CIENCIA POR CASUALIDAD:

¿qué tienen en común la penicilina, la dinamita y los manuscritos del Mar Muerto?
La palabra "serendipia" ha sido redescubierta hace poco y se utiliza cada vez más. A partir de 1974 empezó a aparecer en diccionarios conocidos del idioma inglés. El editor español de "serendipia" ha creído conveniente la creación de un neologismo para designar en castellano este concepto, ampliamente difundido en la literatura científica contemporánea, que incluye todos los descubrimientos realizados por casualidad.
Una manzana que cae al suelo a los pies de Newton le da la primera idea de la ley de la gravitación universal; W"hler produce urea en lugar de ácido amónico; un soldado francés del ejército de Napoleón halla una piedra con una inscripción extraña mientras reparaba un fuerte cerca de la población de Rosetta, y esta palabras proporcionan la llave de la historia del antiguo Egipto; un chico palestino lanza una piedra a una cueva oscura, escucha un sonido inesperado y da con los manuscritos del Mar Muerto; Pasteur obtiene cristales de una forma única debido a que la temperatura en el alféizar de la ventana estaba por debajo de 26°C; la resistencia de una mujer ordeñadora a una espantosa enfermedad es advertida por un médico rural y Jenner descubre la vacuna; una espora cae en una placa de Fleming y ello abre la era de los antibióticos.
La penicilina, las sulfamidas, las cefalosporinas y la ciclosporina fueron descubiertas por accidente. Muchos fármacos han sido encontrados por medio de la serendipia. Un fármaco utilizado con un propósito se ha encontrado a menudo efectivo para otro completamente distinto y, a veces, más importante. La aspirina fue preparada por primera vez para usarla como un antiséptico interno. No resultó efectiva, pero en cambio se encontró que era un valioso analgésico y un fármaco antipirético (que baja la fiebre) y actualmente es recomendada para prevenir los ataques al corazón. Desde su entrada en el mercado farmacéutico, en la década de 1890 (la casa Bayer celebró su centenario en todo el mundo), la gente ha usado la aspirina más que cualquier otro medicamento.
Hay otros muchos casos más. Una pantalla fluorescente reluce en la oscuridad y unos cristales fosforescentes exponen una placa fotográfica envuelta en papel negro; un corte accidental en un dedo lleva a Alfred Nobel a descubrir la gelatina explosiva.
¿Qué tienen en común la penicilina, la dinamita y los manuscritos del Mar Muerto?
La serendipia, es decir, todas estas cosas, y otras muchas más en la historia de la ciencia y de la tecnología, que hacen nuestra vida más conveniente, placentera, saludable e interesante, y que fueron descubiertas por accidente.
LA PSEUDOSERENDIPIA:
Hasta que la Real Academia no diga otra cosa, utilizamos el término serendipia (correspondiente al inglés "serendipity"), acuñado por Horace Walpole en 1754 como consecuencia de la impresión que le produjo la lectura de un cuento de hadas sobre las aventuras de "Los Tres Príncipes de Serendip", que hacían continuamente descubrimientos, por accidente y sagacidad, de cosas que no se habían planteado. Walpole usó el término para referirse a algunos de sus propios descubrimientos accidentales.
Roberts habla de pseudoserendipia en los casos de descubrimientos accidentales que logren rematar una búsqueda, en contraste con la serendipia, que se refiere a descubrimientos accidentales de cosas no buscadas.
Charles Goodyear, por ejemplo, descubrió el proceso de vulcanización del caucho cuando -por accidente- dejó un trozo de caucho mezclado con azufre sobre una estufa caliente. Durante muchos años, Goodyear había estado obsesionado por encontrar una manera útil de hacer el caucho. Debido a que fue una casualidad lo que llevó al proceso de éxito, Roberts habla de un descubrimiento "pseudoserendípico".
En contraste, George de Mestral no tenía intención de inventar un cierre (velcro) cuando intentaba averiguar por qué algo se le pegaba a su ropa. Y con Friedel y Crafts, un accidente de laboratorio dio origen a la nueva química industrial. La arqueóloga Mary Leakey, esposa de un arqueólogo y madre de otro, dijo una vez: "En arqueología nunca encontraréis lo que vais buscando".
Hasta las bombas han ayudado. Al final de la II Guerra Mundial, amplias zonas de algunas de las mayores ciudades europeas -entre ellas Londres, Berlín, Rotterdam y Hamburgo- quedaron en ruinas por las explosiones. Pero ello proporcionó una ocasión única a los arqueólogos. En Londres, por ejemplo, buscando explosivos se encontró un templo romano dedicado a Mitra.
Cualquiera de estos accidentes pudo haber pasado inadvertido, pero gracias a la sagacidad de las personas que se encontraron con ellos, tenemos hoy explicaciones de las leyes que gobiernan el movimiento de los planetas; el fundamento de la química orgánica sobre una base racional; el comienzo del entendimiento de la relación de la estructura molecular con la actividad fisiológica; unos bellísimos colorantes que cualquiera, y no sólo los afortunados, pueden permitirse; una profundización en la cultura y el lenguaje de las civilizaciones antiguas; los rayos X para el diagnóstico y el tratamiento médico; la vacuna contra la viruela y otras enfermedades, etc.
Pero todo ello con una condición, expresada ya por Pasteur: "En los campos de la observación, el azar favorece sólo a la mente preparada". Cualquiera de estos accidentes podría haber pasado inadvertido, pero, gracias a la sagacidad de quienes se toparon con ellos, la humanidad cuenta, además de con aquellos ya enumerados, con el fármaco "milagroso" de la penicilina y sus sucesores; los polímeros y otras muchas conquistas que han cambiado nuestra vida.
Algunos de estos descubrimientos se hicieron hace siglos; otros, recientemente. En el siglo XX, nuestro conocimiento de la ciencia y la tecnología ha crecido en proporciones fantásticas. No sabemos qué va a depararnos el futuro, pero estamos seguros de que los "accidentes" seguirán produciéndose y que, con las mentes humanas mejor preparadas que antes, podemos esperar, gracias a la serendipia, que estos "accidentes" se conviertan en descubrimientos, más trascendentes aún de lo que nos imaginamos.
A CIENCIA CIERTA - (C) CERIDE -