"Comunicación, mundialización y mismidad"
Abelardo Barra Ruatta
Departamento de Filosofía
Universidad Nacional de Río Cuarto
El extraordinario desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación en los últimos 50 años de esta centuria ha posibilitado la mundialización de la civilización occidental que, practicada en el marco de una ontología de la mismidad, conlleva una estandarización y homogeneización de pautas culturales de inédito alcance en la historia de la humanidad. Procesos mundializadores previos ( helénico, romano, hispánico, etcétera) conformaron una ecumene relativa (vista desde el rasero más amplio de nuestro presente) dado a que lo que se concebía como el mundo era una totalidad que, de manera involuntaria, pretería parcelas del globo terrestre que eran fácticamente desconocidas por los europeos.
La unidimensionalización cultural instaura por sí misma una realidad limitante o defectiva al expandir universalmente modelizados acomodamientos fácticos y simbólicos que, en rigor, son meramente particulares e históricos puesto que han sido producidos por seres humanos regionalmente situados. Si a esta limitante ontológica añadimos un factum inocultable: que la respuesta cultural occidental - devenida en planetaria- se ha mostrado impotente para mundializar aquellos aspectos de mayor significatividad hedónico-antropológica que ha logrado alcanzar en la particularidad de su acomodamiento, nos encontramos ante un estadio de desarrollo de la humanidad que impone a la conciencia ético-política la necesidad de repensar radicalmente el sentido biosférico de la presencia de la especie humana.
En efecto, la persistente e irradicable presencia de la guerra como mecanismo dirimidor de conflictos, de las inconmensurables diferencias económicas que condenan a vastas multitudes al hambre, a la enfermedad y a la ignorancia, la acumulable agresión al medio ambiente global, etc. debería alertarnos moralmente sobre la incapacidad de nuestra civilización occidental para poner fin a estas ominosas realidades.
Dada la indiscutible centralidad de los sectores económicos vinculados a las telecomunicaciones e informática en el crecimiento del capitalismo postindustrial parece obvio que los productos desarrollados en esas áreas de la actividad económica juegan un protagonismo central en la globalización del modelo civilizatorio contemporáneo. Es por ello que la invención y producción de instrumentos y servicios cada vez más sofisticados demanda un incremencial acercamiento (y muchas veces la franca supeditación del conocimiento teórico) al voraz dinamismo de la tecnología - entendida como logos de la producción de utensilios - favoreciendo que la misma se convierta en un valor último, autosuficiente.
De esta manera, las extensiones extrasomáticas - que otrora fueran concebidas como simples medios - devinieron en fines en si mismos, contribuyendo de esa manera a consolidar la incomunicación existencial que se halla presupuesta en la ontología de la mismidad que subtiende el hegemónico despliegue de la cosmovisión occidental. Nuestra conjetura es, que la autonomización de la téchne viene implicada de manera virtual en los prolegómenos mismos de la cultura occidental, momento histórico en el que queda establecido un solapamiento tan estricto entre lo antropológico y lo racional. En la pautada productividad de la téchne se involucra el desplazamiento de la creatividad y la contingencia, es decir que se incoa el paradojal ensimismamiento del sujeto sobre su conciencia y el concomitante e inevitable divorcio con el Otro. Paulatina, pero sostenidamente lo peculiar de la condición humana se esencializó en la razón; y la razón acabó esencializándose en taxonomía, cálculo, productividad. El Otro, sensorial, fáctico, corpóreo, autónomo, diferente, se invisibilizó y en su lugar se erigió un fantasma anémico, una entelequia. La forma desplazó a lo material y la individuación quedó radicada en ella.
En la procura de mostrar que la actual mundialización cultural prosigue el debilitamiento de la emergencia de alteridades autónomas y entorpece, por lo tanto, la comunicación auténtica que supone de manera necesaria la presencia del Otro real, en el presente trabajo procederemos en primer término, a señalar el carácter eminentemente instrumental que ha asumido la comunicación en la actualidad acarreando con ello un desenfoque del valor convivial que debería poseer la misma. En un segundo momento analizaré el problema de la comunicación a partir de lo que llamaré homogeneidad y heterogeneidad ontológica, tratando de caracterizar los efectos contraproducentes del predominio de la ontología de la mismidad en el devenir societario. Finalmente se sugerirán algunas ideas que bosquejan un continente de conceptos y prácticas capaces de integrar el desarrollo actual de las tecnologías de la información y la comunicación a un proyecto de realización, individual y colectiva, verdadera y universalmente emancipador.
Instrumentalidad incomunicadora
Una rápida mirada por las diversas modalidades que adoptan los fenómenos contemporáneos de la comunicación humana nos permite advertir que en ellas sobresalen intencionalidades instrumentales. Esta prevalencia de lo instrumental se columbra en una vasta gama de juicios comparativos de raigambre axiológica, entre los cuales deseo destacar, los siguientes: 1) conceder mayor valor a la actividad utilitaria que a la meramente contemplativa; 2) erigir como más estimable la utilidad que la gratuidad; 3) ponderar como más antropológica la conducta apropiativa que la donativa; 4) otorgar mayor crédito a la ciencia experimental que a toda otra fuente de conocimiento; 4) ensalzar la productividad y estigmatizar el ocio; 5) integrar lo que conserva y excluir lo que subvierte y 6) magnificar el valor de lo informativo por sobre lo emocional-expresivo.
La enumeración de estas prioridades implican la exacerbación unilateralizada de uno de los aspectos más generales que podemos discernir en la comunicación interpersonal: el que tiende a suscitar aquellas acciones y actividades de intervención en el mundo exterior encaminadas a la satisfacción de necesidades, individuales y sociales, en un ámbito político de cooperación.
Sin embargo, la especie humana instaura un modo de existir que no se halla enteramente vinculado a las acciones teleológicas. El ser humano también se actualiza en lo erótico, lo lúdico, lo místico, lo estético, es decir en una cantidad de actividades-inactividades desinteresadas, inútiles que presuponen una forma de comunicación que habré de llamar (sin eludir el riesgo de malinterpretación que conlleva la inevitable historicidad de los términos empleados) existencial, convivial, personal, intimativa, espiritual, amorosa.
La insistente unilateralización a que refiero, aún cuando amputa inequívoca y empobrecedoramente lo antropológico, es presentado por la civilización occidental como un estadio posthistórico de realización personal que - en palabras de sus más desenfadados pensadores - se identifica sin más con la saciedad y gratificación de orden material que comportan la universal presencia de la los artefactos tecnológicos.
En ninguna época histórica la humanidad depositó de una manera tan absoluta sus expectativas de hedonización en la dimensión excéntrica de la vida del sujeto. Y como tal excentricidad de lo humano implica pautas comunicacionales estrictamente instrumentales, resulta coherente, que la mundialización a la que asistimos - mundialización global y absoluta -, imponga por doquier la mirada reificadora y utilitaria de esa comunicación encabalgada simplificadoramente en el interés instrumental.
Los efectos del reduccionismo racionalista sobre la comunicación son dolorosamente observables en el modelo político-económico vigente en la mayor parte del orbe: contradicciones vergonzosas, inequidades flagrantes, injusticias inaceptables como constitutivos inherentes de una realidad que ha asumido cínicamente dualidades destructivas.
Ontología de la incomunicación.
La auténtica comunicación supone la diferencia óntica de los intercomunicados porque su sentido profundo radica en la entrega mutua fundada en el amor, el respeto y el cuidado. Una suave gradiente va estableciendo diferencias cuantitativas entre la comunicación intimativa erótica y la comunicación convivial productiva, pero en todos los posibles casos nos encontramos con relaciones comunicativas amorosas, respetuosas y cuidadosas.
Es preciso admitir esta descripción de una auténtica comunicación representa apenas situaciones aisladas, minoritarias y que la eventualidad de su predominio se halla supeditado a una profunda transformación que debería verificarse en los complejos planos de lo individual y lo colectivo. Lo que nos interesa ahora es respondernos a la siguiente cuestión: ¿Cómo se tornan posibles estas relaciones comunicativas no instrumentales? Para ello, habré de profundizar en la descripción e interpretación de la estructura ontológica de la mismidad que, a mi juicio, fundamenta el carácter instrumental de la comunicación. En el Occidente, con los filósofos griegos, comienza el proceso de invención de lo humano mediante la sustitución del régimen de contingencia existencial en el que se desenvuelve la existencia del ser humano por un régimen hipostasiado de entes supraempíricos, dotados de eternidad. De esta manera, la humanidad se divorcia de la historicidad e ingresa en un orden de necesidad que lo emparienta con lo divino. Lo propiamente humano es lo almático constituído por un pneuma que participa de la sustancia inengendrada y eterna de Dios. Este entramado superestructural recubre y justifica la estructura socio-económica de la época de manera tal, que el mundo terrestre aparece reproduciendo menguadamente la constitución metafísica de la realidad. Solamente algunos hombres habrán de participar plenariamente del núcleo esencializante de lo humano, instituyéndose de este modo una suerte de aristocracia ontológica suprasensible con dominio efectivo sobre el minusválido mundo sublunar. Esta ontología de la mismidad exilia del ser a todos aquellos seres concretos que se manifiestan incapaces de trascender la ilusoriedad de su existencia material. Los esclavos, las mujeres, los bárbaros son algunos de los entes que, al ser depreciados en su valía ontológica, se tornan manipulables en relaciones instrumentales que encuentran justificación (impunidad) ético-política en la diferenciación ontológica unilateralmente estatuída desde el centro del poder. La comunicación auténtica quedará reservada a quienes se autoconciben idénticos, es decir, aquellos que poseen metódico entrenamiento en la ciencia que asegura participación en la mismidad ontológica. Esta comunicación se identificará de manera plena y absoluta con el lenguaje racional que no está maculado por la limitación y contingencia que bulle en la exterioridad del ser. Tenemos pues una amplia interdicción ontológica que sustrae a amplias mayorías de sujetos a la posibilidad de entablar una comunicación auténtica. Al mismo tiempo se cristaliza un énfasis unilateral en la comunicación racional como arquetípicidad de lo real y auténtico.Realidad y utopía: tecnologías de la comunicación liberadoras.
El desmontaje de las tecnologías existentes parece por lo menos: desatinado, inviable y regresivo. La recuperación de una comunicación liberadora no podrá montarse en la simpleza de una destrucción revolucionaria. La historia nos muestra que las revoluciones conocidas operaron sobre los síntomas sin extirpar las raíces profundas del malestar que las puso en obra. Parece que habrá que asumir el legado de muchos de los bienes culturales concebidos por la civilización occidental, sobre todo el de aquellos que comportan importantes medios para la promoción y consecución del florecimiento y bienestar de la vida en su conjunto. Dentro de ese colectivo de bienes aparecen los que vehiculizan intencionalidades comunicativas. Analicemos, por caso, las posibilidades funcionales de las redes informáticas en el marco de proyectos políticos revolucionantes. Será menester emplear la potencialidad antropológica de tales prodigios tecnológicos para difundir y consumar transformaciones éticas en las conciencias individuales y en las prácticas socio-políticas.
La opción ejercida por Parménides - la inmutabilidad y la certidumbre antes que el devenir y el azar - fructificó a través de los siglos en la estructuración de la tecnoesfera que nos divorcia definitivamente de nuestra biologicidad. Parece demasiado obvio que tal contundencia no se desvanece ignorándola. Shakespeare pone en boca de Calibán, en su obra dramática "La tempestad" la siguiente frase: "Me enseñaste el lenguaje, y de ello obtengo/ El saber maldecir. !La roja plaga/ Caiga en ti, por habérmelo enseñado!" (La tempestad, acto 1, escena 2). Análogamente, las redes informáticas habrán de permitirnos el reencuentro con nuestra humanidad negada: el producto más sofisticado de la conciencia racional-analítica puede acercarnos a una razón holística, que se abre a las demás dimensiones de lo antropológico.
La mundialización que posibilitan los desarrollos comunicacionales no tiene porque concretar inevitablemente una homogeneización cultural. También puede enfrentarnos amorosamente al rostro del Otro en la medida que sepamos trascender la mezquindad ontológica de la mismidad y nos abramos a la riqueza de lo heterogéneo, de lo diferente. Restituir a la téchne su carácter meramente satisfactor de necesidades es una forma de recobrar la comunicación de valor convivial, intimativa, amoroso. Las técnicas pueden hacer más gozosa la existencia al exonerar al hombre de las tareas meramente reproductivas de lo mismo. Lo que existe puede devenir en lo queramos que exista si es que sabemos recuperar nuestro autodominio. Conciliar la realidad con la utopía parece un viable camino hacia la emancipación.
Así, si continuamos con la ejemplificación de las redes informáticas podemos decir que las mismas pueden ser expropiadas por quienes negamos la preservación de la organización social mismificante, piramidal y jerarquizada. Esas redes expropiadas pueden aprovechar al máximo la multiplicación de los sabientes, la instantaneidad de la información y la deslegitimación de los monopolizadores del conocimiento, generando de ese modo un flujo multívoco donde las pequeñas verdades ajenas se tornan valiosos recordatorios de la multifacética realidad y de lo inviable que resulta instalarse en la estéril perspectiva de la mismidad.