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DICT�MENES SOBRE LAS RUINAS
Dictamen de los acad�micos P. Guillermo Furlong S. J. y Dr. Ra�l A. Molina, aprobado por unanimidad en la sesi�n del 31 de marzo de 1952, celebrada por la Academia Nacional de la Historia y publicada en el volumen XXVI, Buenos Aires, 1952, de la misma Academia. 1� - Que la traza de la ciudad antigua, con su orientaci�n, delineaci�n y repartici�n de solares y manzanas, se conserv� en la nueva. 2� - Que sobre esa traza coincide la ubicaci�n de cuatro edificios fundamentales: los templos de San Francisco, Santo Domingo y la Merced, y el Cabildo. Asimismo, la plaza mayor. 3� - Que al lado de esos edificios se hallan construcciones privadas de vecinos, que concuerdan con las se�aladas en escrituras p�blicas. 4� - Que los restos mortales de Hernandarias de Saavedra y de su esposa, Da. Jer�nima de Contreras, son posiblemente los se�alados en este informe. 5� - Que los restos arqueol�gicos son de una ciudad espa�ola de gran importancia en el siglo XVII. 6� - Que la antigua Laguna de los Patos y la estancia de Garay en Entre R�os, estaban frente a las ruinas de Cayast�. 7� - Que la reducci�n de los Mocoret�s se hallaba al norte de las ruinas de Cayast� a tres leguas de distancia y no al sur. 8� - Que las tierras donde se hallan las ruinas llamadas de Cayast�, fueron las mismas que se dieron en merced a Antonio M�rquez Montiel. 9� - Que las ruinas de Cayast� excavadas por el Gobierno de la Provincia de Santa Fe, corresponden exactamente a la ciudad antigua fundada por Juan de Garay. 10� - Que todos los hechos hist�ricos como la documentaci�n existente en los viejos archivos coincide con la ubicaci�n del mencionado sitio viejo. En fin, se�or Presidente y se�ores acad�micos, este es el legado m�s importante de nuestra historia pret�rita: �Cuatro paredes de barro y cuatro ladrillos rotos! Pobre legado, en verdad, si lo juzgamos con el criterio material de los valores. Pero, �cu�nto m�s valor espiritual? si juzgamos, que ese barro fue amasado con el sudor y las l�grimas de la primera generaci�n de argentinos. Vamos a hacerlo, sin embargo, con el �nico que nos queda, siguiendo al vate rioplatense, tan injustamente juzgado, al pobre y olvidado Mart�n del Barco y Centenera, porque �l tuvo la dicha de conocerles. Estaba la ciudad edificada No han de pasar muchos a�os, en que retomado el hilo de la Historia, sea la Pompeya Argentina, un nuevo lugar de peregrinaci�n patri�tica, de todos aquellos que aman las tradiciones m�s lejanas de la patria. Saludamos al se�or Presidente y por su digno intermedio a la Honorable Academia. - R. P. Guillermo Furlong S. J. - Ra�l A. Molina." Dictamen sobre Cayast� firmado por el Presidente de la Sociedad Argentina de Antropolog�a, profesor Salvador Canals Frau y aprobado por unanimidad, en la sesi�n de la Semana Anual de Antropolog�a Argentina, celebrada en la Universidad Nacional del Litoral: "En el problema que presentan las discusiones surgidas alrededor del emplazamiento de nuestras primitivas ciudades, debemos distinguir dos distintos aspectos. El primero, previo al otro, hace referencia al punto geogr�fico de la ubicaci�n, y su soluci�n puede intentarse desde un punto de vista puramente hist�rico-geogr�fico, cual lo han hecho varios autores respecto de la primitiva ciudad de Santa Fe. El segundo consiste en determinar si las ruinas y restos, humanos y culturales, que puedan encontrarse en la zona previamente determinada, o tambi�n se�alada por la tradici�n, pueden o no pertenecer a la ciudad de que se trata. Este segundo aspecto del problema es de car�cter netamente antropol�gico y arqueol�gico, y s�lo desde estos puntos de vista puede y debe ser abordado. Ahora bien, est� fuera de toda duda de que los componentes de la Sociedad de Antropolog�a, por nuestra formaci�n de etn�logos, estamos capacitados para abordar esos problemas tanto en su primero como en su segundo aspecto. Y en nuestros estudios de etnolog�a hist�rica argentina, m�s de una vez hemos tenido que tratar el tema desde uno como de otro punto de vista. Entendi�ndose que se puede apelar al hist�rico-geogr�fico, cuando no se conocen ruinas que puedan serle atribuidas, o, conoci�ndose, se carece de medios para excavarlas. Pues bien, en toda determinaci�n de este tipo, la tradici�n suele ser elemento que facilita enormemente le diagnosis. Pues, si de manera general puede decirse, que toda. tradici�n contiene siempre un n�cleo de verdad, en los casos de tradici�n sobre poblaciones desaparecidas, su valor es inconmensurable. Podr�amos mencionar numerosos casos conocidos, que corresponden a todas las edades y a todos los pa�ses, para corroborar esto. Pero citaremos un s�lo caso reciente que tiene el m�rito de pertenecer a nuestro pa�s, y en el que personalmente intervinimos. Queremos con esto referirnos a la antigua ciudad de Esteco. Todos recordar�n que la ciudad colonial de Esteco tuvo tres fundaciones distintas, y cada una de ellas en diverso lugar. Nosotros nos referiremos a la tercera y definitiva fundaci�n, que llev� el nombre Talavera de Madrid de Esteco, y estaba ubicada sobre el r�o Salado o Juramento, en la provincia de Salta. La tradici�n se�alaba como restos de esta ciudad, a una serie de mont�culos y ruinas existentes al norte de Met�n y ocultos en la densa mara�a de la selva chaque�a pero nunca se hab�a hecho la definitiva comprobaci�n. En el a�o 1945, estuvimos personalmente all�. Llev�bamos una copia del plano de la ciudad, existente en el Archivo de Indias de Sevilla. Y pudimos comprobar sin dificultad alguna, tanto por la topograf�a del lugar como por el car�cter la disposici�n de las ruinas, que en el lugar cuyo recuerdo hab�a conservado la tradici�n, estaban los �ltimos vestigios de lo que fuera la tercera y �ltima ciudad de Esteco. Teniendo, pues, presente el valor de la tradici�n para aproximarse a estos problemas, es que comenzaremos ahora recordando escuetamente los hechos relacionados con las ruinas de Cayast�. En esto nos serviremos de la informaci�n recogida personalmente por nosotros, de lo que vimos en el Museo del Departamento de Estudios Etnogr�ficos y Coloniales, y de lo que hemos podido observar sobre el mismo terreno. Desde tiempo atr�s, la tradici�n ha venido ubicando el lugar de fundaci�n de la primitiva ciudad de Santa Fe, al sur de la poblaci�n actual de Cayast�, en el Departamento Garay, sobre la barranca del r�o. Se trata de un sitio que a�os atr�s fuera declarado lugar hist�rico. Contando sobre todo con el apoyo de un culto y comprensivo Ministro, al doctor Agust�n Zapata Gollan, Director del Departamento de Estudios Etnogr�ficos y Coloniales, se le presenta un d�a la oportunidad de poder excavar all�. Comienza excavando un mont�culo, e inmediatamente aparecen numerosos restos y ruinas. Se trata, sobre todo, de los restos de una iglesia, de grandes dimensiones y gruesas paredes de tapia. Numerosas tejas espa�olas desparramadas por ah�, por lo general rotas o en fragmento, parecen pertenecer al edificio, y podemos por lo tanto admitir que el templo estuvo techado con tejas. En el interior del templo se encuentran una serie de enterratorios, cuyos esqueletos aparecen en posici�n alargada y en situaci�n de dec�bito dorsal, con las manos cruzadas sobre el pecho, en actitud netamente cristiana. Cerca de la Iglesia se hallan restos de otros edificios, y uno de ellos muestra todav�a de manera clara un piso de adobes. M�s lejos est�n las ruinas de otra iglesia, de dimensiones algo menores que la primera y tambi�n con enterratorios en la misma postura. Alrededor de las ruinas y en sus cercan�as, aparecen numerosos restos, especialmente cer�mica. La mayor parte es de origen guaran�, representada por las variedades: imbricada, de decoraci�n, unguicular y pintada. Hay tambi�n muchos fragmentos de cer�mica t�pica de los pueblos del Litoral, y entre ella se encuentra la variedad con decoraci�n incisa. Adem�s, numerosos fragmentos de cer�mica espa�ola, especialmente loza talaverana, y otros objetos de origen espa�ol. Todo este conjunto de datos arqueol�gicos, se�ala en un s�lo sentido: los restos no pueden ser sino los de un antiguo establecimiento espa�ol, con la jerarqu�a de ciudad colonial. Por lo tanto, la impresi�n macrosc�pica o de conjunto, es favorable a corroborar lo que la tradici�n viene sustentando. De ah� que cuando el doctor Zapata Gollan expresa que con sus trabajos en Cayast� est� poniendo al descubierto los restos de la primitiva ciudad fundada por Garay en 1573 parece estar en lo cierto. Se podr�a preguntar, como se ha hecho, si toda esa cer�mica ind�gena que ha aparecido en el lugar, no se opone a esa interpretaci�n. M�s la respuesta es sencilla; todo lo contrario, ella corrobora m�s bien los datos hist�ricos que conocemos, y que son los siguientes: 1�) Que la ciudad de Garay fue establecida en una zona habitada por indios Calchines y Mocoret�es, pueblos t�picos del Litoral, y de ellos ha de proceder la cer�mica de ese tipo. 2�) Que junto con los 80 primeros pobladores vino de Asunci�n del Paraguay una gran cantidad de indios de servicio. Esa gente de servicio ha de haber sido indios guaran�es, encomendados a los espa�oles del Paraguay, y de ellos y de sus descendientes, ha de proceder la cer�mica del tipo guaran� que se encuentra en el lugar. Respecto de lo que se ha dicho de las ruinas de Cayast� pudieran ser las de la reducci�n ind�gena de San Lorenzo de los Mocoret�es, que fundara Hernandarias, visitara el gobernador Diego de G�ngora en 1621, y que desapareciera alrededor de 1630, se puede afirmar ser ello de todo punto de vista imposible, por el n�mero y caracter�stica de las iglesias, por los enterratorios efectuados dentro de ellas, por la cer�mica espa�ola, etc., etc. Tampoco pueden pertenecer, y por las mismas razones, a la otra reducci�n de Concepci�n de Charr�as de Cayast�, trasladada all� hac�a 1780, como tambi�n se ha sugerido. Recu�rdese, adem�s, que ambas reducciones duraron poco, y que los Charr�as no ten�an ese tipo de cer�mica. Si la impresi�n macrosc�pica o de conjunto es favorable a la tradici�n y a la tesis sustentada por eminentes personalidades santafesinas, todo examen de detalles de los restos antropol�gicos y culturales aparecidos en Cayast�, habr� de tender a lo mismo. Por ejemplo, los esqueletos enterrados en el suelo de ambas iglesias, son indudablemente de europeos, es decir de espa�oles. A simple vista puede esto observarse. Luego tenemos numerosos indicios de una larga convivencia de espa�oles con indios, que s�lo puede ocurrir all� donde hab�a muchos espa�oles reunidos, es decir, una ciudad. En las reducciones de indios no hab�a europeos; ten�an un s�lo sacerdote o un poblero. Sin contar que all� la aculturaci�n de los indios era muy lenta, cuando se produc�a. Por todo esto, y por muchas razones m�s, que por evidentes nos callamos, proponemos a la reuni�n de la Sociedad Argentina de Antropolog�a, el siguiente: DICTAMEN 1�) Las ruinas de Cayast� no son, en su conjunto, las de ninguna reducci�n de indios, sino las de una primitiva ciudad del per�odo hisp�nico. 2�) Como a lo largo de todo el Paran� medio no hubo en los siglos XVI y XVII ninguna otra ciudad de espa�oles, m�s que la de Santa Fe, las ruinas de Cayast� han de corresponder a ella. 3�) Esta conclusi�n se ve, adem�s, avalada por la tradici�n que, desde antiguo, ubicaba la primitiva ciudad de Santa Fe en este lugar. Santa Fe, septiembre 22 de 1951." Prof. Salvador Canals Frau Pertenecen a la �poca de la Ciudad Vieja las piezas numism�ticas encontradas en Cayast� (95) He seguido atentamente los escritos sobre el asiento de Santa Fe la Vieja, especialmente los del ingeniero Nicanor Alurralde, que sin tener el placer de conocerlo personalmente, ha tenido la gentileza de hac�rmelo llegar a medida que los iba publicando en "El Orden" de Santa Fe, deferencia que mucho le agradezco. En su art�culo del d�a 20 de octubre, al referirse a mi informe y a su discrepancia con el Ilmo. Sr. Arzobispo de Santa Fe monse�or Nicol�s Fasolino, en su comentario titulado "La propaganda sobre las ruinas de Cayast�", expresa: "Por otra parte el capit�n de nav�o (R) Burzio tiene la palabra". Me presento, pues, en el palenque, que no lo considero guerrero como el del verso de Rub�n Dar�o, aunque pareciera serlo por el tono un tanto b�lico que campea en los escritos del ingeniero Alurralde. Amor a la verdad, juicio sereno, equilibrio en las ideas, cultura, erudici�n, disciplina, ausencia de amor propio, conocimiento de las fuentes, acertada cr�tica externa e interna de las mismas y poca imaginaci�n, son entre otras las cualidades necesarias que se deben poseer para abordar con �xito y seriedad los estudios hist�ricos o para mantener en un plano de elevada jerarqu�a intelectual y cient�fica las discusiones que un hecho hist�rico pueda suscitar entre sus investigadores. En este sentido �tico de la cuesti�n debatida, es conveniente tener presente el ejemplo del historiador alem�n Treitschke, apasionado en extremo de la idea de ver una gran Alemania unida bajo la hegemon�a de Prusia y cuyo ardiente nacionalismo perjudicaba sus innegables dotes cient�ficas, que en una carta escrita en 1864, dec�a: "Me excito con demasiada facilidad, pero espero con el tiempo llegar a ser un historiador". Pero diez y ocho a�os m�s tarde confesaba: "que para ser, un historiador le herv�a demasiado la sangre". Tratar�, por lo tanto, de ser lo m�s objetivo posible al exponer mi punto de vista. Como primera palabra debo manifestar que mantengo lo dicho en mi informe que integra el dictamen de la Academia Nacional de la Historia, aparecido en su �ltimo Bolet�n, a�o 1952, p�ginas 268/277, con la salvedad de la rectificaci�n de monse�or Fasolino. En materia de iconolog�a sagrada, cedo con toda honestidad su conocimiento erudito al se�or arzobispo de Santa Fe. Las medallas que ostenta la Sma. Virgen de la Inmaculada Concepci�n, son de gran parecido con las de Guadalupe. La peque�ez de su m�dulo, por lo menos en las que yo he examinado, su mal estado por la permanencia de tres siglos en tierras del litoral, que por su composici�n y humedad no es la m�s apropiada para la conservaci�n de objetos, lo min�sculo de la imagen grabada que se mide en mil�metros, el contorno de gloria que presentan ambas, de forma amigdaloide, o, como es llamada, de almendra m�stica, ha influido para hacer factible la confusi�n. El detalle es de escasa importancia en el problema m�s vital que se dilucida, es decir, la antig�edad de las piezas halladas en Cayast�. En esto es en lo que hago hincapi� y mantengo en toda la l�nea lo afirmado. Dice el ingeniero Alurralde en su art�culo del 24 de junio, al referirse a mi informe sobre las monedas y medallas que tuve ocasi�n de examinar: " ... que no hace sino demostrar en forma precisa que las ruinas de Cayast� no pueden pertenecer a la vieja Santa Fe, pues no tendr�a explicaci�n que en las ruinas de una ciudad despoblada a mediados del siglo XVII, se han encontrado medallas de fines del siglo XVIII y de principios del XIX y una cruz de mediados del siglo XIX". Con esta terminante declaraci�n el ingeniero Alurralde se ha apoderado de la rueda del tim�n de la nave de mi informe, sin mi consentimiento, por supuesto, y le ha hecho una ca�da de rumbo que la lleve al puerto de su tesis. Preciso es, ya que navega en calma chicha, que el tim�n deje de hacer gui�adas y recupere su posici�n en l�nea de cruj�a y para ello doy al timonel la orden de enfilar la proa al rumbo verdadero. Las quince monedas y medallas de mi informe pertenecen al siglo XVII, especialmente las cuatro monedas, dos de las cuales tienen respectivamente grabadas las fechas de 1653 y 1655, coincidentes con la d�cada de la mudanza de la antigua Santa Fe. Comencemos por examinar las dos primeras que no muestran a�o. N� - 14.952. Pieza macuquina de 2 reales, sin a�o visible. Es de la del tipo de impronta de anverso formado por el blas�n espa�ol de dominio coronado, con los cuarteles de Castilla y Le�n duplicados, el de Granada, Arag�n, Dos Sicilias, Austria, Borgo�a antiguo y moderno, Brabante, Flandes y Tirol, teniendo a su diestra la sigla P. por Potos� y debajo la del ensayador, R, que pod�a pertenecer a Gaspar Ruiz, que en el reinado de Felipe III compr� el oficio en 50.000 ducados. En el reverso, su campo est� cubierto por una cruz equilateral griega, conteniendo un castillo, los cuarteles 1� y 4� y un le�n el 2� y 3�. Tiene como todas las leyendas continua de anverso a reverso: "Philippus Dei gratia Hispaniarvm et Indiarvm Rex", que se muestra parcialmente, como en casi todos los ejemplares de la serie, especialmente en los valores menores. Se preguntar� el lector c�mo es que no teniendo fecha pueda afirmarse que la moneda ha sido acu�ada con anterioridad a la mudanza de Santa Fe. La explicaci�n es muy sencilla. El tipo de esta moneda, escudo de dominio en el anverso y cruz en el reverso, comenz� a batirse en Am�rica en la segunda mitad del siglo XVI, cumpli�ndose lo ordenado en la Real C�lula de Felipe II, de 8 de marzo de 1572, por la que se alter� la impronta de la moneda, y el escudo imperial de dominio reemplaz� en la cara principal al cuartelado de Castilla y Le�n, que pas� a ocupar el reverso, sin que eso significase disminuci�n jer�rquica para esos dos reinos, que la conservan en los cuarteles de privilegio, en el escudo de dominio del anverso. Perdura este tipo de moneda hasta 1651, a�o en que un ruidoso proceso pone en descubierto un falseamiento en gran escala en el fino de las piezas batidas en la ceca de la Villa Imperial de Potos�, que oblig� a las autoridades a recoger todas las anteriores labradas, resellar las que ten�an el t�tulo de ordenanza y fundir las que estaban por debajo de �1, que era el de 11 dineros 4 granos (930,555 mil�simos). Por Real C�dula de 17 de febrero de 1651 se dispuso la acu�aci�n de una nueva moneda de distinto cu�o. En el anverso en vez de escudo de dominio se estamp� la cruz cantonada de Jerusal�n con sus cuarteles ocupados por los castillos y leones y el reverso, por las columnas de H�rcules coronadas y en cartera transversal el ambicioso mote de "Plus Ultra". Del tiempo mencionado poseo en mi monetario 70 ejemplares de los valores de 8 reales el cuartillo y respecto de la sigla de ensayador R, que muestra la pieza que estudiamos, nuestra catalogaci�n nos ha permitido clasificar del reinado de Felipe II (1556-1598) valores de 2, 8, 1, 1/2 y un 1/4 real; en el de Felipe III (1598-1621) en los mismos valores, salvo el cuartillo, y en el de Felipe IV (1621-1655), de 8 reales en 1637, 1640 y 1641; 8 y 2 reales en 1644, y 8 reales en 1645, 1646 y 1647. De estas piezas adem�s de las existentes en nuestro monetario, dan cuenta: Adolfo Herrera, "El Duro", de Madrid, 1914; Edgard H. Adams, "Catalogue of the Collection of Julius Guttaget", New York, 1929; J. Schulman, " Catalogue" Janvier, 1929, "Collection de Feu Othon Leonardos a R�o de Janeiro", Amsterdam, 1929; Jos� T. Medina, "Las monedas coloniales hispanoamericanas", Santiago de Chile, 1919; Hans M. F. Schulman, "Important Auction of classical coins from the cabinet of J. Pierpont Morgan", New York, 1951, etc. Queda, pues, bien determinado que la pieza N� 14.952, fue acu�ada antes de la mudanza de la primitiva Santa Fe, a pesar de no mostrar por su estado el a�o grabado. N� 3.031. - Pieza macuquina de 1/2 real que no muestra a�o. Las improntas de los medios reales difieren de los valores mayores, por tener en una de las caras el monograma del monarca, que en el caso presente corresponde a las letras de su nombre en lat�n: "Philippus". Raramente presentan leyenda y fecha, dada su peque�ez. La estudiada puede corresponder a cualquiera de los tres Felipe. Por lo tanto, su acu�aci�n fue realizada en la �poca que estamos estudiando. N� - 17.264. - Real macuquino del a�o 1653. Es similar a la pieza siguiente N� 14.951, de 1655, que analizaremos en detalle: A�o 1653. El anverso tiene la cruz cantonada de Jerusal�n, con sus castillos y leones; en su flanco siniestro la sigla de ensayador: E; en el brazo inferior de la cruz, la fecha: 53 (por 1653). El reverso, las conocidas columnas de H�rcules, con el mote de Carlos V, "Plus Ultra", en esta forma: "PLVSVL" y en sus basas se aprecia con claridad: E-53-P (sigla de ensayador; a�o y sigla de la ceca). En la leyenda del per�metro se repite el dato importante del a�o: 653, un poco borrosa la primera cifra. A�o 1655. Similar. En el reverso, la inscripci�n superior entre los capiteles de las columnas P-I-R (sigla de la ceca, ordinal romano del valor y sigla del ensayador) ; la inferior, entre las basas: R-55-P. La leyenda del per�metro, siempre que se grabase sin abreviaturas, debi� ser: "El Perv. Potos�, a�o 1655". En el presente caso s�lo muestra a�o. Se habr� observado que se presta m�s atenci�n a la sigla de ensayador y al a�o que a otros antecedentes de la moneda, como leyenda completa y nombre del monarca. Estos �ltimos en general, especialmente en los valores de 2, 1 y 1/2 reales, no sal�an grabados en la moneda por la peque�ez del copel o trozo de plata que lo reemplazaba y por la ruda t�cnica de acu�aci�n empleada que era la de martillo y yunque. Las ordenanzas monetarias recomendaban que se cuidase que la moneda llevase con claridad la sigla del ensayador (funcionario responsable del fino) y el a�o. El c�lebre ordenamiento monetario de los Reyes cat�licos, dado en Medina del Campo el 13 de junio de 1497, cuyas disposiciones perduraron con modificaciones durante todo el per�odo de la dominaci�n espa�ola en Am�rica, dec�a respecto al ensayador: "i mandamos que cada Ensayador haga poner en cada pieza, una se�al suya, por donde se conozca quien hizo el ensaio de aquella moneda, porque si fuera baxa lei sepamos a qu�l Ensayador nos avemos de tornar. . . ". El a�o de acu�aci�n comenz� a figurar en la moneda, batida en las secas americanas a comienzos del siglo XVII, menos de dos siglos despu�s que esa costumbre fuese implantada en la europea, como una de Lieja, que tiene la de 1437. En M�xico, la m�s antigua conocida con fecha tiene la de 1607 y en Potos� la de 1617. A ra�z del falseamiento de la moneda potosina de que hemos hablado, se ajustaron las disposiciones sobre el a�o a grabarse y la inicial del Ensayador. En carta del virrey del Per�, conde de Salvatierra, dirigida a Felipe IV de 14 de agosto de 1652 se manifestaba al referirse a la Pragm�tica recibida sobre los nuevos cu�os: "... y a ello a�ad� que se pusiera tambi�n el a�o entre las dos columnas por ser la parte donde hace m�s bater�a el golpe y en el que nunca puede dejar de quedar se�alado para que se conociese en todo tiempo el Ensayador que la hab�a hecho." Como el ingeniero Alurralde expresa en apoyo de su tesis que en la vieja Santa Fe se encontraron medallas de fines del siglo XVIII y principios del XIX, transcribo textualmente lo dicho en mi informe (p�g. 268): "El resultado del mismo permite afirmar que las cuatro monedas de origen potosino, han sido batidas con anterioridad de 1660 y las 11 medallas son producto del siglo XVII, no siendo posible, l�gicamente, fijar exactamente el a�o de acu�aci�n." He aqu� que con posterioridad a esta afirmaci�n, aparecieron nuevas medallas, cuyo detalle, junto con algunas de las m�as, se encuentran en las p�ginas 245/246 del informe del R. P. Guillermo Furlong S.J. y doctor Ra�l A. Molina. Dos de ellas, las n�meros 32.676 y 30.858, llevan el a�o grabado; la primera, el de 1625, y en la segunda la �ltima cifra aparece borrada pero pertenece a la d�cada de 1620 ya que muestra las tres primeras cifras. Respecto a la cruz latina con pensamiento en el cruce de los maderos que yo examin�, a pesar de no tratarse de una pieza numism�tica, dir� que su presencia dentro de un lote de una treintena de piezas del siglo XVII no puede invalidar a �stas en su antig�edad bien determinada y no es extra�o que en las investigaciones arqueol�gicas de tierras seculares aparezcan a veces mezclados objetos de distintas �pocas. Su origen es de dif�cil determinaci�n; perdida por un viajero o habitante del lugar, o perteneciente a un soldado que participara en el combate de Cayast�. Las conjeturas que pueden hacerse son variadas. Cuando se debaten problemas hist�ricos, lo importante es no omitir aquellas pruebas que son desfavorables y aceptar el error, sin el concepto de un mal entendido amor propio, enemigo �ste de la ciencia. Si no es as�, se cae en el error de procedimiento de la comisi�n designada por Napole�n III para honrar la memoria de su ilustre t�o. En 32 vol�menes recopil� toda la correspondencia del gran Corso excluyendo aquellos documentos que no lo favorec�an. Es decir, como muy bien lo recuerda H. P. Gooch, en su "Historia e historiadores en el siglo XIX", que la obra se emprendi� en inter�s de la dinast�a, no de la ciencia hist�rica. La III Rep�blica tuvo que agregar unos vol�menes suplementarios con los documentos omitidos. La exclusi�n de las monedas de mi informe cuya antig�edad se remonta sin lugar a dudas al siglo XVII que infiero hecha inadvertidamente en el calor de la pol�mica, har�a suponer que la defensa de la tesis ha primado sobre la ciencia hist�rica, lo que me obliga el papel de III Rep�blica y recordar su existencia. Buenos Aires, noviembre de 1953 Humberto F. Burzio Nota de la Comisi�n Nacional de Lugares y de Museos y Monumentos Hist�ricos. Exp. ME-39771/953 Ref.: CNM-7584/953.- //nos Aires, junio 26 de 1953 Se�or Director General de Cultura: Cumplo en informarle que la Comisi�n Nacional que presido en reuni�n celebrada el d�a 25 del corriente ha considerado este expediente y ha resuelto hacerle conocer su opini�n acerca del pedido formulado por el Ingeniero Civil Don Nicanor Alurralde, para que sea revisado el dictamen de la Academia Nacional de Historia, sobre la ubicaci�n asignada a la primitiva ciudad de Santa Fe, producidos en ocasi�n del descubrimiento de las ruinas de Cayast�. En primer t�rmino, y sin pretender rehuir ninguna responsabilidad, esta Comisi�n estima pertinente dejar constancia de lo que en lenguaje forense podr�a llamarse "incompetencia de jurisdicci�n" para entender en el asunto sometido a su estudio, pues que la ley N� 12.665 sobre Museos y Monumentos Hist�ricos establece como su espec�fica funci�n, lo relativo a la "custodia y conservaci�n" de los monumentos hist�ricos que se le conf�an, por lo que carecer�a de competencia para abocarse al conocimiento de la cuesti�n planteada por el ingeniero Alurralde, tanto m�s que el veredicto impugnado procede de la Academia Nacional de la Historia. Hecha esta salvedad, la Comisi�n que presido observa en la nota de referencia un tono pol�mico que no se aviene con la dilucidaci�n serena y ecu�nime que corresponde en el tratamiento del problema hist�rico que plantea, nota en que se agravia a personalidades descollantes en la materia cuya autoridad en estas disciplinas se funda en una labor copiosa y honesta. Toda revisi�n de los fallos que dictan los tribunales de la historia, deben sujetarse a requisitos especiales que podr�an calificarse de normas o reglas de procedimiento, a saber: acumulaci�n de nuevos documentos o testimonios de irrecusable valor probatorio que no hubo antes ocasi�n de considerar; concordancia entre especialistas de estos estudios; y eco o ambiente propicio en los n�cleos afines de opini�n; y todo ello precedido de una amplia publicidad para dar margen al debate ilustrativo y a la acci�n depurativo de la cr�tica. De este modo, se conjuran los peligros de la improvisaci�n y se asegura la estabilidad de los fallos de la historia, que no deben quedar expuestos a sucesivas revisaciones. La verdad no se impone con el agravio; requiere constancia para sostenerla y bondad y tolerancia para difundirla; gana pros�litos por el convencimiento y la persuasi�n. La verdad, patrimonio de la inteligencia, tiene una gravitaci�n natural que le permite descender de las mentes privilegiadas que primero la perciben, a las comunes que acaban por asimilarla. Estos principios son especialmente aplicables a la verdad hist�rica. En buena hora, que el firmante de la nota cursada al se�or Ministro de Educaci�n, doctor Armando Mende San Mart�n, produzca alrededor de la tesis que sustenta, el movimiento de opini�n calificada que necesita, para que una iniciativa de tanta trascendencia pueda considerarse oportuna. Entretanto nos hallamos en presencia de un pronunciamiento fundado y serio que ha pasado por as� decirlo, en autoridad de cosa juzgada, en virtud del dictamen maduro y reflexivo de prestigiosos historiadores, rubricado hasta hoy, y en forma intergiversable, por el consenso p�blico. Sirva la presente de atenta nota de env�o. - Jos� Torre Revello, presidente - Julio C�sar Palacios, secretario. Notas:(95) Publicado en el diario "El Litoral" de Santa Fe el 14 de diciembre de 1954 ratificando las conclusiones del informe presentado a la Academia Nacional de la Historia, por el autor de este trabajo. |