Ciencia y tecnología en la región
 

Puerta al futuro. El Dr. Bernardo Houssay, primer presidente del Conicet, corta las cintas en la inauguración del Inali; detrás, el Dr. Argentino Bonetto.Por el Dr. Alberto E. Cassano

Tal vez el título de este relato podría haber sido “Los apoyos y copartícipes ignorados”, porque en última instancia es lo que trataré de hacer. Más de una vez me han pedido que cuente la historia de algunas de las erróneamente denominadas “mis obras”. Lo haré ahora y en forma muy resumida para hacer notar que ese supuesto implicaría la existencia de una criatura sobrehumana por la dimensión del cúmulo de aportes al desarrollo científico, tecnológico y de innovación en la región que muchas personas me atribuyen. Me anticipo a decir que nada hubiera sido posible sin la existencia de un significativo número de ayudas y de buenos colaboradores. Desde los que creyeron en mi y avalaron mis ideas, a los que trabajaron codo a codo para llevar a cabo un proyecto y aquellos que lo continuaron y lo mejoraron, hasta los que, como mínimo, me alentaron cuando las cosas no sucedían como esperaba o me aconsejaron para que corrigiera errores en los que seguramente incurrí.

En 1968 regresé de EE.UU. al país con el firme propósito de cumplir con los años de permanencia a que me obligaban los dos años de Beca que me había otorgado el CONICET. Me había sentido, y con razón, muy mal tratado por el Consejo. Los jóvenes que de entrada creyeron en mí (y me pareció una deslealtad abandonarlos), algunas razones familiares y la telaraña de compromisos que el Dr. Bernardo Houssay se ingenió para tejer alrededor mío, me hicieron desistir. A mediados de 1971, prácticamente, había decidido quedarme y al menos intentar hacer algo en Santa Fe.

Mis primeros colaboradores (que no conocían de horarios ni feriados y a los que hoy llamaríamos becarios) fueron el Dr. J. Cerdá, el Ing. C. Ravera (muerto en el accidente de la Universidad de Río Cuarto), el Dr. H. Irazoqui y el Dr. I. La Cava. Los cinco trabajábamos en una oficina de cuatro por cuatro metros.

En diciembre de 1971, junto con el Dr. Argentino Bonetto (entonces director del INALI) logramos que la Universidad Nacional del Litoral - UNL - (rectorado del Dr. Braulio Mullor), el CONICET (vicepresidente a cargo de la presidencia por el fallecimiento del Dr. Bernardo Houssay, el Ing. Orlando Villamayor, que era un gran matemático) y la provincia de Santa Fe (interventor, el general Guillermo Sánchez Almeira) firmaran un convenio para hacer un Centro Científico Tecnológico en la ciudad. No prosperó por diversos factores históricos, pero sirvió para que a fines de 1972 se decidiera (luego de un riguroso estudio de factibilidad externo que por desgracia ya no se hace más) crear el INTEC.

A principios de 1972, creyendo que el convenio de 1971 iba a funcionar, proyecté un plan para un plazo de 20 años en dos documentos de unas 200 páginas cada uno. El primero era la creación del Departamento de Graduados en la Facultad de Ingeniería Química (para hacer el primer doctorado en Ingeniería del país) y el segundo un Centro Multidisciplinario con nueve Institutos y un Centro de Servicios que se debían ir “incubando” dentro del INTEC, que sería el primero. Los institutos eran: de Química Aplicada, de Física Aplicada, de Matemática Aplicada, de Biología Aplicada, de Ingeniría Química (el INTEC), de Ing. Mecánica, de Ing. Eléctrica y Electrónica, de Ing. Biológica y de Economía y Sociología aplicadas al Desarrollo. Salvo el Instituto de Biología Aplicada, todos los demás fueron sembrados. Por distintas razones hubo fracasos: incorrecta elección de algunos líderes, proceso hiperinflacionario en 1989/90 (cuando por primera vez dejaron de retornar del exterior personas que habían ido a capacitarse) y, en algunos casos, falta de vocación para tolerar los bajos salarios. No obstante, al menos el cincuenta por ciento de lo iniciado en aquel tiempo hoy existe con diversas denominaciones y formas de organización.

De alguna manera pensaba así, porque al crearse la Universidad Nacional de Rosario (UNR), la Universidad Nacional del Litoral (UNL) había quedado extremadamente reducida en sus actividades académicas. Planificando y a la vez soñando, pero con los pies no muy lejos de la tierra, me propuse, de a poco, cambiar algunas cosas.

En realidad, siempre pequé de optimista y pensé que un sueño bien planificado sería posible. Obviamente, no contaba con mucha experiencia (tenía 36 años) para conocer lo que, parafraseando a otros autores, Chesterton llamaba la “condición humana”.

En esa época se produjeron tres hechos significativos. El primero, en 1971, fue un subsidio en equipamiento otorgado por la malla de compromisos que estaba creando el Dr. Houssay a mi alrededor, por un monto hoy impensable. En realidad, en 1970, había pedido una cantidad exorbitante para que me la negaran, y así tener una buena excusa para irme. Pero en los hechos, me dieron más de lo que pedí (para aprovechar un excedente de presupuesto) y en moneda estadounidense. Esto me forzó a ejecutarlo (y decir adiós proyecto de retorno a EE.UU.) y a que el decano interventor de la Facultad de Ingeniería Química (FIQ), Ing. Arturo de las Casas, decidiera asignarme un razonable espacio físico para trabajar, cosa que hasta ese momento no se me brindaba. Supongo que por entonces no se creía mucho en mis ideas.

El segundo, que la Subsecretaría de Ciencia y Tecnología de la Nación, en la persona del Lic. José Pagés, creyera en mi proyecto de Posgrado. Por eso me asignó en 1972 un subsidio muy importante en personal, que luego se transformó -con la ayuda de los señores Alasia, Scarafía e Ingaramo (personal no docente de la UNL que me enseño todas las artimañas de los manejos presupuestarios)- en cargos permanentes del presupuesto de la Universidad. Estas cuatro personas permitieron que naciera el Departamento de Graduados de la Facultad de Ingeniería Química que luego pasaría a ser el INTEC, con aproximadamente doce vacantes adicionales a los cuatro citados anteriormente y con dedicación exclusiva. Todos los cargos eran de la universidad.

En tercer lugar, entre los cargos creados con el subsidio uno sólo fue de profesor titular con dedicación exclusiva. Ello permitió que, al promediar 1972, pudiera repatriar a mi compañero de universidad en EE.UU. -el Dr. Ramón L. Cerro (el tercer doctor en ingeniería que hubo en la Argentina)- quién jugaría un papel muy importante en nuestro desarrollo institucional. Hasta ese momento y sin el tipo de aporte que luego significaría Cerro, las personas que creían en la iniciativa y me alentaban en lo que hacía, eran fundamentalmente los ingenieros Osvaldo Benigni (un leal adversario en las luchas estudiantiles y el primero en ayudarme en la docencia y dictar un curso de Matemática Avanzada para mis jóvenes colaboradores) y Carlos Ciliberti, que al principio hasta me prestaba su oficina y su escritorio.

En esa época, luego del fallecimiento del Dr. Houssay, un estrecho e influyente colaborador del referido presidente a cargo del CONICET, el Lic. Angel Molero -con quién teníamos grandes diferencias políticas que ambos disimulábamos-, comenzó a facilitarme el acceso a las comisiones asesoras del CONICET. Ya había logrado con estos tres hechos superar el período de inducción que fue muy duro porque eran muy pocas las personas con quién podía consultar mis ideas. Pero el proyecto ya estaba lanzado

A fines de 1975 y principios de 1976 se realizaron las tratativas para que el Conicet comprase las siete hectáreas ya rellenadas del terraplén que estaban orientadas hacia los pilares de la Laguna Setúbal. Desde 1972 hasta 1975 ocurrieron algunos hechos importantes. En mayo de 1973, asumieron nuevas autoridades que se hicieron cargo de la UNL -Rector Ing. R. Ceretto- y decidieron no convalidar el acuerdo de creación del INTEC para remarcar el cambio político operado -afortunadamente el tema no me involucraba- y todo quedó en suspenso.

Debido a esa decisión, su creación se postergó hasta junio de 1975, cuando el nuevo Rector, el Dr. C. Marini, decidió darle vigencia (vale la pena mencionar que no nos conocíamos). Para tener mayor libertad de acción solicité que el INTEC no dependiera de ninguna Facultad.

A principios de 1973, el Capitán de Navío Carlos Castro Madero (egresado del Instituto Balseiro y Dr. en Física) siendo Director del Servicio Naval de Investigación y Desarrollo (SENID) y su asesor, el Coronel Héctor Antúnez (R.E. y también Dr. en Física) nos convocaron al Dr. Cerro y a mí para poner en marcha un plan de formación de doctores en ingeniería en el exterior para el propio SENID. Debíamos seleccionar los candidatos y las correspondientes universidades extranjeras para hacerlo. A la trascendencia de esta actividad casi tangencial a nuestra principal tarea, sólo la pudimos apreciar pocos años después.

A partir de 1972 comenzamos a enviar en forma paulatina (por la falta de mayores recursos) a nuestros jóvenes colaboradores a hacer sus doctorados en ingeniería en las mejores universidades del exterior (mayoritariamente de EE.UU.). Hasta el año 1989 en que la hiperinflación desalentó todos los retornos (entre 1988 y 1990 perdimos nueve doctores) de dieciocho personas que mandamos a perfeccionarse habían regresado dieciciete. Simplemente porque veían que existía un proyecto y una posibilidad de desarrollo personal.

En 1975, cuando después del “Rodrigazo” estábamos a punto de irnos del país (nuestro salario sólo nos permitía comer) se produjo un hecho importante para el conjunto. El Ing. Qco. Aníbal Núñez (de la CNEA) ofreció a un grupo de La Plata, otro de Bahía Blanca y a nosotros (con el recientemente creado INTEC) hacer un proyecto conjunto por contrato con la Comisión Nacional de Energía Atómica. Se trataba de diseñar un equipo, en escala reducida, para caracterizar las principales propiedades físico-químicas de un proceso para producir Agua Pesada. Habida cuenta de que en esos días los únicos medios de comunicación rápida eran el teléfono y el télex, con Cerro no aceptamos el ofrecimiento porque no nos pareció factible. Al conocer nuestra decisión, los otros dos invitados le recomendaron a Aníbal que continuara las tratativas sólo con nosotros. Así nació en forma precaria el proyecto de Agua Pesada. El 23 de diciembre de 1975 se firmó el Convenio entre la UNL, el CONICET (en representación del INTEC) y la CNEA. Con Cerro nos quedamos varados en Aeroparque porque el aeropuerto había sido tomado por el Brigadier Capellini. Con Ramón pensamos en ese momento que, independientemente del Rodrigazo, esa era una oportunidad única para dos ingenieros químicos que nos considerábamos razonablemente formados, como para rechazarla.

El proyecto debía comenzar el 1º de marzo de 1976. Conscientes del desafío en que nos involucrábamos y nuestro escaso conocimiento sobre el tema, decidimos que nadie del grupo se tomara vacaciones y nos pusimos a estudiar y trabajar a partir del 2 de enero. Cabe mencionar que a partir de la negativa de la India a firmar el Tratado de no Proliferación Nuclear, se había cerrado el acceso a toda la literatura de libre disponibilidad sobre el tema. Era como empezar de 5 en una escala de 0 a 100. En total, incluyendo un par de técnicos y un administrativo, éramos dieciseis personas (tres ya habían viajado al exterior a perfeccionarse). El CONICET nos aportó ocho vacantes de Becas e hicimos un llamado a concurso público para que en marzo, previo curso intensivo de selección a mi cargo dictado en febrero, se reforzara el grupo.

A todo esto y en paralelo, ya en septiembre de 1975 el interventor del CONICET a través del Lic. A. Molero nos había encomendado dos cosas: (a) Viajar casi semanalmente, lo hacíamos junto con Ciliberti, a Buenos Aires para trabajar con un equipo de arquitectos en un futuro edificio para el INTEC de aproximadamente 3.000 metros cuadrados y (b) conseguir la donación de algún terreno amplio para construirlo y prever futuras expansiones. Visitamos con Cerro y Ciliberti al señor Intendente Noé Adán Campagnolo que se entusiasmó con la idea. Nos ofreció terrenos en la zona norte camino a Recreo o 30 hectáreas en la zona aledaña a la ya iniciada Ciudad Universitaria en El Pozo. Por la proximidad con la Ciudad Universitaria, sugerí al CONICET la segunda localización. El entonces concejal Enrique Muttis, a quién conocía de mis años de estudiante, se ocupó de defender el proyecto en el Consejo Municipal. Con Ciliberti y el agrimensor, hicimos la mensura en un bote, porque el “terreno” tenía tres metros de altura de agua. De inmediato conseguimos que FF.AA. le vendiera al CONICET, por un peso, las siete hectáreas ya rellenadas del terraplén que estaba orientado hacia los pilares de la Laguna Setúbal.

El 24 de marzo de 1976 se produjo el golpe de Estado y todos pensamos que el proyecto se terminaba. A los quince días recibimos un llamado del secretario privado del nuevo presidente de la CNEA (el Cap. De Navío Dr. Castro Madero) que nos transmitió un mensaje: el proyecto seguía vigente. No obstante ello, a los diez días recibimos un llamado del que continuaba siendo su asesor, el Cnel. (R.E.) Dr. Antúnez, que nos anunció que al día siguiente (de sorpresa, por supuesto) vendría a inspeccionar la marcha del proyecto. Cuando llegó, como consecuencia de nuestra decisión anteriormente comentada, encontró el cronograma adelantado en más de un mes. Cinco días después, en un llamado de Castro Madero, nos pidió a Cerro y a mí que viajáramos a Bs. As. para una reunión a la semana siguiente. En ella, luego de cuatro horas de análisis de alternativas, cambió la envergadura del proyecto en un mil por ciento y de igual forma su presupuesto que hasta 1979 pasó a ser del orden de US$1.000.000 por año, transformándose en la Planta Experimental de Agua Pesada. También solicitó a las máximas autoridades del CONICET y de la UNL el mayor apoyo posible a nuestro proyecto, cosa que en los hechos ocurrió. En fines de 1976 ya éramos casi cincuenta personas.

Lamentablemente, terminando 1975, dos de mis mejores colaboradores, los Ing. Benigni y Ciliberti habían sido echados de la FIQ. En mayo de 1976 solicité ayuda a Castro Madero (cabe recordar que para ingresar a una repartición del Estado se exigía un informe de la SIDE). Con información a la que yo no podía tener acceso, me sugirió que los contratara porque todo lo que había en sus expedientes eran patrañas. Bajo mi responsabilidad (tuve que firmar asumiéndola) el CONICET los tomó como Personal de Apoyo en las máximas categorías Profesionales. Igual procedimiento tuve que seguir en otros ocho casos. Con el apoyo telefónico de Castro Madero y mi firma, el CONICET los aceptó. Todos ellos eran futuros becarios, recién recibidos de ingenieros o de matemáticos. A tres que no lograron sortear este obstáculo (habían estado presos por un tiempo) los conocíamos y eran muy buenos. A través de nuestras amistades, con Cerro, les conseguimos becas en universidades norteamericanas para hacer sus doctorados y regresaron después de 1983. Ésta fue una de las etapas más difíciles de mi vida.

Maqueta construida sobre la base de la Ingeniería Básica de la Planta Experimental de Agua Pesada.Como referencia, la columna de intercambio isotópico más alta mide bastante más de 90 metros de alturaLos inicios de un gran proyecto

Período 1976-1982 (En recuerdo del Ing. R. Ballesteros a quien el CCT CONICET Santa Fe tanto le debe).

En agosto de 1976, recibí un llamado del Interventor del CONICET en que me preguntó si era cierto que tenía un proyecto para el desarrollo de un Centro Multidisciplinario en Santa Fe. Al confirmarle el hecho, me dijo que en una carta expreso me mandaba las exigencias preliminares que ponía el B.I.D. (Banco Interamericano de Desarrollo) para analizar la posibilidad de otorgar un crédito al CONICET para desarrollar Centros Regionales. Parece que lo único que existía como plan era lo mío. Al recibir la información me enteré que disponíamos de cuatro semanas para desarrollar un proyecto completo (que terminó siendo de cuatro volúmenes de trescientas páginas cada uno que ya incluía los planos del Edificio del actual INTEC I). Acordamos con Cerro que por esas semanas él sólo se ocuparía del proyecto con la CNEA y yo me haría cargo del otro, para lo cual las seis dactilógrafas que teníamos (tomadas por concurso; el 50% de ellas era bilingüe) trabajarían en turnos corridos durante veinticuatro horas (las actoras anónimas). Yo grababa en un dictáfono y dos personas de buena redacción le daban la forma definitiva. Para los aspectos económicos, contratamos a un joven recién recibido y regresado en Estados Unidos llamado José L. Machinea. Nuestro proyecto justificó el pedido preliminar del CONICET al B.I.D., que terminó construyendo con el crédito logrado cuatro centros regionales: en Santa Fe, Bahía Blanca, Mendoza y Puerto Madryn. Pero no podíamos olvidarnos que nuestros terrenos tenían arriba de ellos tres metros de agua. El CONICET no tenía partidas para construcciones y no queríamos entrar en la burocracia y “otras discusiones” de la Dirección Nacional de Arquitectura. Hicimos un trámite con Ciliberti y nos enteramos que el Ministerio de Obras Públicas tenía una muy pequeña draga en desuso porque su motor estaba en muy malas condiciones. Nos la cedieron sin cargo. Viajamos a Buenos Aires y en el CONICET nos dieron trece cargos de la Carrera del Personal de Apoyo (doce “Artesanos” y un Profesional Principal) y fondos para comprar los caños para comenzar a refular el terreno. Por concurso, tomamos doce peones (de nuevo, los actores ignorados) para trabajar, en turnos de tres, las 24 horas del día (incluyendo todos los feriados, sin excepciones) y pusimos al frente al Ing. Ricardo Ballestero (un hombre con experiencia, durísimo, que de entrada me dijo: “usted sabe manejar becarios e investigadores, deme libertad para manejar esto a mí”, y así se hizo). Al poco tiempo, el motor no dio más. Hicimos un trabajo estrictamente administrativo -por computadora- para la EPE en trueque por un una línea de tensión y un transformador ubicado a 8 metros de altura. El CONICET compró de inmediato un motor eléctrico. Y así, luego de tres años y medio, teníamos aproximadamente 20 hectáreas refuladas con una altura superior en 1,5 m al nivel de la Casa de Gobierno (cualquiera se puede imaginar por qué tomé esa decisión). Todas las Navidades y Primeros de Año, personalmente, les llevaba a los operarios el Pan Dulce y la Sidra y en las proximidades del 9 de julio, comía con ellos un locro.

Con Ciliberti, seguimos viajando semanalmente a Buenos Aires. Pero ahora para hacer todos los planos de lo que hoy se conoce como CCT CONICET Santa Fe. En 1977 estaban todos los planos de detalle terminados y en 1978 se licitaron las obras, que aunque parezca mentira -porque ahora sí, tuvo que intervenir la Dirección Nacional de Arquitectura y perdimos el control total de las tareas-, todavía no están terminadas.

El proyecto de la Planta Modelo Experimental de Agua Pesada involucraba la Ingeniería Básica, con un cronograma de finalización el 1º de marzo de 1978, las supervisiones de la Ingeniería de Detalle, el Montaje y la Puesta a Punto de la Planta. La primera decisión -una iniciativa de R. Cerro, que obviamente respaldé- fue que haríamos todo el diseño por Simulación por Computadora usando o produciendo teóricamente toda la información que fuera necesaria. Para ello desarrollamos el tercer simulador de procesos que existió por esos años en el mundo -denominado Prospro- (Programa de Simulación de Procesos). Al carecer de una buena computadora, de seis a ocho integrantes del grupo (que rotaban) viajaban a Buenos Aires todas las semanas para usar, por contrato con la Facultad de Ingeniería de la UBA, su computadora. Pero para disponer de tiempos libres sólo nos habilitaban los horarios nocturnos (de 21:00 a 07:00 horas) y lo hacían de lunes a viernes (otra vez los actores ignorados, sobre todo porque varios de ellos tenían familia). El 1º de marzo de 1978 entregamos toda la Ingeniería Básica, salvo el Control de la Planta ya que no habíamos hecho ningún trabajo experimental. El resultado era producto sólo de la capacidad de los jóvenes ejecutores (el promedio de edad de todo el grupo, incluyéndome, era menor a 30 años) y de la calidad de nuestro Prospro. En 1977, habíamos tenido que desplazar (para ser suave) al jefe del Grupo de Control (un sujeto con buenos antecedentes “en los papeles”). Tuvimos la fortuna de poderlo reemplazar, casi de inmediato, por un ingeniero químico doctorado en Control en Inglaterra, que había sido enviado a perfeccionarse por Gas del Estado (con licencia con sueldo) y que a su regreso le informaron “que no les era de utilidad”. Se tenía que buscar otra repartición nacional para cumplir su compromiso por la licencia percibida. No era de Santa Fe; un familiar le informó de nuestra existencia. Por teléfono me comentó sus antecedentes. Dos o tres días después el Dr. Gregorio Meira estaba contratado y, con su grupo, entregó con tan sólo seis meses de retardo, lo que faltaba de la Ingeniería Básica.

Cuando se hizo público el llamado a licitación de nuestro diseño de la Planta, aparecieron las ofertas de Plantas Completas por parte de empresas estatales y privadas de Canadá, Alemania y Suiza. La Planta Experimental seguiría adelante (para tener el reaseguro del manejo nacional de la tecnología) pero las urgencias del Plan Nuclear hicieron que la CNEA abriera una nueva licitación por una de tamaño industrial, con entrega de llave en mano. Como parte de nuestro contrato, nos tocó evaluar las ofertas. Durante ese proceso, con Cerro les preguntamos a los canadienses por qué ahora se había abierto el mercado y en ese momento aparecían las ofertas. La respuesta fue muy simple: “Hemos estudiado el pliego de la licitación de la Planta Experimental. Ustedes ya lograron desarrollar la tecnología y el proyecto, con ajustes, va a funcionar. Para qué vamos a perder la oportunidad de hacer un buen negocio”. Esa fue la confirmación de que no nos habíamos equivocado por mucho. En 1982, con una inversión total cercana a los 100.000.000 de dólares, la Planta Experimental estaba terminada y la Argentina poseía el control de una tecnología propia para producir Agua Pesada. Pero hacía falta para ello un Plan de Desarrollo Nuclear, gestado en 1973, que muy poco después fue totalmente interrumpido.

Cada uno de los becarios que participaron, a su turno, viajó al exterior a hacer su doctorado. La sangría que producía siempre se compensaba con el esfuerzo de los demás, pero nuestro plan de desarrollo de recursos humanos en el máximo nivel nunca se interrumpió, ni siquiera por este proyecto. Uno de los últimos en salir fue el actual director del CCT CONICET Santa Fe, el Dr. M. Chiovetta, que había empezado a trabajar conmigo, siendo estudiante, en el año 1971.

Iniciativa, esfuerzo y trabajo en conjunto
Inundación de 1983. De acuerdo con lo previsto, los terrenos del CONICET son una isla rodeada de agua. Las previsiones de refular los terrenos con una altura 1,5 m mayor a la de la Casa de Gobierno y por encima del nivel de la Ruta 168 dieron resultado. Continúo con este recuerdo de las personas que me ayudaron en mis tareas. Hasta el año 1985, el CONICET no controlaba el detalle bancario del manejo de los subsidios y sólo se debía rendir por el monto neto de la resolución, sin incluir los intereses. Como nosotros empezamos a recibir fondos importantes tantos del Consejo como de la CNEA, con Cerro, Ciliberti y Benigni, muy pronto pensamos en una Fundación para que administrara la totalidad de nuestros recursos (nos importaba mucho que se supiera qué hacíamos con los intereses). La propuesta fue pagar con parte de los intereses (que en esa época eran altos) la contabilidad que llevaría una Fundación y además, dedicar una porción de ellos a otras actividades. De allí surgió la creación de la Fundación para el Arte, la Educación, la Ciencia y la Tecnología, a la que denominamos Arcien. Como todos los fondos venían a nombre mío, un funcionario del CONICET (el antes citado A. Molero, que siempre nos aconsejó bien) sugirió que yo no fuera el Presidente. Lógicamente, tal función recayó entonces en Ramón Cerro. Nuestro Asesor inicial para las muchas actividades fue un conocido del Diario El Litoral: el señor Jorge Reynoso Aldao, quién constituyó un Comité Asesor con personalidades de Santa Fe. Desde 1976 hasta 1984 desarrollamos una intensa actividad extracientífica. Luego el CONICET no lo permitió más y posiblemente no sea una decisión criticable porque los fondos originales tenían otro destino.

Respondiendo a mi proyecto del año 1972, en agosto de 1976 el CONICET creó el Centro Regional de Investigación y Desarrollo de Santa Fe (CERIDE Santa Fe) y me designó su director-organizador. Ciliberti se desempeñaba como si fuera su Gerente y teníamos tan sólo una breve reunión diaria. Tuvimos la fortuna de que un no docente excepcional (el señor Aldo Alasia) a quien le hubiera correspondido ocupar la Dirección General de Administración de la UNL, por razones de salud no la aceptó. En cambio, pidió venir como Secretario al INTEC (no teníamos ninguno y el peso de la burocracia era ya muy grande para mí). Él tuvo a su cargo organizar minuciosamente toda la parte Administrativa del INTEC y el CERIDE y formar al personal que iba ingresando en esa área. Una sola vez tuvimos una discusión seria. Él estaba obligado a advertirme en cada expediente, cuando algo podía contravenir alguna reglamentación burocrática. Mi instrucción fue: “Haga la observación detallada cuando sea imprescindible, fírmela y debajo, ya directamente, redacte el acto de insistencia y ponga mi sello para la firma, de modo que la responsabilidad sea exclusivamente mía”. Nunca más fue necesario hablar sobre el tema.

El progreso de la obra fue interrumpido en 1983 para reanudarse en 1994/96. Los trabajos avanzaron lentamente hasta el año 2004 en que fueron nuevamente interrumpidos y siguen sin terminarse.Organizamos con Ciliberti el Servicio Centralizado de Documentación (SECEDOC), el Servicio Centralizado de Computación (SECECOM), el Servicio Centralizado de Talleres, el Servicio Centralizado de Grandes Instrumentos (SECEGRIN) y el Servicio Centralizado de Administración y Contabilidad. Luego se agregó el Servicio Centralizado de Medios Audiovisuales y Gráficos (SECEMAG). Una vez que estuvo todo en marcha, a principios de 1979, transferí (previa designación del CONICET) la responsabilidad de la Dirección y 49 personas formadas, a quién hasta entonces se desempeñaba como “gerente”.

En 1978 funcionábamos en un piso del Edificio Damianovich y siete casas alquiladas en los alrededores. La tarea de coordinación era extremadamente compleja. El Convenio por el proyecto de Agua Pesada, contemplaba una “ganancia” para el desarrollo del INTEC. Recién en el año 1987, por iniciativa nuestra, mediante un decreto del Poder Ejecutivo, el Consejo consiguió que una parte de las utilidades de un proyecto pudiera ser percibida por los ejecutores. Teníamos entonces acumulado un fuerte excedente y los intereses. Con un subsidio del CONICET y los fondos no utilizados del presupuesto de Agua Pesada y los intereses acumulados, en 1979 primero y en 1980 una segunda etapa, construimos (provisoriamente, y lo siguen siendo hasta hoy) los dos edificios de calle Güemes. Salvo decisiones muy de fondo, la tarea estuvo bajo la responsabilidad de los Ings. Ciliberti y Cicutto (una vez que las personas demuestran sus virtudes, nunca tuve mucha dificultad en delegar tareas a pesar de que la responsabilidad haya seguido siendo totalmente mía). Pero el hecho real es que ese trabajo de detalle lo hacían ellos. Así construimos más de 3.000 metros cuadrados y en este caso, el 50% eran laboratorios. Hasta hoy, mantuvimos como huésped a todo el CERIDE. Con el crédito conseguido por el BID (del cual, creo que por derecho, reclamé el 30% para Santa Fe) logramos incorporar más personal, equiparnos totalmente con instrumental de última generación, becas en el exterior y obviamente, las obras en el Pozo. No obstante ello, a principios de 1979, la primera gran computadora fue financiada a medias entre el CONICET y los excedentes de Agua Pesada por valor de U$S 500.000. De ese modo se terminaron los viajes a todos los lugares donde contratábamos el servicio. Durante todo el año 1978, también de noche, en forma gratuita, usamos la computadora de la Fiat, por gentileza de su entonces Gerente General en Santa Fe, el Ing. A. Blas que era, además, mi amigo.

En 1980 tuve el incidente más serio de los más de cincuenta años de actividad que llevo en mi profesión. Dos médicos nacionalistas, investigadores de alto nivel del CONICET (uno había sido el primer Subsecretario de la Secretaría de Ciencia y Tecnología del Proceso en 1976 y el otro fue, después de la muerte del Dr. Matera, en 1994, miembro del Directorio del CONICET) me denunciaron por escrito, ante el General Videla. La acusación era de ser Montonero disfrazado, porque tomaba en el INTEC profesores que habían sido expulsados de la Universidad, porque ayudaba a salir del país a personas “indeseables” y porque estaban “sovietizandos” (sic) el INTEC y el CERIDE. La denuncia fue girada por el presidente de la Nación al Secretario de Ciencia y Tecnología (El Dr. F. García Marcos) quién me citó de inmediato por Télex. Cuando concurrí (lo conocía por las gestiones relacionadas con el crédito del BID) me mostró la carta y me dijo sólo tres cosas: “¿Qué me puede decir de esto?”, “A usted me voy a ver obligado a echarlo” y “¿Tiene su pasaporte al día?” Luego del diálogo, mi respuesta fue: “Si tiene tiempo, consulte primero con el Vice Almirante Castro Madero y después volvemos a hablar”; cosa que aceptó. Una semana después, me volvió a llamar y me dijo: “Olvídese del tema, está todo aclarado”. Varias personas me han dicho que Castro Madero no procedió como hubieran esperado para defender, de igual forma, a la gente perseguida de la CNEA.

Yo no lo puedo asegurar, pero por los términos de la denuncia que pude leer en todo su contenido, muy posiblemente a mí me evitó unos posibles años de cárcel y, por qué no, tal vez me salvó la vida. Y por cierto, como mínimo, evitó la caída de todo el proyecto que había iniciado en 1971. También me sirvió para reflexionar. ¿Qué pasaba si una persona no tenía la fortuna que alguien con influencia lo defendiera? Obviamente, el tiempo nos dio a todos todas las respuestas. Con el correr de los años, con Carlos Castro Madero, ya retirado, nos hicimos buenos amigos y volvimos a trabajar juntos, todo el año 1987, en un proyecto conjunto para una gran empresa petroquímica. En esa ocasión me había tomado mi año sabático y renunciado a la Dirección del INTEC y decidí hacer una experiencia en una empresa productiva.

Logros de la ciencia santafesina, resultado del aporte de muchos

Redondeando la historia hasta lo que hoy ya es más conocido, cerraré este breve recorrido por lo actores ignorados del CCT CONICET Santa Fe y el Parque Tecnológico.

Vista panorámica del conjunto CCT-CONICET-Santa Fe y el Parque Tecnológico Litoral Centro SapemLas obras del Centro Multidisciplinario en el Barrio El Pozo comenzaron a fines de 1979. En el año 1982 estaban avanzadas en su cronograma. Las inundaciones (1982 y 1983) no afectaron sus terrenos pero sí todos los accesos a ellos y el proyecto se interrumpió. En 1984, el Directorio del Conicet (presidente Dr. Carlos Abeledo) con el apoyo de Secretario de C. y T. (Dr. M. Sadosky), decidió no continuar apoyándolas y mucho menos, defender su continuidad en el Ministerio de Obras Públicas, por tratarse de un emprendimiento iniciado durante el Proceso (esto es casi típico de la política argentina: todo lo hecho antes es, por definición, malo). A pesar de que nos conocíamos muy bien desde antes, no tuvo en cuenta que se trataba de un proyecto elaborado en 1972, con algunos planos ya terminados en 1975. Recién en 1990, merced a fuertes apoyos políticos locales y a un plan, el Dr. Julio Luna fue designado Director del CERIDE y algo se empezó a mover. En 1992/93 con el respaldo del Gobernador C. Reutemann, logró que el Dr. Matera (que a la sazón sumaba los cargos de Secretario de Ciencia y Tecnología y Presidente del CONICET), hiciera las gestiones para poner de nuevo en marcha las obras que, no obstante ello, continuaron con problemas contractuales, al punto de que aún hoy no están terminadas y una parte de las programadas originalmente, fueron suprimidas (se pueden observar dos grandes tanques de agua que ya estaban construidos y uno de ellos no se usa).

La historia del primer doctorado en ingeniería de la Argentina es inconcebible. Mantuve diez años de disputas con las asociaciones gremiales de ingenieros y no tuve el apoyo de la Academia de Ingeniería. Todos desatendían el argumento de que los doctorados son grados académicos que no modifican las incumbencias profesionales y sostenían que el título de ingeniero, era el máximo posible de la carrera, por lo cual ejercían una muy fuerte oposición a mi proyecto de los posgrados en ingeniería. Recién en 1981 se estableció el doctorado en la Facultad de Ingeniería Química totalmente con personal del Intec. Para ello, en 1978, en un Congreso Nacional de Posgrados en Ingeniería, financiado por la CNEA (Dr. Castro Madero) y con un Documento Base que redactamos conjuntamente con el Cnel. (R.E.) Dr. Antúnez, logramos negociar con las asociaciones gremiales la creación de los doctorados, en la medida que no hubiera simultáneamente Masters o Magisters. En 1980, en la FIQ se creó una comisión para redactar el reglamento. Mi alterno en dicha comisión fue el Dr. H. Irazoqui (uno de mis primeros discípulos, que había retornado de EE UU con su doctorado). Al notar que mi proyecto -por sus exigencias- era fuertemente resistido, delegué toda la tarea en él, quién con mucha mejor voluntad de negociación, sacó a flote la aspiración. El objetivo planteado en 1971, se había cumplido aunque no con la excelencia que yo pretendía.

En 1977, en ocasión de un viaje de Cerro a EE UU por seis meses (muy discutido porque me dejaba muy solo con todos los proyectos que teníamos en marcha) éste conoció cuatro matemáticos argentinos que estaban a punto de terminar su doctorado y les contó mi proyecto. Se trataba en una primera etapa, de E. Harboure y N. Aguilera. Yo consulté con el Ing. Villamayor (ex presidente del CONICET y gran matemático) sobre la calidad de estas dos personas. Ellos por su cuenta, sin saberlo, consultaron con la misma persona para saber “quién era Cassano”. De esta coincidencia surgió, dentro del INTEC el Programa Especial de Matemática Aplicada (PEMA, como paso previo a lo que es hoy el IMAL) al que dirigí, con un Co-director Académico (el Ing. Villamayor) por seis años. El segundo Instituto estaba en marcha. Casi en la misma época, por sugerencia de Castro Madero, incorporamos, proveniente del Instituto Balseiro, al Dr. M. Passeggi (Físico) y a un becario proveniente de la Universidad de La Plata (UNLP) y casi inmediatamente al Dr. R. Buitrago. Así nació el grupo de Física que en cualquier momento será un Instituto independiente. Desde 1975 venía siguiendo los pasos de un joven ingeniero mecánico con un doctorado en Bélgica y desperdiciado totalmente en la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Sólo lo conocía por su expediente en el CONICET, dado que estaba pidiendo realizar una beca de reactualización en el exterior. Inicié contactos con él mientras estaba de nuevo en la universidad europea belga. En 1980, contraté al citado ingeniero, el Dr. Sergio Idelsohn, quién dio origen con muy buenos becarios, a lo que hoy es el CIMEC, dentro del INTEC -aunque por muy poco tiempo más-. Otras iniciativas que tuve en química, ingeniería eléctrica y electrónica, economía y lo que hoy se llamaría ingeniería biotecnológica, por muy diversos motivos, no tuvieron el mismo éxito (tres de los proyectos abortaron durante la hiperinflación de 1989 y sus proyectados integrantes o no regresaron del exterior o se alejaron del sistema). Supongo que otros, en el futuro, completarán la obra como ya ocurrió, sin mi intervención, con el IAL.

En 1980, con Cerro pensamos crear un Instituto que no dependiera del Estado para facilitar los mecanismos de contratación de proyectos de transferencia. Lo iba a dirigir Ramón, que le puso el nombre de INGAR (Ingeniería Argentina) y originalmente, dependía solamente de la Fundación ARCIEN y tenía un convenio de cooperación con el CONICET. Del INTEC, pasaron a formar parte del INGAR, además de Cerro, treinta personas, casi todas ellas provenientes del Proyecto de Agua Pesada (Entre 1981 y 1982 ellos terminaron las pocas cosas que faltaban de la Ingeniería de Detalle y el Montaje de la Planta). Con el tiempo, el plan cambió sus objetivos y, contra mi voluntad, se respetó la decisión de Ramón (en última instancia era su responsabilidad tanto por el cambio como por las consecuencias). La idea original quedó muy rápido en el camino. Hoy depende del CONICET y de la Regional local de la Universidad Tecnológica Nacional (FRSF-UTN); la calidad permanece intacta, pero creo que sólo yo sé muy bien todo lo que se perdió.

En 1987 al retornar de mi año sabático había escrito un artículo en Diario El Litoral sobre la posibilidad de establecer un Parque Tecnológico en Santa Fe. No creo que Julio Luna estuviera al tanto del mismo, porque en esa época hacía poco que había concluido su doctorado; por razones de salud, su Director de tesis se había retirado del sistema y, en los papeles, terminé siendo yo su director. En cualquier caso, Julio junto con el Dr. Ricardo Grau (que había hecho su tesis doctoral conmigo) sin mi intervención, empezaron a escribir una serie de folletos sobre Parques Tecnológicos. Esto se puede verificar porque su concepto responde al triángulo de Sábato y no a mi Tetraedro para la Tecnología. En función de sus antecedentes e ideología política -de conformidad con las normas vigentes y la existencia de una mayoría Justicialista en el COFECYT-, Julio fue designado representante de las provincias en el Directorio del CONICET. Desde allí, a partir de 1991/92 impulsaron junto con Ricardo, la creación del Parque Tecnológico Litoral Centro, Sapem (PTLC), y Grau fue designado su Presidente. Pienso que sin la presión, el convencimiento y la perseverancia de Julio, frente a la clásica actitud conservadora y cerrada del CONICET, el PTLC no se hubiera creado.

En el año 2004 surgieron algunos problemas -me atrevo a decir en parte personales y tal vez superables- entre el Presidente del PTLC y el Director del CERIDE (Sergio Idelsohn). El CONICET y la UNL resolvieron reemplazar a Grau y convocarme a mí para procurar solucionar los problemas creados. En realidad no era una función que me atraía sobremanera (en ese momento había comenzado a escribir un libro y además era Asesor Científico del Secretario de Ciencia y Tecnología de la Nación) pero no pude negarme. A la primera persona que le informé del ofrecimiento recibido fue a Ricardo. Presidí, ad-honorem, su Directorio por seis años. Lo demás es historia conocida, pero la existencia del PTLC debe reconocer su origen en la labor de Luna y Grau.

Estoy seguro de que habría páginas enteras para mencionar todas las ayudas y colaboraciones que han hecho aportes para concretar mis ideas. Pienso que con lo relatado hasta ahora es suficiente para que quede claro que una persona puede pensar un proyecto, pero aislada y sin excelentes y generosos copartícipes y continuadores, nada puede hacer.

© Diario El Litoral

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Publicado el 13/1, 7/2, 25/2, 7/3 y el 15/3 de 2011