DICTÁMENES SOBRE LAS RUINAS

Dictamen de los académicos P. Guillermo Furlong S. J. y Dr. Raúl A. Molina, aprobado por unanimidad en la sesión del 31 de marzo de 1952, celebrada por la Academia Nacional de la Historia y publicada en el volumen XXVI, Buenos Aires, 1952, de la misma Academia.

1º - Que la traza de la ciudad antigua, con su orientación, delineación y repartición de solares y manzanas, se conservó en la nueva.

2º - Que sobre esa traza coincide la ubicación de cuatro edificios fundamentales: los templos de San Francisco, Santo Domingo y la Merced, y el Cabildo. Asimismo, la plaza mayor.

3º - Que al lado de esos edificios se hallan construcciones privadas de vecinos, que concuerdan con las señaladas en escrituras públicas.

4º - Que los restos mortales de Hernandarias de Saavedra y de su esposa, Da. Jerónima de Contreras, son posiblemente los señalados en este informe.

5º - Que los restos arqueológicos son de una ciudad española de gran importancia en el siglo XVII.

6º - Que la antigua Laguna de los Patos y la estancia de Garay en Entre Ríos, estaban frente a las ruinas de Cayastá.

7º - Que la reducción de los Mocoretás se hallaba al norte de las ruinas de Cayastá a tres leguas de distancia y no al sur.

8º - Que las tierras donde se hallan las ruinas llamadas de Cayastá, fueron las mismas que se dieron en merced a Antonio Márquez Montiel.

9º - Que las ruinas de Cayastá excavadas por el Gobierno de la Provincia de Santa Fe, corresponden exactamente a la ciudad antigua fundada por Juan de Garay.

10º - Que todos los hechos históricos como la documentación existente en los viejos archivos coincide con la ubicación del mencionado sitio viejo.

En fin, señor Presidente y señores académicos, este es el legado más importante de nuestra historia pretérita: ¡Cuatro paredes de barro y cuatro ladrillos rotos!

Pobre legado, en verdad, si lo juzgamos con el criterio material de los valores. Pero, ¿cuánto más valor espiritual? si juzgamos, que ese barro fue amasado con el sudor y las lágrimas de la primera generación de argentinos.

Vamos a hacerlo, sin embargo, con el único que nos queda, siguiendo al vate rioplatense, tan injustamente juzgado, al pobre y olvidado Martín del Barco y Centenera, porque él tuvo la dicha de conocerles.

Estaba la ciudad edificada
Encima la barranca sobre el río,
De tapias no muy altas rodeada
Segura de la fuerza del gentío.
De mancebos está fortificada
Procura el Indio de ellos el desvío,
Que son diestros y bravos en la guerra
Les mancebos nacidos en la tierra.

No han de pasar muchos años, en que retomado el hilo de la Historia, sea la Pompeya Argentina, un nuevo lugar de peregrinación patriótica, de todos aquellos que aman las tradiciones más lejanas de la patria.

Saludamos al señor Presidente y por su digno intermedio a la Honorable Academia. - R. P. Guillermo Furlong S. J. - Raúl A. Molina."


Dictamen sobre Cayastá firmado por el Presidente de la Sociedad Argentina de Antropología, profesor Salvador Canals Frau y aprobado por unanimidad, en la sesión de la Semana Anual de Antropología Argentina, celebrada en la Universidad Nacional del Litoral:

"En el problema que presentan las discusiones surgidas alrededor del emplazamiento de nuestras primitivas ciudades, debemos distinguir dos distintos aspectos. El primero, previo al otro, hace referencia al punto geográfico de la ubicación, y su solución puede intentarse desde un punto de vista puramente histórico-geográfico, cual lo han hecho varios autores respecto de la primitiva ciudad de Santa Fe. El segundo consiste en determinar si las ruinas y restos, humanos y culturales, que puedan encontrarse en la zona previamente determinada, o también señalada por la tradición, pueden o no pertenecer a la ciudad de que se trata.

Este segundo aspecto del problema es de carácter netamente antropológico y arqueológico, y sólo desde estos puntos de vista puede y debe ser abordado.

Ahora bien, está fuera de toda duda de que los componentes de la Sociedad de Antropología, por nuestra formación de etnólogos, estamos capacitados para abordar esos problemas tanto en su primero como en su segundo aspecto. Y en nuestros estudios de etnología histórica argentina, más de una vez hemos tenido que tratar el tema desde uno como de otro punto de vista. Entendiéndose que se puede apelar al histórico-geográfico, cuando no se conocen ruinas que puedan serle atribuidas, o, conociéndose, se carece de medios para excavarlas.

Pues bien, en toda determinación de este tipo, la tradición suele ser elemento que facilita enormemente le diagnosis. Pues, si de manera general puede decirse, que toda. tradición contiene siempre un núcleo de verdad, en los casos de tradición sobre poblaciones desaparecidas, su valor es inconmensurable. Podríamos mencionar numerosos casos conocidos, que corresponden a todas las edades y a todos los países, para corroborar esto. Pero citaremos un sólo caso reciente que tiene el mérito de pertenecer a nuestro país, y en el que personalmente intervinimos. Queremos con esto referirnos a la antigua ciudad de Esteco.

Todos recordarán que la ciudad colonial de Esteco tuvo tres fundaciones distintas, y cada una de ellas en diverso lugar. Nosotros nos referiremos a la tercera y definitiva fundación, que llevó el nombre Talavera de Madrid de Esteco, y estaba ubicada sobre el río Salado o Juramento, en la provincia de Salta. La tradición señalaba como restos de esta ciudad, a una serie de montículos y ruinas existentes al norte de Metán y ocultos en la densa maraña de la selva chaqueña pero nunca se había hecho la definitiva comprobación.

En el año 1945, estuvimos personalmente allí. Llevábamos una copia del plano de la ciudad, existente en el Archivo de Indias de Sevilla. Y pudimos comprobar sin dificultad alguna, tanto por la topografía del lugar como por el carácter la disposición de las ruinas, que en el lugar cuyo recuerdo había conservado la tradición, estaban los últimos vestigios de lo que fuera la tercera y última ciudad de Esteco.

Teniendo, pues, presente el valor de la tradición para aproximarse a estos problemas, es que comenzaremos ahora recordando escuetamente los hechos relacionados con las ruinas de Cayastá. En esto nos serviremos de la información recogida personalmente por nosotros, de lo que vimos en el Museo del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales, y de lo que hemos podido observar sobre el mismo terreno.

Desde tiempo atrás, la tradición ha venido ubicando el lugar de fundación de la primitiva ciudad de Santa Fe, al sur de la población actual de Cayastá, en el Departamento Garay, sobre la barranca del río. Se trata de un sitio que años atrás fuera declarado lugar histórico.

Contando sobre todo con el apoyo de un culto y comprensivo Ministro, al doctor Agustín Zapata Gollan, Director del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales, se le presenta un día la oportunidad de poder excavar allí. Comienza excavando un montículo, e inmediatamente aparecen numerosos restos y ruinas. Se trata, sobre todo, de los restos de una iglesia, de grandes dimensiones y gruesas paredes de tapia. Numerosas tejas españolas desparramadas por ahí, por lo general rotas o en fragmento, parecen pertenecer al edificio, y podemos por lo tanto admitir que el templo estuvo techado con tejas. En el interior del templo se encuentran una serie de enterratorios, cuyos esqueletos aparecen en posición alargada y en situación de decúbito dorsal, con las manos cruzadas sobre el pecho, en actitud netamente cristiana. Cerca de la Iglesia se hallan restos de otros edificios, y uno de ellos muestra todavía de manera clara un piso de adobes. Más lejos están las ruinas de otra iglesia, de dimensiones algo menores que la primera y también con enterratorios en la misma postura.

Alrededor de las ruinas y en sus cercanías, aparecen numerosos restos, especialmente cerámica. La mayor parte es de origen guaraní, representada por las variedades: imbricada, de decoración, unguicular y pintada. Hay también muchos fragmentos de cerámica típica de los pueblos del Litoral, y entre ella se encuentra la variedad con decoración incisa. Además, numerosos fragmentos de cerámica española, especialmente loza talaverana, y otros objetos de origen español. Todo este conjunto de datos arqueológicos, señala en un sólo sentido: los restos no pueden ser sino los de un antiguo establecimiento español, con la jerarquía de ciudad colonial. Por lo tanto, la impresión macroscópica o de conjunto, es favorable a corroborar lo que la tradición viene sustentando. De ahí que cuando el doctor Zapata Gollan expresa que con sus trabajos en Cayastá está poniendo al descubierto los restos de la primitiva ciudad fundada por Garay en 1573 parece estar en lo cierto.

Se podría preguntar, como se ha hecho, si toda esa cerámica indígena que ha aparecido en el lugar, no se opone a esa interpretación. Más la respuesta es sencilla; todo lo contrario, ella corrobora más bien los datos históricos que conocemos, y que son los siguientes:

1º) Que la ciudad de Garay fue establecida en una zona habitada por indios Calchines y Mocoretáes, pueblos típicos del Litoral, y de ellos ha de proceder la cerámica de ese tipo.

2º) Que junto con los 80 primeros pobladores vino de Asunción del Paraguay una gran cantidad de indios de servicio. Esa gente de servicio ha de haber sido indios guaraníes, encomendados a los españoles del Paraguay, y de ellos y de sus descendientes, ha de proceder la cerámica del tipo guaraní que se encuentra en el lugar.

Respecto de lo que se ha dicho de las ruinas de Cayastá pudieran ser las de la reducción indígena de San Lorenzo de los Mocoretáes, que fundara Hernandarias, visitara el gobernador Diego de Góngora en 1621, y que desapareciera alrededor de 1630, se puede afirmar ser ello de todo punto de vista imposible, por el número y característica de las iglesias, por los enterratorios efectuados dentro de ellas, por la cerámica española, etc., etc. Tampoco pueden pertenecer, y por las mismas razones, a la otra reducción de Concepción de Charrúas de Cayastá, trasladada allí hacía 1780, como también se ha sugerido. Recuérdese, además, que ambas reducciones duraron poco, y que los Charrúas no tenían ese tipo de cerámica.

Si la impresión macroscópica o de conjunto es favorable a la tradición y a la tesis sustentada por eminentes personalidades santafesinas, todo examen de detalles de los restos antropológicos y culturales aparecidos en Cayastá, habrá de tender a lo mismo.

Por ejemplo, los esqueletos enterrados en el suelo de ambas iglesias, son indudablemente de europeos, es decir de españoles. A simple vista puede esto observarse.

Luego tenemos numerosos indicios de una larga convivencia de españoles con indios, que sólo puede ocurrir allí donde había muchos españoles reunidos, es decir, una ciudad. En las reducciones de indios no había europeos; tenían un sólo sacerdote o un poblero. Sin contar que allí la aculturación de los indios era muy lenta, cuando se producía.

Por todo esto, y por muchas razones más, que por evidentes nos callamos, proponemos a la reunión de la Sociedad Argentina de Antropología, el siguiente:


DICTAMEN

1º) Las ruinas de Cayastá no son, en su conjunto, las de ninguna reducción de indios, sino las de una primitiva ciudad del período hispánico.

2º) Como a lo largo de todo el Paraná medio no hubo en los siglos XVI y XVII ninguna otra ciudad de españoles, más que la de Santa Fe, las ruinas de Cayastá han de corresponder a ella.

3º) Esta conclusión se ve, además, avalada por la tradición que, desde antiguo, ubicaba la primitiva ciudad de Santa Fe en este lugar.

Santa Fe, septiembre 22 de 1951."


Prof. Salvador Canals Frau
Presidente de la Sociedad Argentina
de Antropología


Pertenecen a la época de la Ciudad Vieja las piezas numismáticas encontradas en Cayastá (95)

He seguido atentamente los escritos sobre el asiento de Santa Fe la Vieja, especialmente los del ingeniero Nicanor Alurralde, que sin tener el placer de conocerlo personalmente, ha tenido la gentileza de hacérmelo llegar a medida que los iba publicando en "El Orden" de Santa Fe, deferencia que mucho le agradezco. En su artículo del día 20 de octubre, al referirse a mi informe y a su discrepancia con el Ilmo. Sr. Arzobispo de Santa Fe monseñor Nicolás Fasolino, en su comentario titulado "La propaganda sobre las ruinas de Cayastá", expresa: "Por otra parte el capitán de navío (R) Burzio tiene la palabra".

Me presento, pues, en el palenque, que no lo considero guerrero como el del verso de Rubén Darío, aunque pareciera serlo por el tono un tanto bélico que campea en los escritos del ingeniero Alurralde.

Amor a la verdad, juicio sereno, equilibrio en las ideas, cultura, erudición, disciplina, ausencia de amor propio, conocimiento de las fuentes, acertada crítica externa e interna de las mismas y poca imaginación, son entre otras las cualidades necesarias que se deben poseer para abordar con éxito y seriedad los estudios históricos o para mantener en un plano de elevada jerarquía intelectual y científica las discusiones que un hecho histórico pueda suscitar entre sus investigadores.

En este sentido ético de la cuestión debatida, es conveniente tener presente el ejemplo del historiador alemán Treitschke, apasionado en extremo de la idea de ver una gran Alemania unida bajo la hegemonía de Prusia y cuyo ardiente nacionalismo perjudicaba sus innegables dotes científicas, que en una carta escrita en 1864, decía: "Me excito con demasiada facilidad, pero espero con el tiempo llegar a ser un historiador". Pero diez y ocho años más tarde confesaba: "que para ser, un historiador le hervía demasiado la sangre".

Trataré, por lo tanto, de ser lo más objetivo posible al exponer mi punto de vista.

Como primera palabra debo manifestar que mantengo lo dicho en mi informe que integra el dictamen de la Academia Nacional de la Historia, aparecido en su último Boletín, año 1952, páginas 268/277, con la salvedad de la rectificación de monseñor Fasolino. En materia de iconología sagrada, cedo con toda honestidad su conocimiento erudito al señor arzobispo de Santa Fe. Las medallas que ostenta la Sma. Virgen de la Inmaculada Concepción, son de gran parecido con las de Guadalupe. La pequeñez de su módulo, por lo menos en las que yo he examinado, su mal estado por la permanencia de tres siglos en tierras del litoral, que por su composición y humedad no es la más apropiada para la conservación de objetos, lo minúsculo de la imagen grabada que se mide en milímetros, el contorno de gloria que presentan ambas, de forma amigdaloide, o, como es llamada, de almendra mística, ha influido para hacer factible la confusión. El detalle es de escasa importancia en el problema más vital que se dilucida, es decir, la antigüedad de las piezas halladas en Cayastá.

En esto es en lo que hago hincapié y mantengo en toda la línea lo afirmado. Dice el ingeniero Alurralde en su artículo del 24 de junio, al referirse a mi informe sobre las monedas y medallas que tuve ocasión de examinar: " ... que no hace sino demostrar en forma precisa que las ruinas de Cayastá no pueden pertenecer a la vieja Santa Fe, pues no tendría explicación que en las ruinas de una ciudad despoblada a mediados del siglo XVII, se han encontrado medallas de fines del siglo XVIII y de principios del XIX y una cruz de mediados del siglo XIX".

Con esta terminante declaración el ingeniero Alurralde se ha apoderado de la rueda del timón de la nave de mi informe, sin mi consentimiento, por supuesto, y le ha hecho una caída de rumbo que la lleve al puerto de su tesis. Preciso es, ya que navega en calma chicha, que el timón deje de hacer guiñadas y recupere su posición en línea de crujía y para ello doy al timonel la orden de enfilar la proa al rumbo verdadero.

Las quince monedas y medallas de mi informe pertenecen al siglo XVII, especialmente las cuatro monedas, dos de las cuales tienen respectivamente grabadas las fechas de 1653 y 1655, coincidentes con la década de la mudanza de la antigua Santa Fe. Comencemos por examinar las dos primeras que no muestran año.

Nº - 14.952. Pieza macuquina de 2 reales, sin año visible. Es de la del tipo de impronta de anverso formado por el blasón español de dominio coronado, con los cuarteles de Castilla y León duplicados, el de Granada, Aragón, Dos Sicilias, Austria, Borgoña antiguo y moderno, Brabante, Flandes y Tirol, teniendo a su diestra la sigla P. por Potosí y debajo la del ensayador, R, que podía pertenecer a Gaspar Ruiz, que en el reinado de Felipe III compró el oficio en 50.000 ducados. En el reverso, su campo está cubierto por una cruz equilateral griega, conteniendo un castillo, los cuarteles 1º y 4º y un león el 2º y 3º. Tiene como todas las leyendas continua de anverso a reverso: "Philippus Dei gratia Hispaniarvm et Indiarvm Rex", que se muestra parcialmente, como en casi todos los ejemplares de la serie, especialmente en los valores menores.

Se preguntará el lector cómo es que no teniendo fecha pueda afirmarse que la moneda ha sido acuñada con anterioridad a la mudanza de Santa Fe. La explicación es muy sencilla. El tipo de esta moneda, escudo de dominio en el anverso y cruz en el reverso, comenzó a batirse en América en la segunda mitad del siglo XVI, cumpliéndose lo ordenado en la Real Célula de Felipe II, de 8 de marzo de 1572, por la que se alteró la impronta de la moneda, y el escudo imperial de dominio reemplazó en la cara principal al cuartelado de Castilla y León, que pasó a ocupar el reverso, sin que eso significase disminución jerárquica para esos dos reinos, que la conservan en los cuarteles de privilegio, en el escudo de dominio del anverso.

Perdura este tipo de moneda hasta 1651, año en que un ruidoso proceso pone en descubierto un falseamiento en gran escala en el fino de las piezas batidas en la ceca de la Villa Imperial de Potosí, que obligó a las autoridades a recoger todas las anteriores labradas, resellar las que tenían el título de ordenanza y fundir las que estaban por debajo de é1, que era el de 11 dineros 4 granos (930,555 milésimos). Por Real Cédula de 17 de febrero de 1651 se dispuso la acuñación de una nueva moneda de distinto cuño. En el anverso en vez de escudo de dominio se estampó la cruz cantonada de Jerusalén con sus cuarteles ocupados por los castillos y leones y el reverso, por las columnas de Hércules coronadas y en cartera transversal el ambicioso mote de "Plus Ultra".

Del tiempo mencionado poseo en mi monetario 70 ejemplares de los valores de 8 reales el cuartillo y respecto de la sigla de ensayador R, que muestra la pieza que estudiamos, nuestra catalogación nos ha permitido clasificar del reinado de Felipe II (1556-1598) valores de 2, 8, 1, 1/2 y un 1/4 real; en el de Felipe III (1598-1621) en los mismos valores, salvo el cuartillo, y en el de Felipe IV (1621-1655), de 8 reales en 1637, 1640 y 1641; 8 y 2 reales en 1644, y 8 reales en 1645, 1646 y 1647. De estas piezas además de las existentes en nuestro monetario, dan cuenta: Adolfo Herrera, "El Duro", de Madrid, 1914; Edgard H. Adams, "Catalogue of the Collection of Julius Guttaget", New York, 1929; J. Schulman, " Catalogue" Janvier, 1929, "Collection de Feu Othon Leonardos a Río de Janeiro", Amsterdam, 1929; José T. Medina, "Las monedas coloniales hispanoamericanas", Santiago de Chile, 1919; Hans M. F. Schulman, "Important Auction of classical coins from the cabinet of J. Pierpont Morgan", New York, 1951, etc.

Queda, pues, bien determinado que la pieza Nº 14.952, fue acuñada antes de la mudanza de la primitiva Santa Fe, a pesar de no mostrar por su estado el año grabado.

Nº 3.031. - Pieza macuquina de 1/2 real que no muestra año. Las improntas de los medios reales difieren de los valores mayores, por tener en una de las caras el monograma del monarca, que en el caso presente corresponde a las letras de su nombre en latín: "Philippus". Raramente presentan leyenda y fecha, dada su pequeñez. La estudiada puede corresponder a cualquiera de los tres Felipe. Por lo tanto, su acuñación fue realizada en la época que estamos estudiando.

Nº - 17.264. - Real macuquino del año 1653. Es similar a la pieza siguiente Nº 14.951, de 1655, que analizaremos en detalle:

Año 1653. El anverso tiene la cruz cantonada de Jerusalén, con sus castillos y leones; en su flanco siniestro la sigla de ensayador: E; en el brazo inferior de la cruz, la fecha: 53 (por 1653). El reverso, las conocidas columnas de Hércules, con el mote de Carlos V, "Plus Ultra", en esta forma: "PLVSVL" y en sus basas se aprecia con claridad: E-53-P (sigla de ensayador; año y sigla de la ceca). En la leyenda del perímetro se repite el dato importante del año: 653, un poco borrosa la primera cifra.

Año 1655. Similar. En el reverso, la inscripción superior entre los capiteles de las columnas P-I-R (sigla de la ceca, ordinal romano del valor y sigla del ensayador) ; la inferior, entre las basas: R-55-P. La leyenda del perímetro, siempre que se grabase sin abreviaturas, debió ser: "El Perv. Potosí, año 1655". En el presente caso sólo muestra año.

Se habrá observado que se presta más atención a la sigla de ensayador y al año que a otros antecedentes de la moneda, como leyenda completa y nombre del monarca. Estos últimos en general, especialmente en los valores de 2, 1 y 1/2 reales, no salían grabados en la moneda por la pequeñez del copel o trozo de plata que lo reemplazaba y por la ruda técnica de acuñación empleada que era la de martillo y yunque. Las ordenanzas monetarias recomendaban que se cuidase que la moneda llevase con claridad la sigla del ensayador (funcionario responsable del fino) y el año.

El célebre ordenamiento monetario de los Reyes católicos, dado en Medina del Campo el 13 de junio de 1497, cuyas disposiciones perduraron con modificaciones durante todo el período de la dominación española en América, decía respecto al ensayador:

"i mandamos que cada Ensayador haga poner en cada pieza, una señal suya, por donde se conozca quien hizo el ensaio de aquella moneda, porque si fuera baxa lei sepamos a quál Ensayador nos avemos de tornar. . . ".

El año de acuñación comenzó a figurar en la moneda, batida en las secas americanas a comienzos del siglo XVII, menos de dos siglos después que esa costumbre fuese implantada en la europea, como una de Lieja, que tiene la de 1437. En México, la más antigua conocida con fecha tiene la de 1607 y en Potosí la de 1617. A raíz del falseamiento de la moneda potosina de que hemos hablado, se ajustaron las disposiciones sobre el año a grabarse y la inicial del Ensayador. En carta del virrey del Perú, conde de Salvatierra, dirigida a Felipe IV de 14 de agosto de 1652 se manifestaba al referirse a la Pragmática recibida sobre los nuevos cuños: "... y a ello añadí que se pusiera también el año entre las dos columnas por ser la parte donde hace más batería el golpe y en el que nunca puede dejar de quedar señalado para que se conociese en todo tiempo el Ensayador que la había hecho."

Como el ingeniero Alurralde expresa en apoyo de su tesis que en la vieja Santa Fe se encontraron medallas de fines del siglo XVIII y principios del XIX, transcribo textualmente lo dicho en mi informe (pág. 268): "El resultado del mismo permite afirmar que las cuatro monedas de origen potosino, han sido batidas con anterioridad de 1660 y las 11 medallas son producto del siglo XVII, no siendo posible, lógicamente, fijar exactamente el año de acuñación."

He aquí que con posterioridad a esta afirmación, aparecieron nuevas medallas, cuyo detalle, junto con algunas de las mías, se encuentran en las páginas 245/246 del informe del R. P. Guillermo Furlong S.J. y doctor Raúl A. Molina.

Dos de ellas, las números 32.676 y 30.858, llevan el año grabado; la primera, el de 1625, y en la segunda la última cifra aparece borrada pero pertenece a la década de 1620 ya que muestra las tres primeras cifras.

Respecto a la cruz latina con pensamiento en el cruce de los maderos que yo examiné, a pesar de no tratarse de una pieza numismática, diré que su presencia dentro de un lote de una treintena de piezas del siglo XVII no puede invalidar a éstas en su antigüedad bien determinada y no es extraño que en las investigaciones arqueológicas de tierras seculares aparezcan a veces mezclados objetos de distintas épocas. Su origen es de difícil determinación; perdida por un viajero o habitante del lugar, o perteneciente a un soldado que participara en el combate de Cayastá. Las conjeturas que pueden hacerse son variadas.

Cuando se debaten problemas históricos, lo importante es no omitir aquellas pruebas que son desfavorables y aceptar el error, sin el concepto de un mal entendido amor propio, enemigo éste de la ciencia. Si no es así, se cae en el error de procedimiento de la comisión designada por Napoleón III para honrar la memoria de su ilustre tío. En 32 volúmenes recopiló toda la correspondencia del gran Corso excluyendo aquellos documentos que no lo favorecían. Es decir, como muy bien lo recuerda H. P. Gooch, en su "Historia e historiadores en el siglo XIX", que la obra se emprendió en interés de la dinastía, no de la ciencia histórica. La III República tuvo que agregar unos volúmenes suplementarios con los documentos omitidos. La exclusión de las monedas de mi informe cuya antigüedad se remonta sin lugar a dudas al siglo XVII que infiero hecha inadvertidamente en el calor de la polémica, haría suponer que la defensa de la tesis ha primado sobre la ciencia histórica, lo que me obliga el papel de III República y recordar su existencia.

Buenos Aires, noviembre de 1953


Humberto F. Burzio
Capitán de Navío Cont. (R)
Miembro de número de la Academia N. de la Historia
Presidente del Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades


Nota de la Comisión Nacional de Lugares y de Museos y Monumentos Históricos.

Exp. ME-39771/953 Ref.: CNM-7584/953.-
Alurralde, Nicanor, S/revisión del dictamen de la
Academia Nacional de la Historia acerca de las
ruinas de Cayastá (Santa Fe).


//nos Aires, junio 26 de 1953

Señor Director General de Cultura:

Cumplo en informarle que la Comisión Nacional que presido en reunión celebrada el día 25 del corriente ha considerado este expediente y ha resuelto hacerle conocer su opinión acerca del pedido formulado por el Ingeniero Civil Don Nicanor Alurralde, para que sea revisado el dictamen de la Academia Nacional de Historia, sobre la ubicación asignada a la primitiva ciudad de Santa Fe, producidos en ocasión del descubrimiento de las ruinas de Cayastá.

En primer término, y sin pretender rehuir ninguna responsabilidad, esta Comisión estima pertinente dejar constancia de lo que en lenguaje forense podría llamarse "incompetencia de jurisdicción" para entender en el asunto sometido a su estudio, pues que la ley Nº 12.665 sobre Museos y Monumentos Históricos establece como su específica función, lo relativo a la "custodia y conservación" de los monumentos históricos que se le confían, por lo que carecería de competencia para abocarse al conocimiento de la cuestión planteada por el ingeniero Alurralde, tanto más que el veredicto impugnado procede de la Academia Nacional de la Historia.

Hecha esta salvedad, la Comisión que presido observa en la nota de referencia un tono polémico que no se aviene con la dilucidación serena y ecuánime que corresponde en el tratamiento del problema histórico que plantea, nota en que se agravia a personalidades descollantes en la materia cuya autoridad en estas disciplinas se funda en una labor copiosa y honesta.

Toda revisión de los fallos que dictan los tribunales de la historia, deben sujetarse a requisitos especiales que podrían calificarse de normas o reglas de procedimiento, a saber: acumulación de nuevos documentos o testimonios de irrecusable valor probatorio que no hubo antes ocasión de considerar; concordancia entre especialistas de estos estudios; y eco o ambiente propicio en los núcleos afines de opinión; y todo ello precedido de una amplia publicidad para dar margen al debate ilustrativo y a la acción depurativo de la crítica. De este modo, se conjuran los peligros de la improvisación y se asegura la estabilidad de los fallos de la historia, que no deben quedar expuestos a sucesivas revisaciones.

La verdad no se impone con el agravio; requiere constancia para sostenerla y bondad y tolerancia para difundirla; gana prosélitos por el convencimiento y la persuasión. La verdad, patrimonio de la inteligencia, tiene una gravitación natural que le permite descender de las mentes privilegiadas que primero la perciben, a las comunes que acaban por asimilarla. Estos principios son especialmente aplicables a la verdad histórica.

En buena hora, que el firmante de la nota cursada al señor Ministro de Educación, doctor Armando Mende San Martín, produzca alrededor de la tesis que sustenta, el movimiento de opinión calificada que necesita, para que una iniciativa de tanta trascendencia pueda considerarse oportuna. Entretanto nos hallamos en presencia de un pronunciamiento fundado y serio que ha pasado por así decirlo, en autoridad de cosa juzgada, en virtud del dictamen maduro y reflexivo de prestigiosos historiadores, rubricado hasta hoy, y en forma intergiversable, por el consenso público.

Sirva la presente de atenta nota de envío. - José Torre Revello, presidente - Julio César Palacios, secretario.



Notas:

(95) Publicado en el diario "El Litoral" de Santa Fe el 14 de diciembre de 1954 ratificando las conclusiones del informe presentado a la Academia Nacional de la Historia, por el autor de este trabajo.


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