tornar alturas en todos los puntos de la costa a fin de delimitar la zona que correspondía a Portugal. Se estableció que Solís conduciría tres naves, una de sesenta, y dos de treinta toneles y víveres pata dos años y medio.

Corrió esta expedición por cuenta de la Corona, siéndole entregados a Solís cuatro mil ducados por el contador de la Casa de Contratación, López de Recalde.

En las instrucciones recomendábase a Solís que la empresa debía aparecer como propia, sin otra intervención de la Corona que la licencia y entrega de algunas armas, "porque el viaje que ha de hacer conviene que sea secreto por muchas causas, y que se despache con toda diligencia a que lleve buen recaudo de gente y mantenimientos". (JOSE TORIBIO MEDINA: Juan Díaz de Solís).

España desconocía la extensión de la costa americana que correspondía a Portugal, de acuerdo al convenio de Tordesilla, pues las cartografías lusitanas se extendían hasta la Cananea -con el nombre de Cananor- y situaban ese punto en una longitud distante en muchos grados de la línea de demarcación hacia el oriente, hecho que justifica la reserva de Fernando V que ignoraba hasta qué punto podría lesionar los derechos reconocidos a Portugal. De ahí que una de las misiones de Solís consistiera en determinar la posición de los puntos de la costa que hiera descubriendo.

El 9 de octubre de 1515 partió la expedición desde el fondeadero de Bonanza, en Sanlúcar de Barrameda. El Rey encargó a los oficiales de la Casa de Contratación que en los monasterios de Sevilla encomendaran muy especialmente al Señor viajes semejantes al de Solís y les recomendó, además, que en su ausencia favoreciesen a su mujer y hermanos. (EDUARDO MADERO: Historia del Puerto de Buenos Aires).

Proa a las Canarias, al llegar a ellas se enfiló hacia la costa americana, favorecidos por vientos del este, del este-nordeste o del este-sudeste, y en noviembre se avistaron los rojizos barrancos del cabo San Agustín, cuya situación se fijó en S~ 114 sur. Tomado rumbo suroeste, después de pasar el cabo Santo Tomé, "no pudieron reconocer el Cabo Frío sino por la altura", dice el diario de a bordo, demostrando que conocían la situación de ese punto. Entraron de inmediato en la gran bahía que denominaron Río de Genero, donde los naturales les proporcionaron provisiones frescas. Debieron partir a fines de diciembre de 1515, pues pasaron por un cabo que llamaron de Navidad -25 de diciembre-, y por un río que bautizaron con el nombre de los Santos Inocentes -28 de diciembre-, cuya altura fue fijada en 230 15" Sur. Costearon luego hasta la Cananea, desde donde "tomaron la derrota para la isla que dixeron del Plata" -actual Santa Catalina- "y surgieron en una tierra que está en 27ª" informa Herrera, lugar al que "llamó Juan Días de Solís la Bahía de los Perdidos", aunque Madero cree que tal denominación debió ser puesta al regreso por sus compañeros, por haberse perdido en el extremo sur de esa isla una de las tres carabelas. Ya entonces comprende Solís que se encuentra en zona de jurisdicción castellana. Abastecido en Santa Catalina, prosiguió el viaje, durante el cual "pasaron el Cabo de las Corrientes" o sea, probablemente, el actual Cabo de Santa Marta Grande, situado en 28", 38', y fueron a dar a 29º sur, o sea aparte norte de la "playa de Torres", Desde aquí se continuó con el mismo rumbo, "dando vista a la isla San Sebastián de Cádiz" (20 de enero de 1516), es decir, la entrada del Río de la Plata, pues esa isla es la conocida actualmente con el nombre de Isla de Lobos. Siguieron "adonde están otras tres islas, que dixeron de los Lobos", refiere Herrera, que son las que ahora llaman Flores, entrando a un puerto que llamaron Nuestra Señora de la Candelaria (2 de febrero), actual Montevideo, donde el escribano Alarcón, con la plana mayor de la flota, erigió una cruz y al toque de pífanos y tambores "tomaron posesión para la corona de Castilla, cortando árboles y ramas". Así cumplieron las instrucciones reales de hacerlo "donde haya algún cerro señalado".

Continuaron el viaje costeando las barrancas de San Gregorio (12 de marzo) y "fueron a surgir al río de los Patos, en 340 y un tercio, entrando luego en una agua que, por ser tan espaciosa y no salada, llamaron Mar Dulce, que pareció ser el río que hoy llaman de La Plata y entonces dijeron de Solís", agrega Herrera. Madero dice que cuando Solís anotaba esto en su Diario de Viaje iría más adentro de la llamada hoy Punta de Jesús María, que dista sólo irnos cinco kilómetros y medio de la boca del río Santa Lucía y desde donde, salvo idas excepcionales, el agua está siempre dulce. Desde este punto, según Herrera, "fue el capitán con un navío que era una carabela latina, reconociendo la entrada por una costa del río". No era exploratoria la finalidad del viaje, pero se comprende que Solís quisiera conocer el gran río, a cuyo efecto inició el costeo de su banda septentrional hasta descubrir la isla de San Gabriel (frente a Colonia) y la que, más al norte, bautizó con el nombre de Martín García, según Fernández de Oviedo en honor del despensero de a bordo, que fue enterrado en ella. (5)

De lo ocurrido después no hay datos precisos, fuera de la crónica de Herrera, que consiguió informarse con los últimos asientos del Diario del Viaje de Solís y con la narración hecha por Francisco de Torres a los oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla. Dice Herrera que cuando remontaban el río "descubrían muchas Casas de indios, y gente que con mucha atención estaba mirando pasar el navío, y con señas ofrecían lo que tenían, poni6ndolo en el suelo1t. Madero supone que esto debió acontecer entre la Colonia y la punta conocida hoy por Martín Chico. Agrega Herrera que "Juan Días de Solís quiso en todo caso ver qué gente era ésta, y tomar algún hombre para traer a Castilla", a cuyo efecto "salió atierra con los que podían caber en la barca". Se sabe que los tales fueron el contador Alarcón, el factor Marquina y seis marineros. "Los indios -continúa Herrera- que tenían emboscados muchos arqueros, cuando vieron a los castellanos algo desviados de la mar, dieron en ellos y rodeándolos mataron sin que aprovechase el socorro de la artillería de la carabela" Sólo salvé la vida un grumete llamado Francisco del Puerto, quien quedó en poder de los indios y fue encontrado años más tarde por Sebastián Gaboto.

Al haber perdido a su jefe, los tripulantes de la carabela se unieron a la flota, y reunidos los sobrevivientes en consejo, se resolvió entregar el nado a un pariente de Solís, el citado Francisco de Torres, y regresar a Europa. Debieron partir a mediados de abril de 1516. En la isla de Lobos hicieron charque con sesenta y seis lobos marinos que cazaron, llevándose 'u consigo los cueros, "primera exportación de un producto platense, dice Madero. Al arribar a la extremidad sur de la isla de Santa Catalina se perdió una de las carabelas, quedando en la costa, entre otros, Luis Ramírez y Enrique Montes. Estos, posteriormente encontrados también por Gaboto, fueron de gran utilidad por el conocimiento de la lengua de los naturales que habían adquirido durante ese tiempo. Mandando Torres una nave y Diego García de Moguer la otra entraron en la Bahía de los Santos Inocentes -hoy puerto de Santos-, donde cargaron 515 quintales y 3 arrobas de palo brasil. Siguieron luego hacia Cabo Frío y de allí hacia Sevilla, que les vio anclar el 14 de octubre de 1516. Informa Madero que por los 66 cueros de lobos marinos obtuvieron 2.250 maravedíes, recibiendo la Real Hacienda 750 que le correspondían por el tercio. (6)


IV.Sebastián Gaboto - Caboto o Cábot

Sebastián Gaboto arribó a España haciéndose pasar por inglés, y como a tal se le tuvo mucho tiempo. Nacido en Venecia en 1479, fue su padre Juan Gaboto, quien al servicio de Inglaterra trató en 1496 de descubrir un paso al Asia en la costa norte del Nuevo Mundo. En esa ocasión fue acompañado por sus hijos Luis, Sebastián y Santos. En 1512, Sebastián pasó al servicio de España. Casó entonces con una española, Catalina de Medrano, viuda de Pedro Barba, fallecido en Nueva España (México). A la muerte de Juan Díaz de Solís, Gaboto fue nombrado piloto mayor de la Casa de Contratación (5 de febrero de 1518). Se sabe que después de esa fecha viajé a Inglaterra, de donde regresó a la Península en febrero de 1522.

Desde el principio mostró aptitudes para la intriga y la deslealtad. Por intermedio del embajador de Venecia, Contarini, hizo saber a su corte que había descubierto el camino para alcanzar la especiería. No había tal cosa. A España había llegado la noticia del descubrimiento del estrecho por Hernando de Magallanes, llevada por el piloto Esteban Gómez. Gaboto conocía el secreto por su cargo de piloto mayor y no tuvo empacho en revelarlo a Inglaterra y a Venecia, felonía que debió ignorar el Consejo de Indias cuando lo autorizó, a pedido suyo, para organizar una expedición "en demanda de las islas de Tarsis, Ofir, Cipango y Catayo", el mismo objetivo que buscó su padre en 1496 por el norte del continente americano, deseoso de superar la gloria de Cristóbal Colón.

La expedición de Gaboto tuvo carácter mercantil y se inicié con un contrato que lo asociaba con Francisco Leardo, Leonardo Cattáneo, Pedro Benito de Badignana y Pedro de Robiril, mercaderes genoveses, y Roberto Thorne, mercader inglés. La corona le prestó todo su apoyo, inclusive el personal de Carlos V, interesado en entablar los negocios de la especiería. Además, según las instrucciones con que se proveyera a Gaboto el 24 de noviembre de 1526, se le encomendaba que fuese en ayuda de Loaysa, de manera que su rumbo debía ser en derechura a las Molucas, donde se esperaba habría de encontrarse con aquél. Sólo después de haber asegurado la suerte de dicha armada podía Gaboto rescatar el de la especiería. Es esta una circunstancia que debe tenerse en cuenta para valorar el sentido de la resistencia que le opusieron muchos de sus acompañantes cuando resolvió modificar d nimbo en dirección al Río de la Plata.

Los preparativos revelaron la inepcia de Gaboto. Tales dificultades tuvo con los armadores y los oficiales reales, que estos, al fin, expusieron sus agravios al Rey en un memorial, manifestando que lo consideraran incapaz de gobernar la flota y pidiendo se le designase un acompañante en el mando. El Consejo de Indias llamó la atención de Gaboto y simultáneamente nombré teniente en el mando supremo a Martín Méndez, participe en la expedición de Magallanes. Disgustado Gaboto con la designación procuró sustituirla con la de Miguel de Rifox, lo que provocó otra intervención del Consejo para hacer respetar su resolución.

En febrero de 1526 la armada se encontró lista para zarpar. Se componía de tres naves: la SANTA MARIA DE LA CONCEPCIÓN, de 150 toneles, en la que viajó Gaboto, la SANTA MAÑA DEL ESPINAR, de 120 toneles, mandada por Gregorio Caro, y la TRINIDAD, a cargo de Francisco de Rojas. Se agregó una pequeña carabela llamada SAN GABRIEL, de 30 toneles, armada por cuenta de Miguel de Rifox. El enganche de tripulantes fue labor dificultosa, pues ya entonces había cundido el desprestigio de la ruta del sur, por lo que se debió recurrir a extranjeros, en especial italianos.

El 3 de abril de 1526 partieron de Sanlúcar de Barrameda, con doscientos diez hombres a bordo y dejando interesados en la empresa comercial a buen número de mercaderes sevillanos.

Las corrientes y los vientos obligaron a entrar el 6 en el puerto de Pernambuco y allí hubo que esperar hasta fines de septiembre el cambio de los vientos para continuar la navegación hacia el sur.

En Pernambuco, Gaboto trabó conocimiento con Juan o Jorge Gómez, tripulante de la expedición de Solís. Seguramente a través de Gómez debió cundir la leyenda de las riquezas metálicas de la región del río de Solís, hasta el punto de persuadir a Gaboto de que le convenía abandonar la ruta que se había trazado para empeñarse en el descubrimiento del oro y la plata que tenía mucho más a mano. El plan consistía en recoger del Puerto de los Patos a los abandonados de la expedición de Solís, con cuyas informaciones de la región se consideraba que la empresa habría de ser más fácil, así como proporcionar un rendimiento económico inesperado. A fines de junio Gaboto convocó a sus capitanes para exponerles la situación. Se sabe que se manifestaron contrarios al cambio de derrotero el capitán Francisco de Rojas, Fernando Calderón y Juan de Concha. La reacción de Gaboto no se hizo esperar. Fraguó un sumario contra Rojas, le puso preso en su misma nave y envió el sumario, por intermedio de una nave portuguesa, al Consejo de Indias, incluyendo entre los acusados a Martín Méndez. Cuando la flota abandonó Pernambuco, el 29 de septiembre de 1526, Gaboto puso en libertad a Rojas y lo repuso en el mando de su nave.

Un gran temporal hizo que la capitana perdiera el batel que llevaba a popa y no arribara basta el 19 de octubre al puerto de los Patos. Allí encontraron a uno de los dejados por R. de Acuña, que les informó de la existencia, tierra adentro, de unos quince cristianos abandonados, entre ellos Luis Ramírez y Enrique Montes, hombres de Solís, que debían encontrarse a unas doce leguas de la costa.

Las referencias recogidas por Gaboto de labios de Ramírez y Montes, unidas a la pérdida de la nave capitana, constituían dos circunstancias harto imperativas para que desistiera de alcanzar la conquista de la Sierra de Plata, cuyas promesas debieron parecerle cosa de la Providencia. Tres meses y medio permaneció en la costa tratando de construir una goleta, tarea que se vio interrumpida por una epidemia que costó la vida a vanos expedicionarios. Terminada la nave, fueron embarcados en cita los náufragos de la capitana y los cristianos encontrados en el lugar, y la flota se hizo a la mar el 15 de febrero de 1527 con destino al río de Solís. Días antes Gaboto hizo conducir en un batel, desde el puerto de los Patos a la isla de Santa Catalina, a Francisco de Rojas y a Martín Méndez, que se habían opuesto al cambio de ruta, y al piloto mayor, Miguel de Rodas, por la pérdida de la nave capitana, y ordenó abandonarlos en el lugar. Como el capitán Rodrigo Caro protestara, expidió (¡abato un mandamiento comunicando a los reos que como pasado un año volvería a buscarlos y que no debían alejarse más de veinticinco leguas de la costa.

Al encontrar vientos favorables, en seis días se alcanzó el Cabo de Santa Maria y el río de Solís, que se enfilé con gran precaución por desconocerse sus características, hasta fondear, el 6 de abril, en un punto de la orilla oriental que fue llamado Puerto de San Lázaro. En este lugar Gaboto permaneció alrededor de un mes preparando la navegación aguas arriba, a cuyo efecto destacó alguna gente al mando del capitán Juan Alvarez Ramón para explorar el río Uruguay, que fue recorrido hasta la desembocadura del río Negro. Al regresar, los exploradores se dividieron en dos grupos, uno por el no y otro por tierra. Los componentes de éste con su jefe Juan Alvarez Ramón, murieron a manos de los charrúas.

Durante la estadía en San Lázaro se tuvo noticias de la presencia de un cristiano entre los indios. Era Francisco del Puerto, sobreviviente del grupo de Solís aniquilado por los naturales, quien, al conocer la presencia de cristianos, se apresuró a ponerse en contacto con ellos. Interrogado por Gaboto, Francisco del Puerto informó que, tiempo atrás, una armada portuguesa, al mando de Cristóbal Jacques, había estado en el lugar y prometido volver. Se hizo eco, además, de la leyenda de la plata y el oro que había aguas arriba del Paraná e informó también sobre la imposibilidad de remontarlo con las naves de la flota a causa de sus muchos bajíos. Gaboto resolvió entonces tentar la empresa con la goleta armada en Los Patos y la carabela de Miguel de Rifox, dejando en San Lázaro las otras naves al mando de Antón Grajeda, con treinta hombres y orden de buscar un puerto seguro donde esperar su regreso. Se eligió al efecto la boca de un río al que se llamó San Salvador. Dejó, además, doce hombres al mando de un capitán custodiando la mucha hacienda desembarcada para aligerar las naves.

Luis Ramírez refiere, en su carta, las angustias pasadas por los que allí quedaron, pues poco tardaron en encontrarse sin alimentos, ". . .de manera -dice- que nos hubimos de socorrer a la Misericordia de Dios y con hierbas del campo y no con otra cosa nos sostuvimos, mientras las hallábamos y teníamos posibilidad para irlas a buscar, que nos acontecía ir dos y tres leguas a buscar los cardos del campo y no los hallar sino en agua a donde no los podíamos sacar; en fin que nuestra necesidad llegó a tanto extremo, que de dos perros que allí teníamos nos convino matar el uno y comerle y ratones los que podíamos haber, que pensábamos cuando los alcanzábamos que eran capones..."

Gaboto se puso en marcha el 8 de marzo a bordo del bergantín SAN GABRIEL, y seguido de la goleta SANTA CATALINA enfiló hacia el canal de las Palmas. La navegación fue lenta, pues se procuraba entablar relaciones con los naturales. Al llegar a la desembocadura del río Carcarañá, en un punto de la costa del Paraná entre el Carcarañá y el arroyo Salinas (hoy Ludueña), región habitada por los caracaraes, resolvió levantar un fuerte como centro de sus exploraciones. Ese primer asiento español en la región del Plata fue llamado Fuerte de Sancti Spiritus. (7)

Hugo Wast, en su novela 'Lucía Miranda", describe en una forma ingeniosa la llegada a la desembocadura del río Carcarañá y dice así.- "Unas veces por el cauce del río, ancho como un brazo de mar, otras veces por canales que se abrían a través de las islas y que permitían sortear algún bajío peligroso, la marcha de la escuadra era tan lenta que sólo dos semanas después alcanzaron la desembocadura de un río en la margen occidental, que los indígenas llamaban el Carcarañá". (S)

En cuanto al lugar lo pinta de la siguiente manera.- "El río era caudaloso y de hondura suficiente como para hacer un puerto en su desembocadura. Sus orillas escarpadas y boscosas librarían a los buques de los terribles huracanes del sudoeste, frecuentes y devastadores. Sus remansos abundantes en pesca, sus alrededores ricos en caza, proveerían a la subsistencia de los hombres". Más adelante señala: "Las naves se aproximaron a la orilla, todo lo más que les permitía la hondura del canal, construyéronse planchadas v comenzó el desembarco de los operarios que iban a preparar el terreno para la toma de posesión después de una misa en tierra firme". Y continúa: "A la sombra de un algarrobo grandioso, crecido al borde del Paraná habían dispuesto el altar, con su ara bendita, cubierta por un blanco mantel; y fray Ramón (nombre supuesto), revestido de dorados ornamentos y ayudado por fray Jonás (supuesto), principié la primera misa en aquella parte de América".

"Los españoles, vestidos de hierro y armados como para un combate, formaban un muro resplandeciente. A un lado los alabarderos ... a otro lado los arcabuceros con sus arcabuces que de lejos sembraban el espanto y la muerte; en el centro los artilleros al pie de sus culebrinas y de sus cañones. Las damas con sus mejores galas, en vistoso grupo, a la izquierda del altar..."

"...El ardiente sol americano, que encendía llamas en las puntas herradas de los mástiles, logró traspasar el follaje de los negros algarrobos, y batió de oro las armaduras de los soldados, el bronce de los cañones y la sagrada copa del cáliz, en que el mercedario ofrecía a Dios la Sangre de Cristo".

Y finaliza este capítulo Wast de la siguiente manera: " ... Terminó la misa, y Gaboto que no usaba armadura, sino cota de malla debajo de una hopalanda granate, tomó con la mano izquierda el pendón que le ofrecía un abanderado (el Alférez Real), y aproximándose al árbol que daba sombra al altar, desenvainó la espada y con tres recios golpes hizo tres hondos tajos en su corteza, y exclamó:

- En nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y para gloria de Su Majestad el Emperador y Rey, y para memoria de mi nombre, tomo posesión de esta tierra; y hago estas tres señales, en prueba de que sostendré mi derecho con la espada, contra cualquiera que osare negármelo.

- Así sea -respondió Fray Ramón.

Y todo el ejército a una voz confirmó el juramento de Caboto.

- Así sea!

De esta manera se fundó el fuerte del Espíritu Santo en la confluencia del Carcarañá y del Paraná, nueve años antes que la ciudad de Buenos Aires". (9)

Hasta aquí la hermosa descripción que hizo Hugo Wast en su novela "Lucía Miranda" sobre la fundación del fuerte de Sancti Spíritus, lugar que posteriormente se conoció como Torre de Caboto o Puerto Gaboto.

El asiento consistió en un rancho de paja rodeado de una empalizada, con terraplén, "que la tenía por fortaleza y llamábale la fortaleza", como dijo Diego García en su Memoria. La erección tuvo lugar el 9 de junio de 1527. Una vez lista se mandó a buscar los que habían quedado en San Lázaro, que dejaron ese lugar el 29 de agosto.

El doctor Agustín Zapata Gollán en su trabajo "El río Paraná y los primeros Cronistas" dice:

"Fueron, sin duda, Alonso de Santa Cruz y Luis Ramírez, que vinieron en la expedición de Sebastián Gaboto, y luego el portugués Pero López de Sousa, los primeros que describieron el Paraná como una de las maravillas del mundo, elogiando sus aguas, sus pescados, sus islas, la tierra que baña y que se extiende en fértiles y dilatadas llanuras y el aire saludable que en ella se respira".

Una "Descripción anónima con varias noticias del Río de la Plata", cuya copia, obtenida en Sevilla, se conserva en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, dice que la comarca de Sancti Spiritus, es decir, la que hoy pertenece a la provincia de Santa Fe, es tierra "muy aparejada" para criar y multiplicar en ella las haciendas, porque es "tierra sana" y "toda rasa", con "dehesas de inmensa grandeza llenas de mucha yerba", donde medrarían los ganados hasta hacer que "en diez años, dice, su multiplicación hincha toda aquella tierra"

El mismo Gaboto había proclamado la extraordinaria fertilidad de estas comarcas.

En la "Información hecha por la Contratación, luego que llegó la Armada de Sebastián Gaboto, acerca de todo lo ocurrido en el viaje", fechada en Sevilla el 28 de julio de 1530, después de interrogar a Gaboto sobre tos motines ocurridos durante la expedición, y de pedirle noticias de los ahorcados, desorejados y desterrados, que dejó su justicia, le preguntan también, si "se da en la dicha tierra, trigo e cevada", y Gaboto responde que "él sembró trigo y que en un año recogió dos cosechas".

Y continúa don Agustín:

"Paraná, fue el nombre que los indígenas dieron al río hasta su desembocadura en el Atlántico, pero desde los tiempos de Caboto, comenzó a llamarse también, Río de la Plata, en toda su extensión. Sin embargo, el nombre indio se conservó hasta el Delta v el de Río de la Plata, sólo se dio a su desembocadura".

Dice el P. Pedro Lozano S.J., en su "Descripción Corográfica del Gran Chaco Gualamba", que las aguas del Paraná, tienen la oculta virtud, "a manera del Sílaro", de convertir los árboles en piedra: "y se ve muchas veces, escribe, una parte del tronco que baña cl agua, hecho piedra, quedando la otra leño".

Pero el no Paraná, que para el Oidor Matienzo, era "el mayor que se ha visto en el mundo y más hondable", como dice en su "Gobierno del Perú", fue también el más grave problema que se le planteara a España durante la Colonia.

"Postigo abierto", le llama una carta anónima atribuida a Barco de Centenera y escrita al Rey desde las Provincias del Río de la Plata, alrededor del año 1578. Y fue, precisamente, ese "postigo abierto" que describen los primeros cronistas, como uno de los más extraordinarios y peregrinos motivos de estudio de la Cosmografía, el que desbarató para siempre, la política de aislamiento con que España pretendió dominar a todas sus colonias de América. (10)

V. La expedición de Diego García al Río de la Plata (1525-1530)

Diego García de Moguer había tomado parte en la expedición de Solís como maestre de una de las naves. Algunos suponen que acompañó a Magallanes y regresó a España con Sebastián Elcano, pero abundan elementos para inferir que se trata de un homónimo.

El 14 de abril de 1525 se firmó el contrato figurando, entre las obligaciones de Diego García, el rescate de Juan de Cartagena y el clérigo Sánchez de Reina, abandonados por Magallanes en la costa patagónica. El 24 de noviembre el Rey aprobó el convenio, autorizando a los armadores a que reuniesen la armada y ejecutasen el descubrimiento ofrecido.

A comienzos de 1528 inició la navegación aguas arriba, y no tardó en encontrar, según dijo, "rastro de cristianos ... e andando con mi bergantín veinte y cinco leguas por este río arriba, hallé dos naos de Sebastián Gaboto, e estando por teniente dellas Antón de Grajeda". Enterado por Grajeda del cambio de rumbo resuelto por Gaboto, y de cómo éste se había dirigido por el Paraná hacia el norte, retornó a San Gabriel, desde donde despachó a la carabela rumbo a San Vicente, con Gonzalo de Acosta, para llevar a España los esclavos adquiridos a éste y dar cuenta de lo ocurrido. Las otras naves las despachó con orden de unirse a las de Gaboto, que permanecían refugiadas en el río San Salvador, mientras él, con sesenta hombres, se dirigió en dos bergantines hasta el Fuerte de Sancti Spiritus. Allí intimó a Gregorio Caro para que se pusiera a sus órdenes, según se lee en su Relación, aunque parece que lo único que hizo fue obtener informes para salir al encuentro de Gaboto.

Partió García el 10 de agosto de 1528, día de Viernes Santo, y en los primeros de mayo encontró a su rival, que volvía desilusionado con la gente mermada y desalentada. García le exigió el abandono de aquellos lugares por carecer de autorización para actuar en ellos, y a su vez Gaboto alegó que la conquista del río Paraná le pertenecía por haber sido su descubridor. Sin fuerzas para imponerse uno a otro y después de algunas incidencias optaron por llegar a un acuerdo y trabajar en común, aunque informando a la Corte de lo ocurrido en naves separadas. La de Diego García se supone que naufragó; lado Gaboto llegó a Lisboa y luego a Sevilla, llevando como emisarios a Fernando Calderón y al inglés Roger Barlow, con algunas piezas de metal y cartas que ponderaban las riquezas de las tierras descubiertas. A su paso por Lisboa las referencias sobre esas riquezas platinas completaron los informes que en esa Corte se tenían, todo lo cual dio origen a la denominación Río de la Plata, que indudablemente es de origen portugués.

Terminados los preparativos zarparon García y Gaboto aguas arriba. Es posible que alcanzaran el río Paraguay y lo navegaran unas veinte leguas, pues trabaron relación con los chandules, por quienes supieron que los indios de la vecindad de Sancti Spiritus se preparaban para atacarla. Dado lo precario de la situación, se optó por regresar, y a los tres meses de la partida los expedicionarios se encontraban en la costa, frente al fuerte. (11)

VI. La ciudad de los Césares

De la aventura de Francisco César y sus hombres se tiene la versión científica y documental trazada por José Toribio Medina, en su obra El veneciano Sebastián Gaboto al servicio de España, y la crónica que nos legara el primer historiador criollo, Ruy Díaz de Guzmán. Ambas se contradicen, De acuerdo con Medina, a las órdenes de César fueron puestos quince hombres, a los que éste dividió en tres columnas: una para seguir el curso del río Carcarañá, otra para dirigirse hacia el suroeste y otra hacia el noroeste, por la región de los caracaraes - Dicho autor ha calculado que César y sus compañeros salieron de Sancti Spiritus por noviembre de 1528 y regresaron por febrero del año siguiente, y agrega que de la documentación vista por él "nada resulta en cuanto al camino que recorrieron, o al punto donde César y sus compañeros llegaron". Sólo "consta que dijeron que habían visto grandes riquezas de oro y plata y piedras preciosas". De todo lo cual deduce que es de "suponer que alcanzaron basta dentro de los limites del Imperio de los Incas, atravesando así la Pampa" de Córdoba y Santa Fe.

No resulta muy claro el itinerario supuesto por el autor chileno, pero creemos que por Imperio de los Incas debe entenderse a los pueblos de cultura andina que se hallaban bajo la influencia más o menos directa del Perú. Respecto del destino de los expedicionarios, Medina nada dice.

El cronista Ruy Díaz de Guzmán refiere del episodio lo que oyera relatar al capitán Gonzalo Sánchez Garzón, que se había formado en las huestes de Diego de Rojas y de Juan Núñez de Prado y que residió interinamente y desde su fundación en Santiago del Estero, donde fue regidor. Debe tenerse en cuenta que Ruy Díaz de Guzmán vivió en dicha ciudad en 1582, ocasión en que pudo conocer a Sánchez Garzón.

Tanto Medina como la mayor parte de los historiadores han rechazado la versión de Ruy Díaz de Guzmán. Sin embargo, cierta experiencia nos ha demostrado que por lo general el primer historiador criollo está en lo cierto. Peca en los detalles, pero menos de lo que se lo ha supuesto en lo fundamental. En el caso que nos ocupa es notorio que Francisco César no pudo realizar el viaje de referencia, pero eso no quiere decir que no lo realizaran otros compañeros suyos.

En la documentación aportada por Medina consta que Francisco César regresó a Sancti Spíritus y luego, con Gaboto, a España. Se sabe, además, que estuvo de nuevo en América, pero no en el Perú, pues en 1532 pasó a Venezuela con Pedro de Heredia y murió en Tierra firme en l538. Fernández de Oviedo dice haberlo conocido en Cartagena de Indias y haberle oído "hablar y afirmar bajo juramento" que en aquella jornada había visto "mucho tesoro y grandes ganados de los que aquí llamamos ovejas del Perú (llamas), y que los indios eran bien vestidos y de buen parecer". (12)

Agustín Zapata Gollán en su libro "La ciudad de los Césares" narra con un lenguaje sencillo pero lleno de encanto la travesía de Francisco César, de la que nosotros tomaremos sólo unos párrafos para ilustrar este misterioso episodio: Dice así:

"Sufrieron agazapados en los yuyales largos días de lluvia de espesos nubarrones cruzados por fugaces latigazos de fuego entre el incesante redoble de los truenos, y después de unos vientos que arreaban la tropa de nubes, aparecían por las noches claras y brillantes las cuatro estrellas de la cruz y en las madrugadas el aire transparente y limpio olía a yuyos y a tierra mojada. Hasta que un día, César y sus compañeros, volvieron al fuerte, hartos de agonías, extenuados y jadeantes. Tenían nuevas y profundas arrugas en la cara, los pelos enmarañados, la barba crecida, la tez curtida, la carne flaca y castigada de hambrunas y fatigas y en los ojos un brillo de alucinados o posesos. Habían divisado desde lejos una ciudad maravillosa y rica de oro y plata y preciosa pedrería. ¿Adónde está la ciudad?, les preguntaban. Pero el rumbo era incierto. Hacia el poniente decían a veces. Hacia donde aparecen por la noche las cuatro estrellas de la cruz del Salvador, decían otras".

"... Pero la existencia de una ciudad maravillosa donde abundaba el oro y la plata, quedó por mucho tiempo entre los hombros de la conquista; la Ciudad de los Césares, como llamaron a los que, alucinados, acompañaron a César en la aventura". (13)

Volviendo a Sancti Spiritus, diremos que al regreso de Gaboto al fuerte, días después, en los primeros de septiembre, tuvo lugar el asalto incendio y destrucción de este fuerte. Confiado en cl castigo infligido a los indios descuidó Caro las guardias, y el ataque los sorprendió mientras la mayoría de los soldados dormían. Treinta expedicionarios perdieron la vida. El resto, embarcados en los bergantines y sin víveres, a duras penas consiguieron llegar a San Salvador con la triste nueva de la destrucción del fuerte. Entre los que lograron salir con vida del episodio estaba uno que con el tiempo llegaría a ser un célebre cosmógrafo: Alonso de Santa Cruz. Se lanzó al río con el clérigo Francisco García y ambos pudieron alcanzar un bote.

VII. Regreso a España de Gaboto y García

La situación tornóse particularmente grave por la escasez de víveres y la decaída moral de los expedicionarios, tanto que Diego García, sin pensarlo mucho y sin informar a Gaboto, emprendió el regreso. Ante tal situación y visto que los indios amenazaban también a San Salvador y no había forma de emprender la expedición por tierra para llegar a la famosa Sierra de la Plata, embarcó Gaboto con su gente a bordo de la SANTA MARIA DEL ESPINAR y la TRINIDAD, más un bergantín que tardó poco en estrellarse contra la isla de San Gabriel. Por su parte Diego García había naufragado frente a San Vicente, pereciendo ahogados Rodas y Méndez, a quienes había recogido en Santa Catalina. En los Patos volvieron a encontrarse Gaboto y García, y allí supo el primero que Francisco de Rojas se había internado en el Continente, y aunque poco más tarde se lo encontró en San Vicente, no quiso embarcarse. Se sabe que el 23 de agosto de 1530 Gaboto arribó a España conduciendo a García y que poco después lo hacía la TRINIDAD, nave que a la salida del Río de la Plata fue desmantelada por un temporal sin que Gaboto tratara de socorrerla, pues la abandonó creyéndola perdida. Estos hechos, unidos a la conducta general de Gaboto, hicieron que el fiscal Juan de Villalobos lo sometiera a proceso; fue condenado a destierro en Orán, pero no cumplió la pena, pues en 1532 volvía a ejercer cl cargo de piloto mayor del reino. Francisco de Rojas regresó a España a bordo de la TRINIDAD, que lo recogió en San Vicente, y pleiteó también contra Gaboto, el cual tuvo que indemnizarle con 75.017 maravedíes. También pleitearon Gregorio Caro, Catalina Vázquez, madre de Martín Méndez, Diego García y otros. A todos ellos hubo de pagar Gaboto pesadas indemnizaciones. (14)

Y para finalizar, vamos al encuentro nuevamente de Agustín Zapata Gollán, que reflexiona:

"Pero aquella mercancía que trajera Gaboto para cambiarla por las riquezas de Catay y de Cipango, por vía del estrecho recién descubierto, había quedado convertida en cenizas a orillas del Carcarañá entre los escombros del Fuerte. Sin embargo a expensas del fracaso de los que pusieron sus ilusiones en el Oriente, se plantó en ese lado de América con el fuerte de Sancti Spíritus el primer mojón de la conquista del mítico Río de la Plata, ese mito que inicia nuestra historia y que por añadidura nos impone el nombre de argentinos: los hombres de la Plata". (15)



Referencias

1) ABAD DE SANTILLAN, Diego. Historia Argentina. 1. Buenos Aires, TEA (Tipográficas Editora Argentina), 1965, p. 95-96.

2) GANDIA, Enrique de, Américo Vespucci y algunos críticos americanos. Separata de INVESTICACIONES Y ENSAYOS N' 40. Enero-Diciermbre. 1990. Academia Nacional de la Historia. Además: Américo Vespucci y sus cinco viajes al Nuevo Mundo. Buenos Aires, Fundación Banco de Boston 1991, p. 30.

3) ldem, Américo Vespucci y sus cinco viajes..., p. 30.

4) ABAD DE SANTILLAN, D. Op. cit., p. 95.

5) SIERRA, Vicente D. Historia de la Argentina. Introducción, Conquista y Población (1492-1600), Buenos Aires, Editorial Científica. Argentina (1964), p. 74 a 76.

6) Ibídem, p, 76-77

7) Ibídem, p. I79-1~0.

8) WAST, Hugo. Lucía Miranda. Buenos Aires, Editores de Hugo Wast, 1929, p. 63.

9) Ibídem, p. 64 a 66.

10) ZAPATA GOLLÁN, Agustín. OBRA COMPLETA Caminos de la Colonia. 3./Santa Fe/ Universidad Nacional del Litoral y Banco Provincial de Santa Fe / 1989 / p. 10-11.

11) SIERRA, V. D. Op. cit, p. 182-184.

12) Ibídem, p, 186-187.

13) ZAPATA GOLLAN, Agustín. OBRAS COMPLETAS, Crónicas y Costumbres. 5. /Santa Fe/ Universidad Nacional del Litoral / 1990 /, p. 12-16.

14) SIERRA, V. D. Op. cit., p. 190-191.

15) ZAPATA GOLLÁN, A. Crónicas y costumbres, Op. cit., p. 16.


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