Quién no ha de verte atravesar el campo
silueta vaga en la esfera de
polvo
encendida por la trilla,
las gaviotas huyen del disparo seco de tu
tos.
Esclavo uncido a la muela del canto
cuando leo de tus libros
gira la gran piedra circular
la piedra rota
por cuyo ojo no pasará un rico
y sudará un dios.
Esta es, sin luz de esmeralda,
la enfermedad de los domingos
de la mesa a la sombra de los
robles
del hervor gutural en dos ollas
de hierro
del vino sepultado en la bodega.
Está bien, tu hijo calza todavía
unas botas de remiendo firme
porque sabe que el de la muerte
es un viaje
por una tierra amarga.
Pero en la penumbra fría de la casa
la escopeta en el muro
y la viuda sentada en su sillón
junta del piso
a manos llenas
el otro extremo de su melena gris
le sacude el polvo,
la teje
la desteje
en tanto el péndulo aúlla en el silencio.
Sergio Ferreira